MARTES, 26 DE NOV

Aislamiento y psiquis: cuando esperar conductas racionales es lo más irracional

El encierro regulado, si están las necesidades básicas cubiertas, nos enfrenta a la caída del velo. ¿Cuánto soportamos al otro y a nosotros mismos? ¿Cuánto la rutina nos evita asomarnos a nuestro abismo? Preguntas quizás sin respuesta y la mirada de una profesional.

Foto: Agencia NA// Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 

Por Facundo Díaz D’Alessandro

Aislar a la sociedad es un experimento que ningún país del mundo, justamente por la falta de experiencia, sabe cómo manejar. Si la prueba y el error se imponen sin remedio, entonces achicar el margen es providencial para permitirles a los ciudadanos atravesar el período lo mejor posible.

Una vez cubierto ese frente (si es que se hace efectivo en forma satisfactoria), básicamente en términos materiales, el encierro obliga a ponerse frente al abismo de uno mismo y esto puede tener consecuencias: reveladoras, aterradoras o esperanzadoras, dependiendo de cómo se encare el asunto.

Algo de esto es lo que señala la psicóloga Karina Abella, previa aclaración de que si bien “no es la misma pandemia para todos” ya que muchas personas “tienen que enfocarse en cómo sobrevivir sin ingresos y con chicos en la casa, o en cómo se recuperarán económicamente cuando esto termine”, para otros puede ser “una gran posibilidad de volver a descubrir y rescatar el pulso de cada experiencia en su día a día”.

“Una cosa es despertarme y otra levantarme. Una acostarme y otra dormir, o tener hambre y sentarse a comer. Los urbanos occidentales, racionales e hiperlógicos hemos perdido el ritmo de lo doméstico. Los más inteligentes, en este mundo, pareciera que son los que mientras hacen una cosa hacen otra”, se explayó la analista consultada por Conclusión.

Y detalló: “Mientras bato el huevo armo la lista del súper y contesto el teléfono. Se ve en el plano más descarado e inadvertido en WhatsApp. Pasa de planear con el amante la próxima posición del kamasutra e inmediatamente le contesta al pintor para que pinte el balcón. Uno pasa de una cosa tan intensa a la otra como si nada y esto habla de que somos cuerpos muy superficiales.”

Podríamos decir que esta pandemia facilitó que todos nos saquemos la máscara y ver cuánta gente necesita imperiosamente un escenario (balcón) para brillar.

Como se dijo, estas circunstancias son excepcionales, y aunque abundan las menciones a la ‘guerra bacteriológica’ y el ‘enemigo invisible’, que permitirían trazar paralelas con períodos de posguerra para vislumbrar el mañana, lo cierto es que ni el mundo ni sus habitantes (y las cosmovisiones que los mueven) son los mismos que en otras épocas, sin ir más lejos, el siglo XX.

“A diferencia de la época de guerras, creo que esta reclusión nos encuentra en una sociedad totalmente diversificada, en distintos grados de urbanidad. Son pandemias diferentes la de un empelado de un banco de Rosario, de 25 años y otro en La Quiaca que cuida ovejas. Es difícil predecir un impacto o cambio general, estamos totalmente diferenciados y especificados todos”, expresó la psicóloga.

Además, señaló que este entuerto “nos encontró en un grado de narcisismo e individualidad feroz” y a la vez “en distintos grados de sometimiento y entrega a las redes (sociales)”.

Todos aquellos a los que esta pandemia los encontró adheridos y pegados a sus proyectos personales (que se han hecho agua), son los más desorientados.

“Podríamos decir que esta pandemia facilitó que todos nos saquemos la máscara -entre comillas- con lo que de la máscara nos podemos sacar en redes. Si uno ve allí cuánta gente necesita imperiosamente un escenario (balcón) para brillar. Tiene que ver con este gran narcisismo e individualidad al que nos fue llevando esta sociedad y que muy pocos pudieron resistir. Entonces esta pandemia nos encuentra en un punto que para confirmar que estoy viva depende cuantas personas pusieron me gusta en la foto que publiqué”, profundizó Abella.

ILÓGICO SER LÓGICO

No es disparatado ni vano el planteo, basta revisar postulados de uno de los filósofos más lúcidos de la hora y bastante difundido en los últimos años, cuyo análisis cobró vigor a la luz de los acontecimientos, el coreano residente en Berlín, Byung Chul-Han, quien habla del siglo XXI como un “tiempo sin aroma” que no tiene principio ni fin (por ende tampoco sentido), no hay trascendencia. La sociedad, así, se atomiza en individualidades y cada uno, ya “libre”, se convierte en su propio esclavo, dominado por unas cadenas imposibles de romper en tanto invisibles y propias.

En ese sentido, la psicoanalista resaltó como fundamental no esperar “conductas lógicas” de nuestro entorno.

“Es una experiencia nueva para todos y son totalmente entendibles todas las reacciones. Tenemos distintos grados de desorientación y a todos aquellos a los que esta pandemia los encontró adheridos y pegados a sus proyectos personales (que se han hecho agua), son los más desorientados”, expresó.

Sería un gran logro que perdamos un poco de nuestras intensidades. El poder sacar un poco de intensidad en determinadas conductas y comportamientos y ponerlas en otras… Dejar de ser para afuera

“Lo podría resumir diciendo que vivimos en nuestras superficies. Hay mucha gente que necesita dormir durante el día porque está más lúcido a la noche y tenemos un sistema social que no lo permite. Hay organismos que necesitan horizontalidad a la siesta. Todas estas características específicas se van apagando porque tenemos horarios rígidos para todo. Poder descubrir la identidad somática para rescatar y salvarnos en nuestro verdadero pulso”, se aventuró la profesional de la psiquis, en el diálogo con Conclusión, como una de las posibles salidas positivas.

En ese sentido, alentó la posibilidad de “poder tener experiencias sin interrumpirlas”.

“Conectarme con el sueño y sentirlo sin que sea con tanto agobio, que necesite tirarme a la cama ya. Sentarme a desayunar y no inmediatamente contestar el celular. Me parece que podemos recuperar parte de esta continuidad de cada experiencia, nos va  ayudar a recuperar nuestra integridad interna”, indicó Abella.

Y concluyó, de cara al futuro: “Soy pesimista respecto a un cambio sistémico, pero creo que sería un gran logro que perdamos un poco de nuestras intensidades. El poder sacar un poco de intensidad en determinadas conductas y comportamientos y ponerlas en otras que teníamos más débiles, va a ser un gran logro para todos. Dejar de ser para afuera”.

 

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