Por Belén Corvalán

El termo de acero descansa en la mesa de madera, junto al mate, ambos sobre un repasador floreado doblado en cuatro. El mate, tradición y condición para que la charla comience. Dueño de un tono cálido y pausado al hablar, pero que cobra fuerza ante las injusticias que cuenta, el Padre Claudio Castricone, oriundo de la localidad de Villa Constitución, se dispone a contar la realidad a través de sus ojos. Entre mate y mate, el diálogo se construye, interrumpido de vez en cuando por el ruido de las motos que se escuchan afuera, y de tanto en tanto por el ofrecimiento de mate por parte del Padre, que es quien ceba.

Trabajó en barrio Las Flores durante ocho años, y en Puente Gallegos nueve, y luego viajó a Formosa en busca de una experiencia con los Pueblos Originarios, en donde residió otros cinco años. “De la experiencia me llevó el dolor, el sufrimiento de un pueblo oprimido por un gobierno dictatorial a pesar de que estamos en democracia. Aprendí que tenemos que respetar al otro tal como es, y no sólo respetarlo, sino integrarlo, y construir juntos una Patria”, destacó el sacerdote, quien la describió como una experiencia enriquecedora por el contacto con una cultura diferente, de la que se vio obligado a retornar por un problema personal.

A su vuelta, vivió seis años en Pueblo Godoy, pero cuando se cumplió el plazo del nombramiento, sintió que no era para él, y se replanteó su futuro entre las alternativas de volver a Formosa o empezar en Rosario una pastoral villera como la de Buenos Aires. Ante la duda de no saber cuál de las dos opciones tomar, lo consultó con el obispo Eduardo Martin, quien lo apoyó en cualquiera de las dos decisiones. Finalmente la balanza terminó por inclinarse hacia la idea de hacer una pastoral villera en Rosario. “La cuarta parte de Rosario es villa, algo hay que hacer me dijo el obispo”, contó el sacerdote Castricone.

“La cuarta parte de Rosario es villa, algo hay que hacer me dijo el obispo”

“La idea era estar”, expresó y bajo esa premisa hace ya un año que reside en “barrio Tablada», donde no vive la realidad de cerca, sino desde su interior.

Tablada es conocida como una de las zonas más “complicadas” de Rosario por los hechos violentos que forman parte de la cotidianeidad del barrio en el que se desarrollan enfrentamientos de las bandas narcos que se disputan el territorio para hacer su negocio. «Los ruidos de disparos y la droga son moneda corriente en este barrio que está muerto de día, pero que por la noche cobra vida hasta altas horas de la madrugada», contó.

La realidad es cruda, jóvenes y niños que a muy temprana edad recaen en adicciones, homicidios constantes por ajuste de cuentas y hechos delictivos de todo tipo que generan temor en las familias que viven ahí. Sin embargo el Padre Castricone, aseguró: “Yo nunca tuve miedo, pero no por valiente, sino por inconsciente. Desde que estoy acá nunca me han asaltado, pero en Puente Gallegos vivían asaltándome, cada tres meses me robaban, me armaba de un poquito de cosas, y me volvían a robar. Hasta ahora me estoy salvando”.

La falta de contención, y de educación, la desocupación, y el fácil acceso al consumo de drogas, ruedan en un círculo vicioso que reproduce violencia, en el que no se sabe qué es causa y qué consecuencia, y en el que día a día ningún factor de la ecuación parece mejorar.

Según señaló el sacerdote, las instituciones en las que se materializa el Estado, como por ejemplo el dispensario y las escuelas, son espacios que no se optimizan en pos de satisfacer las necesidades del barrio, ya que deberían funcionar como un lugar de contención para los chicos de bajos recursos que no tienen otros ámbitos para estar.

“En la educación hay que pegar un salto. Yo la cuestiono mucho, me parece que estamos fallando”, aseguró. Y añadió: “Si de cuarenta chicos que entran a primer año, llegan sólo cinco a ser egresados, algo está fallando, no podemos echarle la culpa a los pibes”, destacó Castricone.

“Si de cuarenta chicos que entran a primer año, llegan solo cinco a ser egresados, algo está fallando, No podemos echarle la culpa a los pibes”

Según explicó el sacerdote, el sistema educativo debería estar más presente, ya que es el único espacio al que los chicos del barrio pueden acudir dado la falta de clubes, y de medios económicos. “Una escuela no puede estar cerrada entre dos meses y medio, casi tres por vacaciones, ni tampoco sábados ni domingos. Estos chicos no tienen otros lugares. Los padres no los pueden mandar a otras actividades, entonces las escuelas deberían tener una mayor presencia», destacó. “El Estado tiene que estar a la altura de las circunstancias, y los gremios tienen que dejarse de joder con algunas cosas”, señala Claudio.

