MARTES, 26 DE NOV

El movimiento obrero frente a la pandemia y la exaltación de lo individual

En un siglo más bien antisindical, en el que se ha dicho que la batalla geopolítica mundial es por los puestos de trabajo, una entrevista al historiador Alberto  Robles que echa luz sobre la historia y actualidad del sindicalismo, fuera de lo banal, aquí, allá y en todas partes.

Entrevista:  Facundo Díaz D’Alessandro

 

Como la mayoría de las discusiones espinales que hacen a la vida del país, más politizado que educado políticamente, las menciones al sindicalismo, en especial en los medios, en las últimas décadas son cada vez más banales.

Actor de ineludible preponderancia en la historia argentina moderna, y siendo una verdadera columna vertebral de la institucionalidad democrática, el movimiento obrero organizado forma parte de la agenda y participa en forma activa en las mesas de decisión de las cuestiones que hacen al devenir económico y cultural de la Nación.

Para eludir precisamente ese abordaje liviano y comprender la lógica estructural, así como sus características e identidad, forjada década tras década a lo largo de la historia reciente, Conclusión entrevistó Alberto “Pepe” Robles, director del Instituto del Mundo del Trabajo “Julio Godio” de la Universidad de 3 de Febrero, abogado laboralista y docente, además de autor del libro «Historia del movimiento obrero argentino: dos siglos de luchas laborales».

El de Argentina es un sindicalismo muy vital en una época del mundo más bien antisindical, así que es un movimiento interesante, dinámico.

– ¿Cómo caracteriza esencialmente al sindicalismo argentino, del que se suele hablar desde hace un tiempo sólo en términos banales (al menos en la “opinión púbica)?

– Está bien la palabra que usaste; muchas veces se banaliza, se hace un análisis del movimiento obrero -y de muchas otras cosas también -, en forma liviana. Si hay un dirigente sindical que es corrupto o que tiene una casa linda y ese tipo de cosas, que en gran medida son banales. Cuando uno va a persona por persona, en la Iglesia, en las empresas, también pasa, en todos los campos pasa. El sindicalismo argentino es más interesante, a nivel mundial cuando uno hace una comparación objetiva y ve que todavía tiene un 30 o 40% de afiliación, cuando el promedio en el mundo del está por debajo del 10 o 5%, quizás menos. Todos los años hay paritarias, sin importar el color del gobierno, hubo todos los años durante el gobierno de Macri, durante el gobierno de los Kirchner, durante el gobierno de Eduardo Duhalde. Es una continuidad institucional y de mucha dinámica, porque quiere decir que los salarios se ponen de común acuerdo entre los sindicatos y los empresarios, y cuando uno ve la cantidad, prácticamente en todas las empresas, de delegadas y delegados, muchos jóvenes, eso está hablando de un sindicalismo muy vital en una época del mundo más bien antisindical, así que es un movimiento interesante, dinámico.

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– Y teniendo en cuenta que hoy se atraviesa una brutal crisis, con la economía en recesión hace más de dos años, algo que no ocurría desde fines de siglo pasado e inicios de este, lo que reconfiguró a la sociedad… se plantean debates e intenciones de modificar el modelo sindical, poniendo como ejemplo otro países… ¿Esto tiene asidero real?

– Los modelos no se pueden cambiar, es como cambiar a las personas. Tienen identidad y se han construido durante tantos años, que si un político quiere venir de afuera y cambiar un modelo es como cambiar el modelo de empresariado o cambiar el modelo de explotación agropecuaria, digamos eso no se puede hacer así a las fáciles, son cosas que tienen décadas, a veces siglos. Entonces si uno va a cambiar cosas que tienen 150 años así como si fuera un aprendiz de hechicero, te pasa lo que le pasó al aprendiz de hechicero: rompe todo.

Si la sociedad (y el estado como parte de la sociedad) ordena el cambio tecnológico no sólo no se pierden puestos de trabajo, se mejoran las condiciones de trabajo.

– ¿Cómo ve la actual crisis y la postura de los sindicatos?

