Por Alejandro Marcó del Pont

El relato occidental es considerablemente claro en cuanto a la definición de los BRICS, son un grupo dispar, heterogéneo y asimétrico de países que va desde China, la segunda economía más grande del mundo, hasta Sudáfrica, un pececillo intrascendente, que sin embargo, es la economía más desarrollada de África.

Según Estados Unidos, los BRICS no son un peligro. Rusia y China tienen motivos sobrados para ampliar la cantidad de miembros, quizás no así los demás participantes. La guerra de Rusia en Ucrania, las sanciones relacionadas con la misma, las diferencias en cuanto al equilibrio del poder mundial, la supremacía del dólar en las finanzas, el comercio y el crédito mundiales, las puja por la tecnología con China, hacen que ambas naciones consideren que sortearían mejor las sanciones con la expansión de sus miembros. Aunque estos son sólo algunos motivos para que muchos piensen que esta cumbre de los BRICS es más que muchos países en desarrollo y de ingresos medios que se alejan de Occidente. Se trata de que afirmen su creciente confianza en sí mismos.

El 24 de agosto, en lo que será un día memorable para los BRICS y para estos nuevos miembros, el presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa en su discurso comunicó que: “Hemos decidido invitar a la República Argentina, la República Árabe de Egipto, la República Democrática Federal de Etiopía, la República Islámica de Irán, el Reino de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos a convertirse en miembros plenos del BRICS. La membresía entrará en vigor a partir del primero de enero de 2024.

Si alguien tenía dudas acerca de los movimientos geopolíticos de la expansión de los BRICS, su confusión era mayúscula. Sin que nadie conozca el protocolo por el cual estas naciones fueron invitadas de entre 41 solicitantes, formalidad que seguramente será develado en breve, el efecto geopolítico de los invitados no parece una casualidad. El nuevo mapa mostrado más adelante de los miembros para el año 2024, ni en triangulo Egipto–Etiopia–Irán. Es cierto que el 46% de la población y el 37% del PBI han arrasado con cualquier indicador de los países más poderosos, el G7, por ejemplo, aunque es llamativa la iniciativa del Oriente Próximo o Cercano Oriente, o cualquiera de estas expresiones eurocéntricas.

Egipto, Irán y Arabia Saudí son polos de poder político, militar, económico y cultural dentro de una región tan volátil como significativa en el tablero geopolítico internacional. En este contexto, hay tres naciones cuya cosmovisión e incidencia, actualmente y a lo largo de la historia, resultan clave para entender las dinámicas de Oriente Medio: Egipto, por su papel fundamental en la historia del pueblo árabe; Irán, nación histórica de bagaje persa y Arabia Saudí, guardiana de los principales santos lugares del islam (la Meca y Medina) y una de las potencias energéticas mundiales. El 20% de los musulmanes del mundo, unos 1.500 millones de personas, se encuentran entre las nuevas naciones incluidas en los BRICS, no importa que sean sunnitas o chiitas.

La República Islámica de Irán se encuentra en una ubicación determinante: tiene salida al océano Índico y capacidad de condicionar el tráfico del estrecho de Ormuz; y para reforzar su posición en el mar Rojo, donde se encuentra la base militar china en Yibuti, se adicionó el ingreso de Etiopía, sellando la salida al océano Índico. A lo expuesto se añaden la conectividad que le otorga el mar Caspio, la Nueva Ruta de la Seda y los canales energéticos que conectan Asia con Europa. Es la nación más eficiente en materia de seguridad de las tres que ingresaron de Oriente Medio.

El ingresante reino saudí no posee el bagaje histórico de Irán o Egipto. Sin embargo, gestiona los santos lugares del islam —La Meca y Medina—, con el simbolismo que ello conlleva, y es la potencia regional que confronta con Irán. El pacto entre Riad y Teherán, la entrada de Arabia Saudí en la Organización de Cooperación de Shanghái (aunque solo como socio de diálogo) han dejado entrever las líneas de acción y las prioridades de los espacios estratégicos de la invitación a los BRICS, que los cristaliza y los ingresa en el juego del sur de Asia, si bien no enfrentados, pero sí como una alternativa al poderío de Estados Unidos.

