Bastó con que un periodista haga rodar una palabra en el país, a través de un medio de comunicación específico, para que muchos nos pongamos a discutir la existencia de una división casi irreconciliable entre los argentinos y sumar así un nuevo capítulo a una historia de desencuentros que aún no podemos resolver, a pesar de tener muchas condiciones a favor para hacerlo.

Si, el término al que nos referimos es la grieta. Esa grieta que para muchos tiene diferentes dimensiones, distintas profundidades y más o menos posibilidades de ser por fin reparada.

No es aventurado decir que si se hiciera una encuesta seria (basada en los datos que la ciencia estadística puede proveer, y no en aquellos que sirven de herramienta de propaganda para beneficiar los intereses de una facción política o de una empresa) estaríamos ante la agradable sorpresa de ver que la inmensa mayoría de los argentinos queremos lo mismo.

Esto es: vivir en paz en un país soberano, con independencia en el aspecto económico, tanto particular como general,  y en un ambiente social que nos permita reconocer que todos tenemos los mismos derechos, que estamos sujetos a las mismas obligaciones y que el valor de lo justo está por encima de cualquier otro, en un marco de libertad y solidaridad permanente.

¿Cuántos podrían decir que no acuerdan con ello? Muy, pero muy pocos.

Entonces cabe preguntarnos si esa grieta está separando en dos partes iguales al conjunto de la sociedad, o está en otro lugar en el que sorprendentemente quedarían muchísimos de un lado y muy pocos del otro.

Allí estaríamos ante una novedad no percibida o no constatada, y lo que es más valioso, ante la posibilidad de repreguntarnos sin ataduras si no nos estamos metiendo hasta el pescuezo en discusiones equivocadas.

Vale aclarar que la pretensión de dar respuesta a la pregunta de por qué no nos ponemos de acuerdo los argentinos, es cuanto menos atrevida ya que se la está buscando desde los inicios de nuestra propia historia y aún no terminamos de encontrarla.

Pero que no tengamos tal respuesta no nos impide buscarla, sino todo lo contrario. Vale como ejemplo de esto observar que si Alejandro Magno no hubiera estado animado por su esperanza, jamás hubiera salido de Macedonia para conquistar gran parte del mundo en su época, o San Martín, quien se hubiera echado atrás cuando al pie de la cordillera, ésta le avisaba que la empresa iba a ser más que difícil.

Aún así, la expectativa de esta reflexión es menos exigente y no va más allá  de constituirse en una invitación a pensar, al menos, sobre el primer nudo de la “galleta” que presenta la madeja de esa historia de desencuentros a la que aludimos.

Entonces, vamos al grano. Ortega y Gasset decía: «Mientras que a las ideas las pensamos, somos las creencias. Quiere decir que las creencias forman parte íntima de nosotros hasta tal punto que no son objeto de nuestro pensamiento consciente, todo lo contrario, son cosas que damos por hechas sin más».

Y ahí está el punto. Cuando discutimos, dialogamos o exponemos nuestros puntos de vista ¿lo hacemos en base a ideas conscientes, cuantificables, verificables o a partir de cuestiones en las que creemos sin comprobar ciertamente aquello que postulan?

¿Cuántas veces afirmamos algo porque «lo dijeron en la tele, lo escuchamos en la radio, salió en los diarios o lo vimos publicado en internet» sin corroborarlo específicamente? Sin dudas, muchas. En ese caso, estamos ante una creencia que no necesariamente refleja lo cierto.

¿Embrollado? Puede ser. Y si es así, nada mejor que recurrir a un ejemplo, en este caso de nuestra historia.

Ubiquémonos en la década que transcurrió desde 1945 a 1955. Si, durante el gobierno de Juan Perón. Allí los argentinos del momento tenían dos ideas claramente diferenciadas, el peronismo y el antiperonismo.

Los antiperonistas cuestionaban del gobierno algunas medidas como por ejemplo la que obligaba a los empleados públicos a usar el luto tras la muerte de Eva Duarte, u otras de similares características.

Pero ¿qué pasó después del derrocamiento de Perón? Quienes que en nombre de la libertad protestaban ante aquellas medidas, no dudaron en tomar otras de igual o peor tenor contra los peronistas.

Por ejemplo, se llegó a dictar el decreto Nº  4161 por el cual prohibían nombrar a Perón, a Evita y a toda la simbología peronista, y en otro sentido, hasta llegaron a ordenar el fusilamiento de partidarios de Perón.

Entonces, ¿qué podemos deducir de todo ello? Que tenían ideas contrapuestas (peronistas –  antiperonistas) pero compartían las mismas creencias. Si. La gran mayoría compartía la creencia de que los conflictos se resolvían bajo métodos que hoy serían inaceptables. Toda esa generación de argentinos, como decía Ortega, estaba contenida por la misma creencia a la vez que poseía distintas ideas.

Así, si se explora todo el transcurso de la historia argentina bajo la visión de cuáles fueron las ideas y las creencias que cada generación exhibió, será posible encontrar situaciones análogas que nos permitan desatar ese primer nudo.

Es por todo ello que se puede afirmar, muy contrariamente a como se viene incitando desde sectores interesados, que promueven la división entre los argentinos, que la grieta aludida puede ser más una construcción simbólica y carente de sustento cierto, que una realidad profunda y verificable.