Foto gentileza La Voz.

 

Dioses o personajes fantásticos no son los protagonistas únicos de acontecimientos asombrosos que dan origen a un mito. También personas de carne y hueso protagonizan hechos de tanto valor moral, en parte o en la totalidad de sus vidas, que la muerte los proyecta de un envión a la mitología.

María Eva Duarte de Perón se inscribe en la categoría mito en la Argentina, esos personajes históricos que dejan huellas tan grandes que hacen ocioso cualquier intento de buscar una explicación enteramente racional para los actos que los convirtieron en eso.

Desde el sentimiento del pueblo peronista, a Evita no puede vérsela de otra manera que como un ícono sin tiempo de la solidaridad y de la entrega absoluta a favor de los más desprotegidos. No obstante, es también su inteligencia política, ejemplificada en proyectos como la Constitución del Chaco de 1951, la que la ha colocado entre las personas más influyentes del siglo XX en Hispanoamérica.

«Evita siempre vuelve» y es millones: libros, ensayos, obras de teatro, películas, canciones, imágenes, grabaciones con sus encendidos discursos, son algunas formas de su permanente retorno.

En fragmentos del relato del Padre Hernán Benítez , su confesor, se entretejen retazos de aquella personalidad única que no debe medirse sino con la talla de la grandeza de la Nación.

La irrupción potente de esta singular mujer argentina no fue obra de la casualidad, sino de la causalidad. Había injusticia latente en millones de hogares de la Argentina. Tocaba liderar el cambio de época y vaya si estuvo a la altura de la circunstancias.

Brillaba en la tribuna, en la CGT o en un banquete con estadistas europeos: desde cualquier lugar que se observe el fenómeno, político en sí mismo.