Por Ignacio Fidanza

Es el político de su generación con el cuero más duro, el que más sapos se tragó, el que le puso el cuerpo a situaciones imposibles. Tiene la convicción política de los supervivientes. Sabe que la muerte está siempre demasiado cerca como para andar perdiendo el tiempo.

Cristina corrigió sobre el fleje el grave error político que había cometido: la fórmula Wado-Manzur para ir a una interna de final incierto contra Scioli y Alberto ponía al Gobierno en riesgo de crac y colocaba al peronismo ante el horizonte de una derrota histórica. Eludió todo lo que pudo el costo de ser jefa, hasta que asumió el rol y ordenó.

Como se anticipó en esta columna hizo exactamente lo que tenía que hacer: negoció con Alberto, bajó a Wado, subió a Massa y ordenó las listas. No era tan difícil. Y Juntos sintió el impacto que pone a Larreta ante un rival muy incómodo, que le muerde el voto de centro y lo conoce demasiado bien. Que levanta el alambrado y abraza radicales, partidos provinciales, liberales.

Massa siempre fue la bestia negra para Cambiemos. Uno de ellos pero peronista, que es como decir que es peor, pero también mejor, o si se quiere, más peligroso. Ahora lo tienen enfrente como candidato. Saben que va a trabajar 25 horas por día para ganarles. Que opera a veinte bandas, que agrupa poder real, empresarios, justicia, medios. Como ellos, pero del otro lado. Es decir, que además suma sindicalistas, intendentes, piqueteros. Y también llega a Milei, porque él también es un hijo de los noventa. Por eso Maslatón.

Su coronación como candidato siguió el mismo camino tortuoso que su arribo al Ministerio de Economía. Calcado. Primero, Cristina lo dejó en la puerta, mascullando en silencio. El empujó y logró meterse. Paso entonces y pasó ahora. Porque de lo que se trata es del parto de un nuevo liderazgo en el peronismo.

Todo le cuesta porque en ese nivel del poder nadie se engaña. Lo reconocen como un par. Un jefe que quiere ser jefe. Entonces hay que frenarlo.

Hay que reconocerle a Cristina que cumplió lo que dijo. Le costó, pero cumplió. Ahora sí se corrió en serio. No puso un títere, aceptó un político voraz. Como ella.

Massa cumplió su plan con una eficacia que da miedo. Estaba atrapado en la Cámara de Diputados, intentó de mil maneras ser jefe de Gabinete, no pudo, pero cuando la crisis económica estalló no dudo: abrazó un cargo para el que no parecía preparado y la fue llevando hasta volverse indispensable. Con los resortes del Ministerio de Economía ampliado expandió sus alianzas. Tejió. Y cuando llegó la hora de definir, no pudieron ignorarlo. Si renunciaba, el Gobierno entraba en crisis. «En los últimos cien metros Massa es letal», reconoce con resignada admiración un dirigente que jugó para Wado.

¿Cómo pudo ser candidato el ministro de la inflación de tres dígitos? Tal vez porque las cosas no son tan lineales como las plantean algunos economistas. Hay inflación y hay empleo. Faltan insumos y la actividad industrial crece. Es un país más pobre, que duele, pero aguanta. No hay que subestimar el relato de una Argentina que da vuelta con Vaca Muerta, el litio, la minería, el campo, la industria, navegando con todos adentro.

Por ahí será la campaña y Juntos tiene que pensar muy bien si la épica del ajuste es la que más convoca para ganar. Durán Barba cree que no. Larreta nunca menciona esa palabra y Bullrich ya empezó a negar que piense privatizar. No hay tontos en este juego.

En medio de la polarización alimentada por algunos medios, empieza una nueva etapa en la Argentina. El arribo de Massa y el sutil paso al costado de Cristina es la contracara de la renuncia de Macri a su candidatura. Es posible que sea ingenuo imaginar que la grieta terminó, pero pierden centralidad dos de sus motores más importantes.

Los que están enojados van a seguir enojados por un tiempo. Es natural. Pero la distancia real entre Massa y Larreta o Gerardo Morales, es nada si se la compara con las diferencias que separaban a Cristina de Macri. Hay un país posible que se insinúa en estos cambios tan importantes como minimizados, que estamos transitando.