La visita del presidente Mauricio Macri a la ciudad de Rosario, para dar inicio al ciclo lectivo de la Universidad Nacional, ha dejado mucha tela para cortar. Sin duda al pasar el fragor de las primeras horas, muchos analistas políticos harán lo propio.

Pero lo que sí puede vislumbrarse, más allá de las simpatías o antipatías que el primer mandatario despierte, es un muy amargo sabor provocado por el descomunal operativo de seguridad que se adueñó de plazas y  calles de la ciudad.

Está claro que una visita oficial de un Presidente moviliza altos dispositivos de seguridad, pero, en este caso, se realizó un despliegue que, además de impedir el más mínimo contacto del primer mandatario con sus gobernados, lleva a preguntarse si no tuvo también un fin intimidatorio.

Dobles y triples vallados, cordones de Gendarmería Nacional, Policía Federal y Provincial, y hasta la presencia de un camión hidrante, algo que hace muchos años que no se veía en las calles.

Cabe preguntarse si, más allá de las lógicas medidas protocolares de seguridad, en tamaño procedimiento no subyace un mensaje que pretende apabullar próximas protestas, a la vez que preanuncia tiempos más oscuros, en los cuales las crecientes medidas represivas pasarán a formar parte del paisaje cotidiano.

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