Por Felipe de Molay

Un número es una abstracción que representa cantidad y sirve para realizar una infinidad de tareas, entre ellas, la de contar objetos. Los expertos sostienen que no hay actividad humana que no esté atravesada por algún número u operación numérica.

Para muchos, entre los que me encuentro, las matemáticas han sido un hueso duro de roer, entonces, preferimos avanzar en otros campos científicos que nos resulten más amigables.

Pero aún así, con estas limitaciones, hasta los neófitos en la materia nos damos cuenta que un 3%, que sumados con otros ítem no remunerativos puede llegar a un 8 o 10%, es poco aumento para las expectativas salariales de cualquier trabajador, más aún, si se me permite, para un docente cuyo aporte a la comunidad debería ser mejor reconocida.

Los gremios sostienen que el número es bajo y que apenas llega a 2000 pesos por mes para los activos, y unas pocas monedas para los pasivos que no están alcanzados por las cifras no remunerativas. El gobierno insiste en que la situación es difícil pero que vendrán tiempos mejores, que es casi como decir, que siempre que llovió paró. El problema es cuando la lluvia te pesca sin paraguas.

En este contexto es donde el número deja de ser una “abstracción que representa cantidad” para convertirse en una necesidad para la vida cotidiana. El frío signo matemático se calienta en la sangre de un trabajador, se hace cuerpo y alma que se transmuta en reclamos; que serán más intensos cuanto más lejos quede el número.

La paritaria docente parece una tómbola donde los números giran locamente en un bolillero. LosN gremios apostaron por encima de la línea del quince pero sacaron bolillas bajas. Para el gobierno, que ve el vaso medio lleno, y tiene el “bolillero por el mango”, el número ganador es el doce. Ni tres, ni ocho, ni diez.

Las cifras no son inapelables, ni la suerte está echada, pero al día de hoy no hay manera que la respuesta salarial satisfaga a un trabajador que sufrió, sólo el último año, una inflación del 55% con aumentos en servicios que llegaron hasta el 3.500% acumulado. Además, los tiempos por venir, no auguran “cielo despejado”.

Por su parte las autoridades señalaron que “ofrecen lo que pueden pagar” y que “en la medida que la economía mejore, la producción avance, el trabajo crezca y el consumo interior active otras posibilidades en la sociedad, todos vamos a ir pensando en mejorar gradualmente los salarios”. Es casi como encomendarse al orden cósmico de los números que salieron en el bolillero.

Pitágoras ya lo había intentado unos siglos antes de Cristo cuando creó la escuela Pitagórica. La academia consideraba que el cosmos tenía un orden numérico y que algunos números tenían significados místicos.

Para el filósofo, que nunca participó de la paritaria docente de la provincia de Santa Fe, el 3 era el símbolo de la armonía, el 8 tenía como atributo la amistad, la plenitud y la reflexión; y el 10 era el paradigma y fundamento de todo. Dos mil años después, suena como una metáfora irónica del porcentaje que ofrece el gobierno.

A simple vista, los gremios docentes no parecen entender los números desde el paradigma Pitagórico. El dinero no puede comprar la vocación, para todo lo demás existe la tarjeta del banco de Santa Fe, dirían los sindicalistas parafraseado una vieja publicidad.

Al final los docentes contestaron con otro número, tal vez el más temido por los ministros: 48 horas de paro en el inicio de clases y 48 para la semana siguiente.

Malén Ruiz de Elvira dice que “una locomotora que se dirige hacia un obstáculo tardará más o menos en estrellarse dependiendo de la velocidad que se mueva. Si se consiguiera que fuera muy despacio, la catástrofe tardaría mucho más en llegar”. La solución, entonces, está en no avanzar hacia el obstáculo, caso contrario, la respuesta siempre será la catástrofe.

Al fin y al cabo los números manejan nuestra existencia y en cada rincón de la vida siempre hay una cifra que alcanzar.