Por Candi

Observar la realidad que nos circunda suele ser desagradable. Más amargo aún es comprender, por las vivencias cotidianas, que se es parte de esa realidad. Esa realidad que a menudo hace las veces de una prisión en la que se es confinado injustamente. Al hacer un paneo sobre conductas, costumbres y nuevas culturas, a ciertos seres humanos, ciudadanos de este país y del mundo, les asalta esa sensación interrogativa de… ¿»estamos perdidos»? Creo que es una reacción natural e instintiva, no perteneciente al orden racional y que está vinculada con el miedo. Cualquiera que no esté seguro del rumbo y del destino en un lugar inhóspito y hostil, tendrá esa primera sensación de estar perdido y padecerá temor. No sé cuánto grado de temor, eso depende de cada «yo». Si sé que inmediatamente después de esa emoción surgirá también el otro instinto, el de sobrevivencia que sigue acompañado, ahora sí, de la reflexión: ¿Qué hacer? ¿Cómo?

Al leer las noticias, escuchar las declaraciones de dirigentes, leer en los foros de las redes sociales los comentarios de algunas personas; al observar conductas en la calle o ver como en muchos el amor se está enfriando dando paso a un individualismo peligroso, solemos incluso afirmar: «estamos perdidos, ¿y entonces?»

Este comentario está motivado en tristes noticias acaecidas en los últimos días, en las últimas horas y que, desafortunadamente, ya forman parte del sombrío paisaje urbano; cambian los actores, pero el libreto es siempre el mismo: una mujer fue robada y asesinada, un niño fue golpeado en la escuela por ser distinto, una chica se ha ido de su casa y fue hallada muerta y siguen los «y» con un triste punto final: dirigentes ausentes o de dudosa presencia.

Cuando la persona intenta ponerse en el lugar de esos otros que son víctimas de adversidades que podrían ser evitadas y advierte que eso mismo podría sucederle en cualquier momento, vuelve a surgir el interrogante o la afirmación: ¿estamos perdidos? ¿y entonces qué hacer?

Está claro, al menos para mí, que una parte de la responsabilidad de este desamparo que sufre el ser humano de nuestros días, esta ausencia de derechos y garantías (no sólo aquí, sino en muchas partes del mundo) la tienen aquellos llamados a gobernar, pero agotar las responsabilidades sólo allí me parece insuficiente y misérrimo. El poder privado las comparte en gran medida y los ciudadanos tienen su porción de responsabilidad también.

En el marco de esta realidad de la que hablamos, es una ofensa, un sometimiento a los hombres de bien, inocentes y buscadores de la paz y una traición a los hijos, nietos y descendencia, que haya tanta absurda confrontación, enojo, rencor y hasta odio en algunos casos. Reflexionar sobre declaraciones de ciertos dirigentes y sobre los comentarios de sus seguidores (fanáticos sin remedio algunos) da pena.

Si se desea más paz, más justicia, más vida digna, no hay otro camino que el de la reconciliación y la unión. No para pensar igual, sino para respetarse en la diferencia, para encontrarse en el mismo deseo. Sólo por ese camino se puede alcanzar el fin loable y necesario de la paz interior de cada ser humano y la paz social.

Es muy difícil, no obstante (la historia lo demuestra) comprender y aceptar que no se es mejor o peor por pertenecer a un partido, a una religión, a una raza, a un sexo o por ser ateo, heterosexual u homosexual. La pertenencia, sabemos, no determina lo bueno ni lo malo. Pero parece complicado aceptarlo y más complicado aún ejecutar las acciones que sugiere esa verdad. Y en tanto sigamos fanatizados, odiando al otro porque no piensa igual, seguiremos sin encontrar el camino ni alcanzar la paz. Pero hay algo mucho más triste y más injusto que eso: arrojaremos al desierto a nuestra descendencia.

Hay una multitud, una gran masa, en el laberinto del desencuentro, del enojo, de la confrontación. Una multitud que no llegará a ninguna parte, al menos buena, y que seguirá prisionera sin hallar la libertad sino se reencuentra en el afecto y no en el odio, sino entiende que puede haber unidad aun en la diversidad. Y eso es lo que debemos exigirnos primero a nosotros mismos y luego demandarles a los dirigentes, a todos.