Por Aldo Battisacco

Tras levantarse con el triunfo en el balotaje, Javier Milei asume la primera magistratura de la república a las 11.30 de la mañana de este domingo, tal cual lo hizo saber en su cuenta de la red social X, en la que, además pidió a quienes asistan que lo hagan con una bandera argentina.

Por estas horas, y luego de una transición sinuosa, hay quienes aún se interrogan quien es Javier Milei, y aguardan con cierto grado de certeza, pero también de desconcierto cual será la primera pieza que el líder libertario moverá sobre el tablero político.

Nada está dicho, aunque mucho ya es sabido, los principios de renovación que el nuevo  presidente enarboló  a lo largo de su meteórica carrera política crujen al amparo de los nombramientos de los funcionarios que lo acompañarán en su gabinete.

La mención de la casta, señalada y condenada, y que otrora cobrara en su discurso dimensiones  monstruosas, hoy no es más que una vieja rémora de un manual de buenas intenciones que se desdibujó con el milagro que resucitó a los apóstoles de una época que muchos argentinos creían agotada. Luis “Toto” Caputo vuelve con nuevos bríos y reafirmando que él se debe a ese mandato electoral que pide ajuste de la mano de Javier Milei. Una suerte de santísima trinidad que se expresa en su constitución, como un inevitable rito religioso y que peligrosamente lleva en su seno la capacidad de contradecir los sueños de sus más fervientes devotos cuando irrumpan los resultados.

Da la sensación que el líder libertario hizo campaña con el concepto de casta que fue modificando a piecere contra quienes considera como enemigos.

¿Qué queda de aquella definición que supo dar Javier Milei? , cuando afirmó que «la casta se compone básicamente de lo que son los políticos corruptos, los empresarios prebendarios, los sindicalistas que entregan a sus trabajadores, los micrófonos ensobrados que son cómplices y ocultan todos estos negocios y mundos y obviamente los profesionales que son cómplices a los políticos».

Mucho se especuló sobre la palabra del flamante presidente en el recinto de Diputados, ríos de tinta se han escrito con la intención de anticipar el nuevo diseño de país que será enunciado ante la representación popular legitimada en las urnas, una sinrazón más en la que solo el imperio de las formas justifica que el libertario cumpla con el protocolo de rigor que da sentido a ese espectro tantas veces atacado por entender que constituyen la génesis del mal.

Cabe preguntarse,  mirando el gabinete del nuevo presidente, si se puede afirmar que la casta se fue, o más bien es dable pensar que la casta no se ira, aguardará en sus bancas para negociar, será esa que le anticipó que no cogobernrá con él o también esa otra que ostenta el 45 % de representación que manifestó que defenderá el interés de sus representados.

Además, hay fundadas sospechas que «la casta» vivirá en los mismos intersticios de lo poco que queda de un relato libertario, ya raído y desteñido que el tiempo se encargó de denunciar. No habrá dolarización, el Banco Central gozará de buena salud, los bauchers en la educación pertenecen a la «tercera generación de reformas» y en materia de salud, subsidiar la demanda será muy difícil porque se vienen tiempos de «sinceramiento de la economía». El ajuste será la verdad.