MARTES, 26 DE NOV

Siria como mensaje

El 25 de febrero pasado, los aviones norteamericanos lanzaron un ataque en el oriente sirio contra las instalaciones de las milicias populares, que combaten la presencia estadounidense tanto en Siria como en Iraq. La primera acción militar de Joseph Biden como presidente de Estados Unidos tiene nuevamente a un país árabe como víctima.

Foto: Imagen del 17 de febrero de 2021 de nieve cayendo sobre la ciudad de Damasco, capital de Siria. (Xinhua/Ammar Safarjalani).

 

Por Ángel Horacio Molina

El escenario actual en Siria dista mucho de ser similar al de 2011 cuando el mundo asistía a lo que se  conoció como “la primavera árabe”; entre la inminente caída del gobierno de Bashar Al-Asad (presagiada por analistas y académicos en estas latitudes) y la progresiva recuperación del territorio por parte del ejército sirio y sus aliados, han corrido ríos de sangre y tinta.  Este ataque de Estados Unidos a Siria demuestra que el conflicto en el país árabe no es un capítulo que Washington esté dispuesto a cerrar.

El tablero sirio

Desde los medios de comunicación y desde buena parte de la producción académica se ha establecido una secuencia explicativa de los acontecimientos en Siria que ha terminado por convertirse en hegemónica. De acuerdo con la misma, el conflicto sirio se habría originado en una serie de pintadas contra el gobierno en la ciudad de Darʿa, en el sur del país. La represión estatal habría encendido la mecha del incendio que por poco acabó con el país entero; los primeros manifestantes “pacíficos” se convirtieron en apenas unos días en militantes armados con un alto nivel de organización.  En definitiva, y siempre según esta línea explicativa, el gobierno sirio fue el responsable de la militarización del conflicto y de todo el derramamiento de sangre posterior.

Esta secuencia, que se ha convertido en la base indiscutida de las raíces del conflicto en Siria, deja fuera del análisis una serie de elementos indispensables para entender la sucesión de eventos desde 2011. Para justificar la increíblemente rápida militarización de las protestas se ha recurrido a la deserción de parte de las Fuerzas Armadas sirias y al acceso a las armas que tenían estos efectivos.

Hoy sabemos perfectamente el rol desempeñado por Turquía, a través de la Organización Nacional de Inteligencia, en la conformación de la infraestructura militar de los opositores desde los primeros días del conflicto, el propio Ejercito Libre Sirio no es más que una creación de los servicios secretos turcos. Rápidamente, Turquía se convirtió en el corazón de las actividades de los grupos opositores (políticos y político-militares), allí se reunió tempranamente la “Conferencia siria por el cambio” y en Estambul  fijó su sede el Consejo Nacional Sirio. Turquía ha desempeñado un rol fundamental no sólo en la creación y suministro de armamento a Da’esh (Estado Islámico de Iraq y el Levante) sino también en su financiamiento mediante la compra del petróleo extraído por esta fuerza terrorista en las zonas ocupadas en Siria e Iraq.

Imagen del 16 de noviembre de 2020 de personas desplazadas preparándose para abandonar el campamento de al-Hol dirigido por las milicias kurdas en la provincia de Hasakah, Siria. (Xinhua/Str)

Por su parte, el papel de los Estados Unidos en la exacerbación de las protestas y en  militarización acelerada del conflicto quedó puesta de manifiesto en la pública participación del entonces embajador estadounidense en Siria, Robert Ford, en las manifestaciones anti-gubernamentales en Hama y en acciones de solidaridad para con los opositores a mediados del 2011 . Para septiembre de ese mismo año, el propio portavoz del Departamento de Estado norteamericano, Mark Toner, reconocía que Estados Unidos se encontraba “trabajando con una variedad de actores de la sociedad civil en Siria”. Toner hizo esas declaraciones luego de que se dieran a conocer una serie de cables difundidos por WikiLeaks que daban cuenta de la millonaria financiación norteamericana a activistas y periodistas de la oposición siria desde 2006.

