MARTES, 26 DE NOV

Dos referentes de Conadep reflexionaron sobre la dictadura

Graciela Fernández Meijide y Magdalena Ruíz Guiñazú recordaron, en entrevista exclusiva de Conclusión, cómo fueron aquellos oscuros años de lucha incansable contra la junta militar.

 

Por Fabrizio Turturici

No es valiente el que no siente miedo, sino el que sabe conquistarlo y avanzar, pese a los temores más paralizantes, en busca de un objetivo.  Hubo personas que, durante la terrible y sangrienta dictadura del ’76, arriesgaron su vida persiguiendo un futuro mejor. El legado que nos dejaron estos valiosos íconos por la lucha de los Derechos Humanos está a la vista: más de tres décadas de democracia ininterrumpida.

En el marco de la Memoria, la Verdad y la Justicia, Conclusión entrevistó a dos referentes históricas en lo que —ellas mismas— denominan “la causa sagrada”: la activista Graciela Fernández Meijide y la periodista Magdalena Ruíz Guiñazú; que formaron parte de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep).

“No es que el día de ayer lo haya vivido de una manera especial —relata Meijide—. La sensación es que cuando se pone un número redondo, 40 en este caso, cobra una especial atención. También, tiene que ver con la actitud de un gobierno nuevo, de la visita del presidente estadounidense Barack Obama y demás. Se juntaron muchas cosas”, referenció la política argentina.

“Hace cuarenta años se dio el último y más sangriento golpe militar, el de perversidad más profunda. Ayer, la gente le dijo Nunca Más. Antes, había una especie de consenso con los golpes militares. El último fue el sexto, entre el ‘30 al ‘76. Siempre hubo en Argentina enorme tolerancia social. No obstante, los niveles de violencia oculta y feroz que desarrolló esta dictadura, trajeron consigo una lección que llevó a que se investigara y efectuara el juicio”, señaló la escritora de cuatro libros sobre el tema.

— Recordarlo es doloroso, pero necesario. ¿Podría contarme en primera persona cómo fueron aquellos días?

— Eran días con un final anunciado, ya que desde meses atrás se venía hablando de la posibilidad del golpe. A medida que se deterioraba el gobierno de Isabel, y con la muerte de Perón, aumentaron las dificultades económicas. Además, tanto Montoneros como el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) habían vuelto a la lucha armada. Desde el paramilitarismo habían aparecido la Triple A de López Rega y el Comando Libertadores de América en Córdoba, fuerzas paramilitares dedicadas a perseguir militantes de izquierda o progresistas. En medio de eso, el temor y la angustia hizo que la oferta de los militares, que siempre es la misma, “venimos a poner orden y restaurar la paz”, fuera bien recibida por el pueblo argentino. Tuvieron que pasar muchos años, mucho sufrimiento, mucha sangre, muchos niños robados, mucha tortura y mucha desaparición de los asesinados para que se comprendiera que no era esa la forma para salir adelante. Así que, si hay algo que tenemos que celebrar desde hace cuarenta años, es que los argentinos estamos unidos en rechazo de un gobierno militar. Luego podemos tener dificultades para formar democracias sólidas, ese es otro tema.

— A través de la desaparición de su hijo, Pablo, se compromete en la lucha contra la dictadura…

— Lamentablemente, me comprometí en la causa después de la desaparición de Pablito. Pero por suerte lo hice. Fue cuando se llevaron a Pablito de nuestra casa… en octubre del ‘76.

— ¿Y cuándo fue que perdió la esperanza de encontrarlo con vida?

— (Flaquea). Dos años después, fui dándome cuenta de que, en realidad, los habían asesinado; que no había desaparecidos con vida. En mi caso, supe que tenía que buscar todos los elementos posibles para que, si algún día alcanzáramos a hacer justicia, pudiéramos acusar a esta gente que se garantizaba la impunidad con la desaparición de los cadáveres.

— ¿Cómo explica la figura del desaparecido? ¿Qué se siente no tener un cadáver a quien llorar? ¿Esperar todos los días de tu vida que esa persona vuelva?

— Yo lo miro desde el otro lado. Desde el propio desaparecido que se siente agobiado desde el momento en que lo agarran, por la tortura sufrida. La misión del secuestro clandestino es siempre que el secuestrado hable rápidamente, que brinde contactos lo antes posible para ir en busca de otros. Es decir, para destruir las células. Esa política se aprendió de los franceses en Argelia y de los norteamericanos en Vietnam. Aquí, los militares argentinos lo que hicieron fue ponerle creatividad. Entonces, el propio desaparecido tiene la conciencia de que ni siquiera pueden buscarlo. Debe ser una angustia muy, muy, muy fuerte. Ahora, respondiendo a tu pregunta, para nosotros fue una búsqueda —primero— por los canales normales. Ir a denunciar a la policía, como si fuera un delito común; presentar hábeas corpus y que fueran rechazados. Al final, entendimos la complicidad del gobierno y perdimos todas las esperanzas posibles de que el mismo se hiciera cargo. Era un régimen fraudulento, no sólo por el Golpe sino por lo que decía y lo que terminaba haciendo.