– Estamos en una en una crisis terrible, única; no es económica, es una crisis biológica. Es un virus que mata -y bastante- pero lo que más ataca el virus no son los pulmones, es la condición misma del ser humano: el contacto, estar con otro, el abrazo, estar cerca, besarse. Eso es nunca había pasado en nuestra humanidad. La gente no puede vivir bien en forma no social, es el paraíso del individualismo, todos aislados, separados. Los sindicatos de Argentina y de todo el mundo tienen que responder, por un lado colaborando con la comunidad para sobrevivir a la catástrofe, y por otro lado defendiendo derechos. En el medio se trabaja mucho en forma virtual, hubo que salir a establecer reglas para las formas de trabajar virtualmente, para que no sean abusivas y se contemplen las necesidades de las personas, con la ley de trabajo virtual, que viene de mucho diálogo y cooperación.

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– La pandemia ha exacerbado por ahí la visión de aquellos quienes impulsan un mundo más individualizado, también funciona como catalizadora de una cierta tecnologización que se viene haciendo desde hace décadas. Se lo postula como algo en contra los sindicatos y de los trabajadores. ¿Está bien que se lo piense así?

– Es una cuestión de decisión, como todo. La energía atómica se puede tomar la decisión de usarla para matar gente o para salvar gente. En medicina nuclear, la tecnología no tiene no tiene una consecuencia social negativa si no se diseña o se usa para que esté para que la tenga, yo puedo usar tecnología y no contaminar; por supuesto que si no me preocupa contaminar voy a contaminar. Pero de allí a que tengamos que volver a las cavernas, es absurdo. Eso es egoísmo, partir de la base de que cada vez que hay un cambio tecnológico no hay que tener en cuenta el empleo, no hay que tener en cuenta las condiciones de trabajo o las condiciones de contaminación, está clarísimo, cuando uno ve países como Alemania, China o Japón, que son altamente tecnológicos, está clarísimo que si la sociedad y el estado como parte de la sociedad ordena el cambio tecnológico no sólo no se pierden puestos de trabajo, se mejoran las condiciones de trabajo. Pero para eso tiene que ser no salvaje. Si a mí lo único que me importa es ganar plata y los demás que se pudran, y el aire que se pudra… y por supuesto voy a terminar contaminando, dañando a mucha gente. Eso se parece más a la mentalidad del empresario narcotráfico, que no le importa si hay un muerto; pero no es el único modelo de empresario que hay el narcotraficante. Esto aceleró cambios, van a ser enormes y nuevamente dialogado, que se hable.

Los maestros de derecho sindical o laboral europeo, sospechan mucho del sindicalismo por empresa.

– ¿Cree que en este caso el sindicalismo está con la madurez necesaria para esa discusión?

– En general, el sindicalismo en cualquier lugar del mundo es maduro, porque tiene un carácter que no tienen otros movimientos sociales: convive todos los días con la necesidad de que sus miembros trabajen y vuelvan a trabajar, no pueden dinamitar una empresa, tenés que ser responsable, imagínate si vos fueras un dirigente sindical o un delegado y todos los días paras la empresa. A las 23 semanas cierra. El sindicalismo en todo el mundo tiene que ser responsable, porque tiene que trabajar y no se puede rifar la suerte de la gente. En Argentina en particular, es un sindicalismo que ya tiene más de 150 años, que ha gobernado muchísimas veces, hoy sigue, hay muchos dirigentes sindicales que son diputados y senadores. Eso te da mucha responsabilidad, las negociaciones colectivas acá son por rama nacional, por lo tanto tienen una visión panorámica de la economía y no sólo de un sector o de un punto. Es un sindicalismo que está bien, es maduro; comete errores como cualquiera, pero me parece que este es un buen momento y además en nuestro sindicalismo, como en nuestro empresariado y nuestra iglesia, nuestro periodismo, uno tiene que trabajar con sus con sus compatriotas, no queda otra, somos nosotros, es nuestro pueblo.

– ¿Qué piensa de modelos gremiales más segmentados, por ejemplo con negociaciones por empresas?

– Por lo menos en la experiencia europea, cuando uno escucha a los maestros de derecho sindical o laboral europeo, sospechan mucho del sindicalismo por empresa. Estoy hablando de gente muy seria, respetable, que te dice que la diferencia de poder entre 12, 20, 30 trabajadores y una empresa es tan grande que no hay una verdadera relación entre iguales, así que no es lo más indicado; pero en todo el mundo y en Argentina también hay empresas que son muy importantes, que a veces hacen mecanismos o relaciones con una empresa.

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