La creación y permanencia de Da’esh no puede explicarse  sin la participación norteamericana. Un documento secreto de la Agencia de Inteligencia de Defensa de los Estados Unidos (DIA), obtenido por el bufete de abogados Judicial Watch de Washington, reveló que el Pentágono previó el surgimiento de un “Estado Islámico” en Irak y Siria ya en 2012: “existe la posibilidad – decía el documento –  de establecer un principado salafista declarado o no declarado en el este de Siria para aislar al régimen sirio”.

Tampoco los actores regionales se mantuvieron ajenos a lo que sucedía en Siria, tanto Arabia Saudí, como Qatar y Kuwait se involucraron directamente en la financiación y entrenamiento de las fuerzas de la oposición, mientras que Jordania se constituyó en un espacio seguro desde donde Estados Unidos hizo llegar, mediante la coordinación del Comando Militar de Operaciones, parte de su ayuda militar a los militantes anti-gubernamentales.

Se ha procurado, tanto desde los medios de comunicación como desde buena parte de los abordajes académicos, mantener a Israel fuera de la lista de actores involucrados en el conflicto sirio, sin embargo su participación ha sido denunciada sistemáticamente tanto por el gobierno sirio como por periodistas independientes que trabajaron en el terreno. Las filmaciones que dieron cuenta de la asistencia médica israelí a los grupos armados en la frontera sur de Siria, fueron justificadas como parte de la ayuda humanitaria por parte del estado sionista; pero en 2018 la revista Foreign Policy señalaba que la asistencia militar israelí a por los menos una docena de  grupos armados en Siria se remontaba a 2013 y que incluía también un salario mensual para cada uno de los efectivos armados de la oposición. En 2019, el entonces Jefe de Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel, el teniente general Gadi Eisenkot confirmó oficialmente que Israel había apoyado directamente con armamento a las facciones sirias anti-gubernamentales en los Altos del Golán. Por otra parte, con la excusa de la participación de Irán en la asistencia a las autoridades de Damasco, Israel se permitió realizar periódicos bombardeos sobre territorio sirio afectando, como demostraron organizaciones civiles en el terreno, a la población civil y a la infraestructura del Estado árabe, sin que dichas acciones hayan recibido condena internacional de relevancia.

Imagen del 25 de noviembre de 2020 de soldados y tanques israelíes en los Altos del Golán ocupados por Israel. (Xinhua/Ayal Margolin/JINI)

No es casual que las ideas occidentales de balcanización de Siria en clave étnico-religiosa que circularan durante estos diez años se parecieran tanto en su formulación a la propuesta que Oded Yinon, ex asesor de Ariel Sharon, presentara en la revista israelí Kivunim con el título “Una estrategia para Israel en la década de 1980”. El conocido desde entonces como Plan Yinon proponía un completo rediseño del mapa de Oriente Medio a partir de criterios étnicos y sectarios, favoreciendo las posibilidades hegemónicas de Israel en un escenario de fragmentación y rivalidades entre estados débiles.

Estados Unidos nunca se fue de Siria

A pesar del anuncio de Donald Trump del repliegue de las tropas norteamericanas asentadas en norte y noreste del territorio sirio en octubre de 2019, zona bajo control conjunto de las fuerzas kurdas y estadounidenses, estas últimas están lejos de haber abandonado por completo el suelo de Siria. Como el propio ex mandatario estadounidense señalara en su momento, una parte de las tropas se mantienen para garantizar la extracción ilegal del petróleo sirio en lo que Rusia ha calificado como «bandolerismo estatal internacional».  A pesar de la “traición” que dicen haber sufrido los kurdos con la retirada parcial de los norteamericanos del norte de Siria, la permanencia de estas tropas garantiza justamente el control sobre los pozos petroleros que explotan tanto Estados Unidos como sus aliados kurdos de la Fuerzas Democráticas Sirias.

El ataque ordenado por Biden sobre territorio sirio, si bien apunta a debilitar a las fuerzas populares iraquíes y sirias que se oponen a la presencia estadounidense en la zona, es una señal clara de la voluntad de Estados Unidos, en continuar sus acciones de hostigamiento a los países que aspiran a desarrollar políticas verdaderamente soberanas y perpetuar la expoliación de sus recursos naturales.

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