— Ése fue su recorrido hasta que se incorpora a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos…

— Después del secuestro de mi hijo, me ofrecí para ser colaboradora de la organización. Yo estuve durante toda la dictadura recabando información y recogiendo testimonios. Hasta que en el ’83, con la recuperación democrática, formé parte de la Conadep, que fue la primera comisión oficial y con plenos poderes dedicada a buscar todos los datos, documentos y denuncias posibles sobre los desaparecidos en el país y fuera del mismo.

— ¿Es correcto establecer el número de 30.000?

— Fue un número simbólico que en su momento tenía cierto sentido para los que estaban exiliados, para poder llegar a los organismos internacionales y de Derechos Humanos, para que se ocuparan de lo que estaba ocurriendo en Argentina. En realidad, nunca se pudieron lograr denuncias absolutamente documentadas de más de 8 mil desaparecidos. Hay diferencias entre si se toman desde el ‘69 o desde el ’76, pero eso no hace a la diferencia. En resumen, yo creo que fue un número simbólico y que nunca hubo 30 mil desaparecidos. Si uno toma eso, se puede preguntar “¿y los 22 mil que no están registrados en ningún lado, no tenían familiares, amigos ni conocidos? ¿Nadie los extrañó ni los denunció?” Es impensable…

— Luego de la incansable lucha de Conadep, llega el Juicio a las Juntas. ¿Cómo vivió ese momento?

— Me pareció muy impresionante cuando los militares se pusieron de pie para recibir a los jueces. Ellos, acostumbrados a manejar vida y honra de la gente, tuvieron que someterse a la justicia civil. Luego, el resultado de las condenas fueron gratificantes: un gobierno civil condenó al Terrorismo de Estado. Esto nunca había pasado en la Argentina…

 

En segundo turno, Magdalena Ruíz Guiñazú ofreció su mirada exclusiva para resignificar los acontecimientos, en una opinión sintonizada con la de su ex compañera de Conadep. La periodista de innumerables reconocimientos por su trabajo, recordó —entre otras cosas— cómo fue, por primera vez, dar voz en la radio a las Madres de Plaza de Mayo, en pleno proceso militar.

— ¿Qué significan los Derechos Humanos para usted?

— Una causa sagrada. Por suerte, no tengo ningún pariente desaparecido. Aún así, me dediqué a defender los Derechos Humanos desde el primer momento. Ya que no sólo es una causa sagrada, es una obligación ocuparse del tema.

— ¿Qué siente cuando algunos sectores políticos quieren apropiarse de los Derechos Humanos y utilizar la causa con fines partidarios? 

— Me producen pena. De todas maneras, cualquiera que se ponga a pensarlo dos minutos, se da cuenta que la gente que se adueña de causas sagradas, es porque no las defendió  en su momento y necesita justificarse. Si no, no harían bandera…

— ¿Tuvo alguna significación especial bajar el cuadro de Videla?

— Mmm. Sí, puede ser… Creo que es un detalle menor, ya que fue mucho más grave cuando Néstor Kirchner dijo en la Esma que le daba vergüenza como argentino que en veinte años no se haya hecho nada, cuando el Juicio a las Juntas es único en la jurisprudencia mundial. Eso es mucho más grave.

— Usted tuvo un activismo auspicioso en Conadep, compartido con grandes figuras como Sábato y Favaloro. Pero antes de eso, ya había manifestado su lucha en plena dictadura militar…

— En efecto, fui la primera periodista en darle voz a las Madres de Plaza de Mayo en la radio, en pleno proceso. Sentía mucho miedo en ese momento, porque mis hijos vivían conmigo. Pero me pareció que era una obligación moral insoslayable. Hay veces que sentís necesario cumplir con ciertas cosas. Lo que había que hacer en ese momento, era eso. Y lo hice.

— Hannah Arendt dijo que “lo inhumano también forma parte de lo humano”…

— Por supuesto que el alma humana tiene espantosas zonas de oscuridad. En este caso, en las investigaciones llevadas a cabo por la Conadep, de la que yo formé parte, se hizo bajar al infierno a los comandantes.

 

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