Por Aldo Battisacco desde Buenos Aires (enviado especial)

Tras los resultados de las Paso de este domingo -a grandes rasgos- emergen varios interrogantes que por cierta similitud con el nacimiento y desarrollo del alfonsinismo como fenómeno político en la década del 80 imponen detenernos y analizarlos, salvando la distancia que existe entre las figuras de Mauricio Macri y Raúl Ricardo Alfonsín.

Además, también resulta oportuno advertir que a pesar que se dijo desde el gobierno que la economía no tuvo peso en la voluntad del electorado de las últimas Paso, hay evidencias que relativizan esta afirmación. Hubo distritos electorales que marcan que la agenda económica llegó para quedarse y de no ser resuelta a corto y mediano plazo, traerá serios dolores de cabeza al presidente argentino.

Los comienzos de Raúl Alfonsín al igual que el de Mauricio Macri guardan cierto parecido en las expectativas de la población; si bien distintas de acuerdo al momento histórico que se trate y la naturaleza de las mismas, demuestran que estos dos fenómenos políticos calaron en electorados urbanos y en provincias con alta densidad demográfica para luego avanzar sobre los territorios del interior, con distinta suerte a poco tiempo de ser gobierno.

Pasados los dos años, en ambos casos, si bien proyectaron un crecimiento a lo largo de la geografía argentina, no fue este aspecto el que comenzó a socavar esa ascendencia que lograron en sus inicios sobre el electorado, sino la economía.

Por caso, tras el desplazamiento del ministro de economía Bernardo Grinspun, Raúl Alfonsín nombró a Juan Vital Sourrouille, un economista liberal que con recetas económicas de «estabilización monetaria», mediante la aplicación del Plan Austral, sufrió los primeros embates de la resistencia que opuso el movimiento obrero organizado a través de una ola de movilizaciones y medidas de fuerza lideradas por Saúl Ubaldini, bajo las consignas Paz, Pan y Trabajo.

Casi en el mismo plazo y con una orientación definida desde sus orígenes, el gobierno de Cambiemos avanzó con provocativas declaraciones alusivas a la condición de los hombres que conducen las organizaciones gremiales en la boca de parte de funcionarios, e incluso el mismo presidente. La respuesta llegó en primer lugar desde la CTA y posteriormente de la central de trabajadores más poderosa –la histórica CGT- que empujada por los reclamos que algunos sectores de la sociedad le demandaron dio una tibia advertencia al gupo gobernante. A la que se le sumó cuatro grandes movilizaciones de las dos CTA y una de movimientos sociales que expresó a desocupados y trabajadores de la economía social.

Una ligera comparación permite poner en el tapete la economía, que como un fuerte disparador comenzó a azuzar el espíritu crítico hacia un modelo de país -que según el tenor de las críticas- no le da cabida a todos. Al menos, en términos económicos.

En ambos casos, la resistencia comenzó en lugares en los que el desarrollo industrial, la producción y el empleo fueron fuertemente golpeados. Distritos bonaerenses y provinciales ya dieron señales que algo anda mal. Los resultados electorales así lo muestran.

Los sectores productivos fueron los que recibieron los impactos de los planes económicos en distritos claves que se desarrollaron al amparo de políticas de protección del mercado interno, y por lo visto hasta ahora los posicionamientos de los alfiles de la administración Macri han tomado distancia de las demandas de esos sectores más allá de las manifestaciones formales que intenta el gobierno.

Si el gobierno no revierte en el corto plazo el efecto de las medidas instauradas, perderá consenso en algunos sectores de la sociedad. Persistir en el camino de los tarifazos, y en la idea de avanzar con una reforma laboral y previsional, más un proceso inflacionario que promete ser llevado a índices razonables con el enfriamiento del consumo, todo se irá complicando para el elenco de Balcarce 50.

Por ahora, la ola parece no encontrar grandes escollos para extenderse en términos de adhesiones de aquí a octubre, sin embargo, el epicentro que le dio origen comenzó a dar las primeras señales que nada es como fue en sus inicios, el descontento y la desconfianza que genera la aplicación de viejas recetas (que incluyen las del menemismo) ponen de relieve que la reservas esbozadas por el sector industrial vinculado a las pymes y los trabajadores que lo expresan van encontrando herramientas en su memoria histórica, y que están dispuestos a desempolvar si el plan -hasta ahora conocido- promete profundizar una inexorable marcha que los ponga al límite de su existencia.

El escalofriante cierre de 3.843 empresas medianas y pequeñas -según el Indec- ya interpeló en las últimas Paso al gobierno en los territorios agredidos por la política económica oficial.

En lo inmediato, más allá de que se concrete el 22 de agosto próximo la marcha de protesta convocada por la CGT, a la que adhirieron las dos CTA y los movimientos sociales, la discusión en la central de Azopardo ya divide aguas, todo indica que el moyanismo está por desempolvar la camiseta del Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA) y establecer un sistema de alianzas que como en los viejos tiempos prescindirá de los «gordos acuerdistas», a quienes se los ve con cierta proclividad a «tranzar» con el gobierno la reforma laboral y previsional. Dejando de lado que se trate de una simple consideración de que la sociedad «se expresó en favor del presidente Mauricio Macri».

Tal vez, estas idas y venidas de la política desnuda en el fondo que no se trata de discutir progresismo o restauración conservadora, porque más allá de la denominación que formalmente se le adjudique a una corriente política -aunque no es menor esta diferencia- habrá que rediscutir la condición de país dependiente que tiene Argentina, que por el momento parece orientar sus oídos a los dicterios de los organismos internacionales.