Ante la falta de espacios que contengan a los pibes del barrio, el consumo de droga en las zonas vulnerables parece ser una de las salidas más inmediatas a la que recurren los jóvenes.»La exclusión es la principal causa de que en nuestros barrios esté la droga, no sólo para el que consume, sino también para el que vende. Para muchos es su salida económica tener un kiosquito de droga», aseguró.

El fácil acceso junto a la desinformación de los daños que causa, deja el camino libre para que caigan en adicciones de las que luego se hace muy difícil poder recuperarlos. Según explicó Castricone, la falta de información con respecto a las consecuencias que tiene el consumo se origina por las fallas que presenta el sistema educativo, que no educa con respecto a los daños que ocasiona.

“No se está educando. Acá si salís a preguntarles a los jóvenes si la marihuana hace mal y te van a decir que no. Se creó la idea que te hace más daño el tabaco que la marihuana, es decir, no se trabaja en la concientización del gran daño que provoca, que te va picando la cabeza”, aseguró el sacerdote indignado. “No hay ninguna escuela que tenga en la curricula los perjuicios que produce la droga, no hay campañas para educar estos temas, es una desinformación deliberada”.

Y la problemática se acrecienta, el flagelo de la droga golpea cada día con más fuerza. Sin embargo, existen seres humanos, como es el caso del padre Castricone que cargan con esta lucha diaria intentando aportar desde su granito de arena. El “Centro de vida” ubicado en la capilla en calle Necochea y Ameghino, es una de las instituciones que trabaja sin descanso en adicciones y drogodependencia. Es uno de los nueve que hay en la ciudad que depende del Padre Misericordioso. “El primer paso es crear lugares de contención donde haya circunstancias de vulnerabilidad”, destacó el cura.

“El centro consiste en un espacio donde los jóvenes van y juegan al ping pong, al metegol, nos quedamos charlando, toman la merienda,  se los trata de contener. Ellos saben que mientras están ahí no pueden ni tomar, ni consumir. Es un lugar totalmente libre, que los chicos se lo han apropiado».

Desde la institución se intenta crear ciertos hábitos a los jóvenes que concurren, tarea que nada fácil, pero que granito a granito, en un proceso lentísimo, se hace lo posible por cambiar. «Este año participaron de una capacitación laboral. Se integraron en un Programa lanzado por la provincia de “Nueva Oportunidad, y aprendieron oficio de electricidad», contó el cura. Sin embargo las actividades se desarrollaron con muchos inconvenientes, por lo que Castricone expresó: “Son chicos que no estudian, que no trabajan. Algunos trabajan pero lo único que piensan es llegar fin de semana para tomarse todo lo que ganaron en la semana, o también consumir”.

“Tanto la droga como la delincuencia son consecuencia de la exclusión”, aseguró el sacerdote, quien indicó que hasta que no se agarre el problema de raíz, la inseguridad continuará siendo un problema de agenda. “Yo entiendo a la gente, pero eso es una consecuencia de todo esto. No podemos combatir la inseguridad llenando de policías y gendarmes, si no vamos a las causas se va a seguir multiplicando”, y añadió que “la droga y las armas es algo muy fácil de conseguir, no solo acá, en todos los barrios de Rosario. Todo el mundo está armado, lo que antes se resolvía a las piñas, ahora es a los tiros».

«No podemos combatir la inseguridad llenando de policías y gendarmes, si no vamos a las causas se va a seguir multiplicando»

Sin embargo, frente a una realidad que a veces parece desmoronarse, es necesario ver el vaso medio lleno, y comprender que siempre todos podemos hacer algo por más pequeño que parezca.

El cura propone a la humanidad que cada uno aporte «la yapa», es decir, hacer algo gratuitamente por los demás, «si la mitad de los argentinos diéramos la yapa, estoy seguro que las cosas serían distintas», destacó Castricone, quien luego concluyó con un mensaje de esperanza para la sociedad, sobre todo dirigido hacia los jóvenes: «Que le abran las puertas a Jesús, es la esperanza, quien te abre el horizonte, el que te llena de goce y felicidad el corazón, pero de una felicidad que es completa y duradera, y no la que te da un porro que dura un ratito nomás», finalizó.