Por Carlos Duclos

Mañana es el gran día. Todas las miradas de la Tierra están puestas en las elecciones de Estados Unidos. No es para menos, el Tío Sam elige presidente o, lo que es lo mismo, un regente para gran parte del mundo. Suena mal, pero es la realidad. Y para más sazón del asunto, aparece un magnate excéntrico, no político, con posibilidades de tomar el poder. Impensado.

En este contexto, acuciado por la inminencia de estas elecciones y por la urgente necesidad de despojar del lastre que la hundía ante la sociedad norteamericana, el FBI se ha apurado a exonerar una vez más a Hillary Clinton, investigada por usar un servidor privado para enviar mails oficiales. La acusación parece cosa de nada, pero no lo es, porque que una Secretaria de Estado de la primera potencia mundial use un servidor privado, no encriptado ni monitoreado por seguridad, poniendo en riesgo la protección nacional no es poca cosa.

Pero además hay otras cuestiones. Como publica el diario El País de España, “la reapertura del caso de los ‘emails’, en la recta final de la campaña, ocurrió en el marco de otra investigación. Los agentes encontraron los nuevos correos en varios aparatos electrónicos propiedad del ex congresista Anthony Weiner, investigado por enviar mensajes obscenos a una menor. Weiner es el marido de Huma Abedin, la mano derecha de Clinton. Ambos están separados”. Catastrófico para los parámetros políticos norteamericanos.

Las circunstancias electorales, los intereses de las corporaciones norteamericanas y mundiales pesan en todo esto, claro, y disponen a algunos a impedir que un impredecible Donald Trump alcance la presidencia de Estados Unidos. Todo es tan fuerte, que hasta el mismo presidente Barack Obama se ha unido a la campaña en favor de Hillary. Ya en agosto el titular de la Casa Blanca había dicho durante una conferencia de prensa, nada menos que junto al primer ministro de Singapur, Lee Hsien Loong, que “el candidato republicano no es apto para servir como presidente».

El asunto de la posible llegada del magnate Donald Trump a la presidencia de Norteamérica ha puesto los pelos de punta a muchos: a algunos republicanos que lo han abandonado, a operadores internacionales, y a algunos incluso de cierto tinte progresista, lo que pone en evidencia dos cosas al menos: que ciertas diferencias ideológicas que se muestran son para el mercado incauto e inocente y que hay miedo porque Trump podría salir disparado para cualquier lado.

Bueno, después de todo, algunos, entre ellos los amantes de la nueva Rusia y de lo que ella significa, no deberían olvidar que el mismísimo presidente de Rusia, Vladimir Putin, ha dicho del verborrágico y mediático candidato republicano que «es brillante, muy pintoresco, tiene mucho talento. Un líder absoluto”. ¡Ah mundo, mundo!

Que es pintoresco no hay ninguna duda y de que es capaz de romper con los cánones de la política, que en muchas ocasiones se basan en los pilares de la hipocresía, tampoco. Trump suele decir cualquier cosa, aun cuando ese cualquier cosa pueda tomarlo el enemigo para destrozarlo. Pero no es tan tonto como para expresar aquello que la rancia naturaleza norteamericana no quiera escuchar. Se puede estar de acuerdo o no, pero es innegable que el típico norteamericano que ha ido perdiendo hegemonía y presencia en aquella sociedad aplaudió cuando en Texas el candidato republicano subió al escenario a madres que perdieron a sus hijos a manos de inmigrantes ilegales y prometió deportar a los inmigrantes criminales.

De paso, recuérdese que algo por el estilo dijo hace pocas horas atrás el senador nacional “kirchnerista” Miguel Pichetto, a quien muchos defensores de vaya a saberse qué cosa cuestionaron, y los amigos que ganan en el río revuelto de la inseguridad y el desorden (porque les conviene eso política e ideológicamente) repudiaron. ¿Qué debe hacerse con un inmigrante ilegal y criminal?

Pero para terminar por el tronco y no por las ramas, el mundo está expectante ante las elecciones de mañana en Estados Unidos, pues en ellas podría ir el destino no sólo del país del norte, sino de buena parte del mundo. Podría, se dice, porque tampoco puede creerse que el jefe de Estado de la primera potencia planifica las políticas planetarias. Detrás de ese presidente hay un poder oculto que, desde luego, desconfía de Trump, el magnate impredecible que construye edificios en todas partes, incluso en Uruguay y Argentina.