Por Ignacio Fidanza

Massa ganó una pelea imposible. Quemó todos los libros de ciencias políticas y armó un caso para la Harvard Kennedy School: como ser el ministro de Economía de una inflación de tres dígitos y salir primero en la elección presidencial. Falta el ballotage, pero este domingo habló como un presidente electo, ante un Milei incómodo, que no logró romper el techo que tocó en las primarias. La bala de la campaña del miedo parece haber entrado.

El triunfo de Massa sorprendió a los que les gusta ser sorprendidos. Es el riego de analizar la política argentina desde el antiperonismo. De hecho, el peronismo sirve casi para cualquier cosa, menos para subestimarlo, para darlo por muerto, irremediablemente condenado a su declinación final. Este domingo no sólo salió primero en la presidencial y ganó por casi veinte puntos la provincia de Buenos Aires, sino que además arrebató a Juntos ciudades emblemáticas como Lanús y Bahía Blanca y lo superó en Santa Fe, corazón del complejo agroexportador argentino.

Hay mucho para analizar, pero empecemos por lo obvio. El viejo divide y triunfaras funcionó a la perfección. Massa usó a Milei para partir a Juntos y ahora usará a los pedazos de Juntos para tratar de ganarle a Milei. Y es posible que utilice a Jorge para complicar a Mauricio.

El ego descontrolado de Macri le impidió ver ese tren que venía de frente con las luces prendidas. En 2021 tenía un sucesor natural, Horacio Rodríguez Larreta, que venía de triunfar de manera apabullante en las elecciones de medio término. Pero la idea del parricidio lo volvió loco y se dedicó a potenciar a Patricia Bullrich.

El ego descontrolado de Macri le impidió ver ese tren que venía de frente con las luces prendidas. El viejo divide y triunfaras que aplicó Massa funcionó a la perfección.

Ganó, pero se quedó con una candidata buena para la primaria y mala para la general. Entonces, jugó por abajo a Milei, como ahora hará de manera abierta. En el medio se quedó sin partido y destrozó a una opción de alternancia civilizada que tenía la Argentina. Uno de sus mayores activos a nivel regional. Todo eso hizo Macri para no perder centralidad.

Patricia no estuvo a la altura de la oportunidad que tuvo. Luego de un primer debate flojo se rindió al libreto que los grandes medios le ofrecían. Era contra la corrupción kirchnerista, chocolate y el yate de Insaurralde. Y dale que dale que ganamos, que vuelve La Morsa, que con esto los sacamos de la cancha. Error. Peleaban con un fantasma.

Massa borró al kirchnerismo del tramo final de su campaña y este domingo lo dijo en on: «En mi gobierno se terminó la grieta». Y mientras Macri ofendía radicales, Massa los llamaba. ¿Le jugaron a menos a su candidata? Puede ser, los números del Chaco y Córdoba sugieren algo raro.

Se trata para los grandes medios de un trago bastante amargo, no porque haya perdido la candidata que les profesaba más simpatía, sino porque lo ocurrido sugiere un declive de su capacidad de modelar las preferencias políticas de la sociedad.

Massa ganó con disciplina y sangre fría. Con una campaña que encontró el rumbo con los brasileños que le mandó Lula, logró el milagro de presentarse como un candidato nuevo, casi surgido de las primarias, sensato, metódico, que tenía mucho planes para una Argentina con todos adentro. Un muchacho bien intencionado, trabajador. El yerno perfecto. Eso por arriba, por abajo, el tiburón que apretó al límite las clavijas de cada dirigente importante del oficialismo, con las planillas de las PASO en la mano. Y tenía con qué.

Funcionó. El aparato se movió, el corte se redujo y en una situación complicadísima, con la economía detonada, el peronismo se acercó a su mítico piso de 40 puntos.

Si Massa gana el ballotage, el peronismo tiene nuevo jefe. Y si pierde, se ganó un lugar en la mesa de lo que viene, junto a Axel Kicillof. Acaso por eso, Massa peleó una pelea imposible con entusiasmo deportivo, porque atrás de la elección presidencial jugaba otro partido casi igual de entretenido: la pulseada por el liderazgo peronista.

Una pelea que siempre tuvo en mente desde el preciso momento que se sumó al Frente de Todos y que esta noche ofreció su tercer acto. El primero y más importante fue el parto de su arribo al Ministerio de Economía, tan complejo porque Alberto y Cristina sabían que se discutía jefatura, no un cargo en el gabinete. El segundo, ya más afianzado en los controles del poder real, fue la candidatura. Y esta noche, la conexión con la cancha grande de la Argentina, esa que en 26 días deberá elegir entre las dos opciones más nítidas que se le presentan en décadas.