Por Ignacio Fidanza

La consolidación de una justicia independiente es acaso la mayor contribución que se puede hacer a un país caótico como la Argentina. El famoso «Rule of Law» anglosajón nunca fue nuestro fuerte, pero es esencial para darle ancla a un país que pasa en menos de cuatro años de la fantasía revolucionaria al alineamiento total con Estados Unidos y el neoliberalismo del déficit cero del FMI.

Una justicia con poder y autonomía para defender la Constitución y las leyes no es la tierra prometida, pero sería un formidable depósito de arena para meter en la caja de cambios de la política, cuando se fuerza el sistema.

Por eso, Marcos Peña está bien orientado cuando destaca la mejora institucional en el funcionamiento de la justicia, como una de las contribuciones centrales del gobierno de Macri. El problema es que, como en tantos otros temas, la realidad no lo acompaña.

O mejor dicho: ¿De qué hablamos cuando hablamos de justicia independiente?. La respuesta es obvia: Independiente del poder. Es una de las dos vigas sobre las que se apoya la democracia republicana. La otra es la prensa libre. Por eso, no es casual que en este momento que vive la Argentina, la crisis de una golpee a la otra. Hasta ahora, no se ha encontrado un mecanismo más eficiente para controlar el poder, que la dialéctica que generan esas dos actividades operando a pleno y en libertad.

Con la sucesión de causas, detenidos y revelaciones que en estos tres años nos ofrecieron los tribunales federales de Comodoro Py, se suponía que se había avanzado en la materia. Pero esta semana el presidente Macri decidió arruinarle -también- ese relato a su cerebro electoral, al pedirle al ministro de Justicia que promoviera la destitución del juez Ramos Padilla.

Ramos Padilla cometió el pecado de investigar a quienes ahora están en el poder, no a quienes lo abandonaron. Y Macri reaccionó igual que los Kirchner y antes que ellos, que Menem. Para que se entienda, Padilla podría ser destituido por lo que hizo bien, no por lo que hizo mal. Eligió morder al poder vigente donde le duele y eso no fue bien recibido por el Presidente, que decidió dejar las sutilezas de lado y se sacó los guantes.

Fue un error político de fondo y de instrumentación. Podría haber trabajado sobre la Cámara Federal de Mar del Plata y luego sobre Casación, donde su opinión pesa fuerte, para canalizar la intención de quitarle la causa a Ramos Padilla en un proceso que mantuviera la lógica de revisión judicial. Hubiera sido mejor. Las formas son importantes si hablamos de la construcción de una convivencia más civilizada.

Pero además, Macri también perdió la oportunidad de llevarse la medalla de la regeneración institucional, una de las pocas trascendentes que le quedan a mano.

Lo que ocurrió no es nuevo para quien haya seguido la trayectoria del macrismo. En la Ciudad fue igual. Gracias a la inestimable colaboración de su amigo Angelici, el entonces jefe de Gobierno logró al cabo de dos mandatos disciplinar al grueso de la justicia porteña. Y también entonces, Macri se vio asediado por un escándalo de espionaje ilegal.

La idea maniquea de buenos y malos se reitera en el discurso oficial. «Un cuchillo en manos de ellos es para cortar la carne y alimentar a los hijos, en manos del kirchnerismo es para asesinar», sintetiza un destacado integrante del mundo judicial.

Lo nuevo es la pérdida de sensibilidad política, que indica que si se decidió tomar un curso cuestionable, que al menos no se exhiba a plena luz del día. El gobierno exhibió esta semana la versión «hardcore» de la presión a la justicia.

Pero claro, seguramente para Macri nada de lo que hizo es objetable. En todo caso, apartó a jueces «malos» y neutralizó a los que por motivos ideológicos impedían el despliegue de su proyecto de progreso. Antes y ahora.

La idea maniquea de buenos y malos se reitera en el discurso oficial. «Un cuchillo en manos de ellos es para cortar la carne y alimentar a los hijos, en manos del kirchnerismo es para asesinar», sintetiza un destacado integrante del mundo judicial.

Y el error no puede ser más dañino. La idea básica de la creación de la justicia es quitarle el cuchillo al Rey, para que la aplicación del poder punitivo no dependa de sus pasiones o intereses. Todos los gobernantes en algún punto de su carrera encuentran una justificación racional para sus actos más cuestionables, para ubicar el «bien mayor» de su lado. Esa no es la discusión.

El problema que tenemos en la Argentina es que esto está ocurriendo en el bando «republicano», el que debería poner el acento en estos asuntos. Por eso, es un drama que voces muy destacadas de ese mundo mantengan un silencio que aturde ante la desmesura del Presidente. Todos esos apellidos prestigiosos que marcharon durante el kirchnerismo en defensa del juez Cabral, hoy se escudan en la supuesta cercanía del juez Padilla a Justicia Legítima para evitar una condena. Y así terminan replicando la lógica amigo-enemigo que decían combatir. No importa el derecho, sino el bando.

Cristina ya sabemos lo que piensa y no es casual que su declive político haya comenzado cuando lanzó la reforma judicial, que desnudó la pulsión por llevarse puesto a un poder que entorpecía sus planes.

Esta semana esa visión fue transparentada por el intendente Durañona y Vedia, que explicó que en caso de ganar las elecciones, la primera decisión del kirchnerismo será ampliar la Corte Suprema para poblarla de jueces militantes y así someter al Poder Judicial al proyecto político. La afirmación es imprudente pero revela una observación muy clara del obstáculo que hay que remover, para un ejercicio sin límites del poder. Y por eso, no es casual que el macrismo planifique una reforma similar.

Es por estas cosas que la polarización es una tragedia muy real, que genera un clima de guerra que justifica desmontar todos los frenos del sistema. Porque de lo que se trata es de salvar la vida y ganar la batalla.

Fuente: lapoliticaonline.com

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