La misión de un texto será siempre (debería serlo) dejar un rastro, una señal, y lograr, cuanto menos, transportar al lector a un debate íntimo, a una reflexión. En todos los escritos se encuentran señales, ideas, u opiniones que pueden enriquecer. Incluso aquellas cosas que aparecen deslucidas, decididamente inútiles, pésimas y profanas son útiles, pues colaboran en el aprendizaje de aquello que en lugar de ocupar un lugar en la mente debe ir directamente al cesto de lo descartado o la basura.

Hace un tiempo llegó a mis manos un libro cuya autoría le pertenece a esa bonita y talentosa actriz que terminó de modelar como tal quien fuera su pareja, el laureado director Ingmar Bergman. Se trata nada menos que de Liv Ullmann, intérprete de películas como la recordada “Casablanca”, que vi por vez primera en mi juventud, cuando yo no era el de hoy sino ese otro que no sé en qué punto del universo está. Pero claro, eso es al margen. El libro se llama «Senderos» y de él quiero rescatar un párrafo que ella le dedica al amor de la pareja: «Espero que dos personas puedan crecer juntas, una al lado de la otra y darse felicidad. Sin que una tenga que ser aplastada para asegurar la fortaleza de la otra. Quizás el madurar sea dejar que los otros sean, que sean ellos mismos».

Hablar del amor (pero del amor y no de su clon grotesco, tan de moda hoy, que ni se le parece) es algo complicado en tan poco espacio. Desde Moisés, pasando por San Pablo, Balzac, Petrarca y Napoleón, todos los seres humanos se han expresado sobre el amor. Cuando ese que fui leyó al poeta libanés Gibrán, se quedó con una frase casi utópica para muchos amantes de estos días: “El amor sólo da de sí y nada recibe sino de sí mismo. El amor no posee, y no quiere ser poseído, porque al amor le basta con el amor.

Bastante difícil de aplicar por aquellos que han sido encantados por las luminarias del posmodernismo, en donde el mercado, cuyo único propósito no es el mejoramiento del ser humano y el logro de su paz interior y social, sino el dinero, impone la cultura del trueque, del “consumo de la cosa”para adquirir otra rápidamente supuestamente mejorada.

Esta cultura, que necesariamente incluye la muerte literal y metafórica, la muerte biológica y de derechos, de sueños, de oportunidades y de calma, de ningún modo puede aceptar el principio de Gibrán y de tantos otros: “el amor no posee; y no puede, porque estaría atentando contra su propio principio (perverso, desde luego): el de la posesión del otro a favor del poder concentrado.

Es por tal motivo que el amor, en su fase natural, prístina, genuina, hoy está maculado en muchos seres humanos, incluso en los amantes que hoy pueden ser dos y mañana nada. Esos amantes que definen amor como simple sentimiento, sin reparar que el sentimiento también demanda decisión, esfuerzo, compromiso, sagacidad y travesura para mantener viva la llama. Todo esto podría traducirse en tolerancia, disposición, comunicación, comprensión, compasión, sin dejar de alimentar al dio Eros, desde luego.

Confundir al amor como sólo un sentimiento entraña riesgos, porque el sentimiento, como tantas cosas en la creación, se apaga ¿Y entonces? Pues el arte de amar, el arte de resucitar al sentimiento, como dijo un sabio alguna vez, consiste en enamorarse (enamoramiento, que es la primer fase del amor) muchas veces en la vida, de ser posible siempre de la misma persona. Este es el desafío de los amantes.