Por Carlos Duclos

En Miami los cubanos exiliados, que huyeron de la isla festejan, muchos en Cuba lloran. El mundo que conoció a Fidel Castro también se divide hoy en estas emociones: por un lado aquellos que sostienen que fue un dictador, que persiguió implacablemente a sus adversarios, incluso a algunos de quienes le ayudaron en la primera línea de Sierra Maestra, como Huber Matos. Aún hoy, por ejemplo, recorren en la historia las versiones, que no pueden ser ratificadas, que fue Fidel Castro el que terminó con la vida del popular, amado por el pueblo, comandante Camilo Cienfuegos quien mantenía algunas diferencias con el líder de la Revolución. Desde la prisión Matos dijo al enterarse de la desaparición de Camilo: «Yo inmediatamente pensé que Fidel lo mató. Lo mataron por mi caso, Camilo era una víctima de Castro, quien estaba celoso de su popularidad”.

Pero por otro lado, están aquellos que glorifican a Castro, rescatan su valentía y coraje para terminar con un régimen, el de Fulgencio Batista, que estaba ahogando, ciertamente, a la sociedad cubana dividida en pocos privilegiados y muchos sojuzgados. Una despreciable conducta.

La Revolución Cubana no fue, al fin y al cabo, sino una reacción a la acción nefasta de la prepotencia y la injusticia ¿Pero logró su cometido? La realidad muestra que no, o no del todo. Incluso durante el esplendor del comunismo soviético los cubanos no alcanzaron el estándar de vida que todo ser humano merece (esto contado por argentinos a quien esto escribe que vivieron un par de años en Cuba contratados para realizar trabajos especiales). Colas para comprar alimentos que eran dosificados, fue una de las postales recurrentes en aquellos tiempos. Bueno, después de todo la verdad es que muchos viven por debajo del nivel de dignidad, inckluso en “democracias” como la argentina.

Pero la Revolución tuvo su parte positiva, por supuesto, y no hay que negarla: el avance extraordinario en medicina y salud; el logro alcanzado en educación y la erradicación casi total del analfabetismo. Otro logro importante fue el terminar con la delincuencia. Claro que el método utilizado por Fidel, acaso no fuera aceptado por algunos “pensadores del derecho” y menos aún por ciertos argentinos que, paradójicamente, admiraron al líder revolucionario, pero que en su país (nuestro país) hicieron y hacen todo lo contrario en cuanto a delito se refiere. La Revolución Cubana fue firme con los delincuentes. No existió la “puerta giratoria”. Así de claro.

La misma Revolución, comandada por Fidel, que quedó huérfana cuando se cayó la Unión Soviética y se acabó el comunismo, debió soportar, y soporta, un bloqueo inhumano (debe decirse) por parte de Norteamérica y sus aliados que pagaron los inocentes ciudadanos de la isla. Para algunos, esto fue la causa del problema  económico de Cuba. Lo fue en parte, pero no en todo. Fidel creyó que el comunismo finalmente se impondría en el mundo, apostó a una humanidad marxista, pero la Revolución Rusa se desmoronó y el centro del pensamiento utópico se hizo capitalista ¡Oh humanidad!

Se ha ido un personaje controvertido, odiado y amado, con aciertos y con errores y el pleno (¡pleno!) poder lo toma ahora su hermano Raúl, un hombre que parece entender, hoy, que ni todo es blanco ni todo es negro. Claro que se enfrenta a un problema: nadie sabe como seguirán las relaciones con Norteamérica a partir de la Presidencia de Donald Trump. Nadie sabe si esta incipiente “amistad” que posibilitó el Papa Francisco quedará en la nada o avanzará.

Tampoco se sabe cómo reaccionará Europa, incluso una parte de la Europa progresista, que ha sido crítica de algunas actitudes del régimen cubano (y venezolano).

El tímido asiento de “capitales” en su isla fue lo último que pudo ver Fidel Castro antes de morir y entonces la pregunta, la misma que se formularon algunos pensadores cuando cayó el Muro de Berlín: ¿tienen sentido los cambios realizados a través de las armas y el derramamiento de sangre? ¿Aseguran la perpetuidad de la idea?