Egipto ha sido el epicentro intelectual e ideológico de Oriente Medio. Al valor geoestratégico de Egipto hay que añadirle su peso como nación histórica, cuya influencia cultural ha sido clave en el desarrollo del orbe árabe y musulmán. El país cuenta con la mayor masa demográfica de Oriente (112.3 millones). Egipto lleva más de una década rehaciéndose de una apabullante crisis económica, compartiendo el podio con Argentina como el segundo mayor deudor al FMI. En cierto sentido sus necesidades financieras de corto plazo se asocian a las del país sudamericano.

Las condiciones egipcias han mejores tenuemente, en gran parte debido al apoyo financiero de los países del Golfo, que ha reafirmado su alineamiento geopolítico con Arabia Saudí y EAU. Cualquier potencia que quiera despuntar en Oriente Medio, ya se trate de Turquía, Irán o Arabia Saudí, tendrá un mayor éxito si cuenta con el respaldo de Egipto. La influencia por su masa intelectual e ideológica es un activo a tener en cuenta. Coincidentemente Egipto encara otras crisis acuciantes, entre las cuales destaca la amenaza hídrica surgida a raíz de la construcción de la Presa del Renacimiento por parte de Etiopía, el otro ingresante. De todas maneras, quizás lo más importante sean las rutas seguras y el monopolio de la energía entre todos los participantes de los BRIC ampliado.

Etiopía es el segundo país más poblado de África y cuenta con la mayor población de los ingresantes a los BRICS, y es el quinto país con la mayor tasa de crecimiento del PBI a nivel mundo en los últimos 10 años (6.5% media). Debe quedar claro que el crecimiento económico es simplemente un aumento en la cantidad de bienes y servicios producidos en un país durante un período de tiempo determinado; comúnmente se mide a través del Producto Interno Bruto (PIB). Pero el desarrollo económico se refiere a la mejora sostenida de las condiciones de vida, la autoestima de los ciudadanos, la satisfacción de las necesidades básicas y la habilitación de una sociedad libre y justa, algo de lo que Etiopia carece.

Ya a partir de marzo, China había concedido un trato arancelario cero al 98% de las exportaciones de Etiopía a China. En el año 2000 Estados Unidos había lanzado el programa AGOA (African Growth Opportunity Act), que ofrecía a 36 países africanos –entre ellos, Etiopía- importantes ventajas arancelarias en sus exportaciones a Estados Unidos. En todo caso, hace un par de años Estados Unidos retiró esos beneficios a algunos países. Uno de los más afectados fue Etiopía, que había recibido bastante inversión en el sector textil. China se ha apresurado a llenar el hueco dejado por Estados Unidos.

Como una de las principales fuentes de inversión extranjera de Etiopía, China ha proporcionado capital, equipos, conocimientos técnicos y capacidad de gestión a las empresas locales. Como resultado, una parte significativa de las exportaciones de ropa etíope procede de fábricas con inversión china. Como se ve, la invitación a países dependientes de China o socios energéticos centrales en su desarrollo es la idea que ha primado en la expansión de los BRICS, Argentina quizás sea el elemento extraño en la ecuación, pero como su mayor socio comercial es Brasil, seguido por China, en un Mercosur torpedeado y descompuesto, habría que ver cuál es su función. Hoy las necesidades de financiamiento del Nuevo Banco de los BRICS lo sobrepasan.

Ahora bien, el mundo está siendo testigo de una nueva era de competencia entre grandes potencias, entre Estados Unidos y China, en la que Rusia desempeña un papel central. Sea cual sea el resultado, aunque parece haberse dividido el mundo, esta rivalidad moldeará el orden global en las próximas décadas. Pero el destino de esta contienda no lo decidirán únicamente las acciones de Washington, Beijing o Moscú, los BRICS o los organismos internacionales creados por Estados Unidos. Al parecer, dependerán también de cómo un grupo de países influyentes del sur global navegue por el cambiante panorama geopolítico.

Estos países son conocidos como los Swinger States, o estados indecisos o cambiantes. Fueron utilizados para señalar a los estados americanos que cambiaban de demócratas a republicanos o viceversa y ahora extendidos al contexto internacional, estos países son las naciones geopolíticas indecisas del siglo XXI. Son relativamente estables y prósperas, tienen, al parecer, sus propias agendas globales independientes de las grandes potencias, y la voluntad y la capacidad para convertir esas agendas en realidades.

Seis países se destacan como ejemplos de estas categorías, según Goldman Sachs en su artículo “El ascenso de los estados geopolíticos indecisos”: Turquía, India, Arabia Saudita, Sudáfrica, Indonesia y Brasil. De los seis, cinco son parte de los BRICS. India se ha convertido en una importante potencia económica y estratégica en Asia y el mundo. Ha aplicado una política exterior multialineada bajo el primer ministro Narendra Modi.

