Los clubes de trueque funcionan como una especie de síntoma de las crisis económicas que atraviesan el país. En el 2001, ante los altos índices de desempleo, esta modalidad de comercio vivió un auge exponencial. Se estima que en su apogeo participaban 2.5 millones de personas. Sin embargo, muy lejos de haber quedado en el pasado, esta estrategia comercial utilizada para paliar las necesidades básicas, regresó y va en aumento.

Hoy los clubes de trueque vuelven a instalarse. En la ciudad de Buenos Aires, esta práctica se replica masivamente en los distintos barrios, donde cientos de personas asisten, y ya no únicamente en busca de ropa, sino de alimentos.

Silvia Aranda, tiene 43 años, y hace dos años, en agosto de 2016, tomó la iniciativa de crear uno de los tantos clubes de trueques que hay en Merlo. Cada vez que abre sus puertas recibe alrededor de 800 personas. “Se creó ante las necesidades de que no hay trabajo, la plata no alcanza, hay familias que tienen muchos nenes, y todos muy seguidos. Es un momento complicado, por más que trabajas al aumentar tanto las cosas, hoy en día no hay sueldo que te alcance para poder vivir”, cuenta a Conclusión. “Yo pasé muchas crisis. En el 2001 fue terrible, mi mamá iba a los trueques, y nosotros íbamos con ella”, dice Silvia respecto a un recuerdo que la invade y no parece haber quedado tan lejos.

Actualmente el aumento en las tarifas de los servicios, el trasporte y el combustible, resultaron factores determinantes en la suba de precios a nivel nacional. Según los datos del Indec, en abril la inflación fue del 2,4 por ciento y las canasta de pobreza e indigencia subió un 3,05 por ciento, sumado a la devaluación, y la retracción en el mercado laboral. En tanto, para mayo ya se advierte una inflación del 2,8%. Todos estos datos forman parte del contexto en el que se enmarca este fenómeno que se replica diariamente. “Acá levantas una baldosa y hay un grupo de cambio”, dice Aranda, y agrega: “Llegan fechas que las chicas ya no saben que publicar, que se nota que no hay plata. Antes se cambiaba solo ropa que estaba en la casa y que no se usaba, pero ahora con todos los aumentos se empezaron a incluir también todo lo que es comestible, hasta pan piden. También leche, fideos, arroz, puré de tomate, latas, pañales”.

En un principio se realizaba en una plaza pública del barrio, pero más de una vez inspección municipal les sacó toda la mercadería, al estar prohibido por ley. Por eso decidieron en conjunto llevarlo adelante en el Club Unión, a tres cuadras de la Estación de Merlo, donde se cobra una entrada de 15 pesos para sostener el costo de alquiler del espacio y de las sillas y mesas que utilizan, que permite que los interesados puedan exponer sus cosas a modo de feria.

Con el tiempo, este sistema de cambio fue adoptando una mayor organización. Para ello, el grupo de Facebook es clave, ya que la red social que tiene más de 40.000 miembros, es donde se publican y se coordinan los cambios. El grupo tiene dispuestas reglas y equivalencias de productos. Se puede cambiar de todo menos bebidas alcohólicas, ni cigarrillos, así como tampoco se maneja dinero, únicamente cuando se cobra la entrada de ingreso. “Buscamos que sea ayuda para ambas, tanto para la que publica como la que pide”, dice.

Lorena Roa, es otra de las mujeres que lidera un grupo de trueque. Mamá de tres hijos, hace un año que los organiza dos veces por semana en una plaza de barrio Arco Iris, en donde recibe alrededor de 200 personas cada vez que lo hacen. “Es un barrio muy humilde, se ve mucho la necesidad”, cuenta, y agrega: “Cuando arrancamos no había la necesidad que hay ahora”.

“Hay mamas que vienen en las que me veo a mí cuando era más joven, yo ya la pasé”, dice respecto a lo que la impulsó a crear el grupo, y recuerda cuando en plena crisis del 2001, recorría todos los clubes de trueque de la mano de su niño para poder cubrir las necesidades básicas, “y hasta tenía que ir a los comedores”, rememora.

“Está muy difícil llegar a fin de mes. La situación de todos está jodida, hasta para cambiar”, concluye.