Por Kesner Jean Mary – Politólogo

Es innegable que los medios de comunicación, en particular las plataformas de redes sociales, han amplificado la propagación del odio y del extremismo. En este inquietante contexto, el discurso de odio encuentra un terreno fértil en estos espacios virtuales, donde la desinformación se mezcla con la verdad, lo que dificulta distinguir entre ambas.

La política del odio ocupa un lugar importante en nuestra sociedad, ya sea de izquierda o de derecha, los extremistas siembran odio a través de sus discursos. Sin embargo, en cada costado del río, a la derecha y a la izquierda, convergen para formar un caudaloso río de odio y violencia contra sus propios hermanos.

El actual imperio del odio resucita fronteras de clases y castas, desdibujadas hace mucho tiempo. El odio invade todos los partidos, abruma territorios, trasciende ideologías. Una vez más la violencia política está resurgiendo en el continente y esto es consecuencia del descuido del que fueron objeto los deseos de gran parte de la población, que busca incansablemente una mejor condición de vida.

Algunos países quisieron mantener esta situación fuera del radar para no tener que dedicar recursos a abordarla, especialmente por razones políticas. Lamentablemente, el tiempo demuestra que no se puede ocultar una enfermedad que requiere tratamiento urgente.

Actualmente, podemos decir que el peligro es real y que los actores que tienen voz autorizada deben hablar. Somos conscientes de que un pueblo que ha pasado por muchas dificultades nunca será moderado si no hay ningún cambio real en su vida.

Pero la vida de un ser humano, el orden público y el respeto de las instituciones son principios que nadie debería transigir. Lamentablemente, el odio es una pasión colectiva y no debe convertirse en un programa político.

Los discursos violentos y los crímenes de odio son comunes y su número ha aumentado en los últimos años. Además, el clima económico y social también juega un papel importante en el surgimiento de esta política de odio.

Las crecientes desigualdades, el desempleo persistente y el acceso limitado a las oportunidades pueden crear sentimientos de frustración y abandono en muchas personas.

Los líderes extremistas explotan hábilmente estos sentimientos de desesperación ofreciendo chivos expiatorios, ya sea por el origen étnico, la religión e incluso la xenofobia.

Esta retórica tóxica crea un enemigo común en el que centrar la ira, distrayendo así la atención de los verdaderos problemas estructurales.

Ante nuestros ojos hemos visto morir miles de vidas, acciones muy violentas llevadas a cabo por simpatizantes políticos de ciertos líderes de izquierda o de derecha. En algunos casos esto ha provocado desplazamientos forzados que desgarran a muchas familias, separan a los niños de sus padres, separan a hermanos y destruyen las redes familiares.

Tenemos como ejemplo a Venezuela donde la violencia política está en pleno apogeo: buena parte de la población se vio obligada a huir de sus hogares y muchos han muerto en el camino.

El golpe de Estado en Bolivia que tras unas elecciones disputadas, varios días de manifestaciones violentas y motines entre la Policía y con la intervención del Ejército, obligó al presidente boliviano, Evo Morales, y a su adjunto, Álvaro García Linera, a dejar el poder.

En 2021 manifestantes identificados con el saliente presidente, Donald Trump, irrumpieron en la sede del Congreso de los Estados Unidos después de que aquél se negara a aceptar los resultados de las elecciones.

En la cuenca del Caribe, Haití es un caos total, en el que hombres y mujeres provocan la violencia a través de sus discursos hasta el asesinato del presidente de esta República, Jovenel Moïse.

Por su parte, en este 2023, en Ecuador, el candidato presidencial centrista, Fernando Villavicencio, segundo favorito en las encuestas, fue asesinado a tiros en un mitin político ante los ojos de todos.

Todos estos ejemplos nos muestran que la política del odio y la violencia está dentro de nuestras puertas y que debemos reaccionar lo más rápido posible para evitar lo peor.

Sin embargo, es fundamental señalar que la política del odio no es un fenómeno inevitable. Las desigualdades en oportunidades, el poder político, el acceso a la Justicia y otros recursos y servicios básicos pueden causar resentimiento, exclusión, tensiones sociales y conflictos que podrían conducir directamente a la inseguridad y al extremismo.

Pero la paz civil requiere respeto por las leyes y las vidas de otros seres humanos. Porque la ira, incluso comprensible, nunca podrá legitimar el odio y la violencia dentro de una sociedad civilizada.

Vender discursos de odio y de violencia solo para llegar al poder es muy peligroso para la supervivencia de una sociedad sana.

Pero lamentablemente, hemos regresado a una peligrosa manifestación de la política: a su caŕacter emocional, reviviendo una era de pasiones que se retuercen en la legalidad de las instituciones de la democracia occidental tal como la conocemos; y lo más alarmante es que ninguna sociedad contemporánea está definitivamente protegida de ellas.

Los viejos racismos todavía pueden habitar nuestro futuro. Para evitarlo, ahora es necesario hacer oír la voz de quienes tienden puentes y permiten encuentros, y no solo el ruido de quienes destruyen y dividen.

Es decir, expresar nuestro rechazo a los extremos y nuestra determinación de desarrollar un verdadero pluralismo, una filosofía de vida política que asuma eficazmente al pluralismo a través del diálogo verdadero y la reconstrucción de consensos, es un trabajo que dependerá del compromiso de mujeres y hombres decididos a cambiar las cosas, a valorar las diferencias.