India también ha profundizado su asociación estratégica con Estados Unidos, se ha unido a la alianza Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD) con Japón, Australia y Estados Unidos, cuyo objetivo es contrarrestar la creciente influencia de China en la región Asia-Pacífico. Se ha comprometido con China en cuestiones comerciales y fronterizas a pesar de las tensiones; amplió su alcance a África y América Latina; ha invertido en proyectos de conectividad, y defendió iniciativas como la Alianza Solar Internacional y la Coalición para una Infraestructura Resiliente a los Desastres y es unos de los estandartes de los BRICS.

Sudáfrica ha desempeñado un papel fundamental en el avance de la integración y la cooperación regionales en África, además de representar los intereses y perspectivas africanos en el escenario global ha participado en la creación la Unión Africana (UA), la Comunidad de Desarrollo de África Meridional (SADC) y la Nueva Asociación para el Desarrollo de África (NEPAD). Es la economía más industrializada y diversificada del continente para atraer inversión y comercio extranjeros, especialmente de China, India y la UE, pero debido a su poco poder interno, no pudo garantizar la asistencia de Vladimir Putin al encuentro de los BRICS que se realizó en Johannesburgo.

Brasil ha sido un líder en América Latina y el Caribe, así como una voz del sur global en temas como el comercio, el medio ambiente y los derechos humanos. Ha sido miembro fundador e impulsor de organismos regionales como Mercosur, Unasur y Celac. Y ha entablado diálogo y cooperación con otros actores regionales como Estados Unidos, China, India y la UE en cuestiones como la seguridad energética, el desarrollo de infraestructura y la inclusión social. Brasil está intentando aprovechar su posición como la economía más grande y el país más poblado de América Latina para promover sus intereses y valores en la región y más allá, pero se encuentra atrapado y con poco margen de maniobra, no solo porque la mitad de los votos pertenecen a la derecha, sino que está rodeado geográficamente por seguidores de las políticas externas de Estados Unidos.

Los estados indecisos geopolíticamente también han ganado más influencia en el sistema global al explotar las oportunidades y desafíos creados por la competencia entre Estados Unidos y China. Han buscado maximizar los beneficios de ambas partes, minimizando al mismo tiempo sus costos y riesgos. Arabia Saudita ha mantenido su alianza con EE.UU., especialmente en cuestiones de seguridad y energía, al tiempo que ha diversificado sus relaciones con China en cuestiones económicas y tecnológicas y ha ingresado a los BRICS.

El ascenso de estos estados geopolíticos indecisos tendrá implicaciones significativas para el orden global y la competencia entre las grandes potencias. El orden global se volverá más multipolar y complejo, a medida que estos países moldeen las reglas y normas del sistema emergente de acuerdo con sus propias preferencias y principios. No aceptarán una elección binaria entre Estados Unidos y China, pero buscarán preservar su autonomía y flexibilidad estratégicas. También exigirán más voz y representación en instituciones y foros globales, como las Naciones Unidas, el FMI, la OMC y el G20.

Los desafíos y oportunidades globales requerirán una mayor cooperación y coordinación entre estos países y las grandes potencias, ya que desempeñarán un papel clave en el tratamiento de cuestiones como el cambio climático, la respuesta a la pandemia, la seguridad cibernética, la proliferación nuclear, el terrorismo, el comercio, el desarrollo, y derechos humanos. También ofrecerán nuevos mercados, fuentes de innovación y socios para la cooperación tanto para Estados Unidos como para China.

Muchos creen que varios de estos estados podrían participar como los caballos de Troya de los Estados Unidos en los BRICS, sobre todo los dos más débiles, Brasil y Sudáfrica, o quienes se perciben momentáneamente con menos grados de libertad. Con la invitación de Argentina, el único país fuera de la lógica de ingreso que describimos, la pregunta sería, después del efímero arreglo con el FMI, el país del sur, que carta jugará en los BRICS, ¿la del comercio y profundización de un modelo extraccionita o un impulsor de un desarrollo alternativo en base al comercio y créditos del Nuevo Banco de Desarrollo (NBD), y alternativa al FMI con Acuerdo de Reserva Contingente (CRA) de los mismos BRICS? Una gran incógnita, al igual que con otros estados indecisos.

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