Por Fabrizio Turturici

La victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses puso al desnudo el fracaso de todo un sistema. Las urnas arrojaron al candidato republicano a la Casa Blanca y esto expone como resultado, en primer lugar, la ruina de la política; pero también de las encuestas y los medios de comunicación.

El triunfo del acaudalado empresario que hace apenas un año incursiona en el ámbito político y que se expresó abiertamente como un antipolítico marca, valga la redundancia, una patada al tablero, un golpe al establishment. Otro enfoque es el fiasco de los medios de comunicación y su “poder mediático”, que –a esta altura- habría que repensar su influencia sobre los sujetos, aparentemente ya no más “sujetados” por los pulpos del poder mediático.

Las mencionadas son las tres claves que se analizarán desde esta columna, aunque el tema merezca una perspectiva más amplia y heterogénea. Es que contra todos los pronósticos, nadando a contramano de las encuestas, los medios de comunicación, el poder hollywoodense y la casta política de Washington, Donald Trump logró imponerse de manera sorpresiva y cómoda.

El mundo está viviendo un cambio histórico de paradigmas, donde se pondrá fin a la lógica bipartita del siglo pasado y dará paso a una nueva etapa. Los estadounidenses, a diferencia de los argentinos que cuando algo no funciona vuelve a caer en errores del pasado, encuentran su salida siempre para adelante. Cansados del capitalismo salvaje que –como una vez dijera el cabezón de Marx- chorrea lodo y sangre, los norteamericanos votaron un cambio.

Las encuestas vaticinaban, algunas más y otras menos, una diferencia de diez puntos a favor de Hillary Clinton. La candidata demócrata no sólo no cumplió las expectativas, sino que fue derrotada por una brecha tan relevante como imprevisible. Para muchos, estos significará el fin de las encuestas y de su credibilidad, que no atinaron en el resultado del Brexit, que no vieron venir la victoria del “no” al acuerdo de paz en Colombia y que daban a Daniel Scioli como presidente de la Argentina.

Asimismo, cabe replantearse el poder de los medios de comunicación. ¿Es tan fuerte como aseguran –a capa y espada- algunos pensadores posmodernos? Si así fuera, no se entiende cómo el nuevo inquilino del Despacho Oval contaba con todos los canales de televisión en su contra, todos, salvo la cadena Fox y uno muy pequeño; y ganó.

Sin ir más lejos, el mito popular argentino instaló que “cinco tapas de Clarín voltean un gobierno”, cuando no sólo Cristina Kirchner gobernó con quinientas portadas del periódico mencionado en su espalda, más miles de editoriales en contra de la radio más escuchada del país y gran cantidad de canales; sino que ganó las elecciones del 2011 con el 54% de los votos.

Quizás, el punto más feliz del triunfo de todo esto (si lo hay), sea la siguiente deducción: basta de mentiras; la gente es libre, no está atada a lo que diga la televisión y elige según su conciencia crítica, según lo que vive día a día en la calle. El estadounidense medio (blanco, de clase media-baja y sin estudios universitarios) se tiró de cabeza a los pies de Trump, hastiado por la situación reinante donde siente que los inmigrantes le están robando el trabajo.

Que un multimillonario excéntrico, xenófobo y racista se haya convertido en presidente de los Estados Unidos, aunque no lo entendamos hoy, es historia pura. Su triunfo simboliza el fracaso de la política: esa politiquería de rosca barata, deshonesta, traicionera y corrupta. La misma que puso sobre el tapete la serie House of Cards (¿cuánto habrá influido esa maravillosa creación artística en la decisión de los yankees?), la misma que se jacta de ser “políticamente correcta” mientras genera cada vez más desigualdad, pobreza y muerte. Esa misma que, de nuevo estableciendo un parangón con Argentina, destronó al kirchnerismo y puso en el poder a otro empresario sin experiencia en la Casa Rosada.

Pues como dijo un cubano exiliado que votó a Trump: “Entre lo loco y lo deshonesto, ganó lo loco”… No hay mejor síntesis.