Por Carlos Duclos

Ahí está, claro como el agua, se les quita a los argentinos los noventa minutos de emociones, los noventa minutos de pasión, y era lo único que faltaba en el marco de tanta quita. El vicepresidente de Nueva Chicago, Daniel Ferreiro, fue contundente: «este semestre no habrá fútbol porque la situación es inviable». Y esta es la realidad del fútbol argentino, una realidad penosa, indignante.

No puede negarse el hecho cierto, más cierto que cualquier otro, de que el fútbol en nuestro país no es sólo un deporte sino una cultura, una emoción fuerte en el que, misteriosamente, se encuentran hombres, mujeres, niños, ancianos, ricos, pobres, es decir todos, o casi todos. Claro que este encuentro de todos se acaba en los partidos, en los momentos en que cada uno defiende su color, pero el fútbol es el lugar de encuentro de los argentinos y, por lo demás, una de las pocas cosas que le dan sentido a una vida social que a veces es penosa (¿a veces?) en razón de políticas que en lugar de cultivar el sentido de la vida digna y en paz, son abono para la aflicción.

Y así se vive en Argentina, con inflación, con desempleo, con aumentos de impuestos y tarifas y sin fútbol. Claro, se podrá argüir aquello de… ¿y acaso la ausencia de fútbol es tan importante cuando faltan tantas otras cosas? Bueno, lo que sucede es que si a un pueblo también le sacan la causa de la emoción, señoras, señores, ¿qué le queda?

La situación que se da con el fútbol actualmente, marca de manera incontrovertible la mediocridad, la degradación, el bochorno en el que debe desenvolverse la humanidad de la Patria, gracias a una casta de dirigentes de toda laya y de todos los sectores que sería mejor perderlos que seguir teniéndolos. Ferreiro ha sido valiente y sincero al expresar, sin vueltas, que todo esto es inviable. Ojalá, no obstante, que los argentinos no deban esperar seis meses para ver rodar la pelota nacional mientras se conforman con ver al Barcelona o al Real Madrid. Una vergüenza.