MIéRCOLES, 27 DE NOV

Aquel pequeño paso en la luna

Por Rubén Alejandro Fraga

Por Rubén Alejandro Fraga

Aquel momento mágico, en el que se concretó uno de los sueños más antiguos de la humanidad, ocurrió cuando en la Argentina eran las 22.56 del domingo 20 de julio de 1969. En ese instante, después de bajar los nueve escalones de la escalerilla adosada al módulo lunar Águila, el astronauta estadounidense Neil Alden Armstrong puso su pie izquierdo sobre la superficie lunar cubierta de polvo y piedras y estampó el primer paso del hombre en un cuerpo celeste que no fuera la Tierra.

La promesa que había formulado el presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy en 1961 de poner a un hombre en la luna antes del final de aquella década se había cumplido.

El coronel de la Fuerza Aérea Edwin Eugene Buzz Aldrin se unió al civil Armstrong 19 minutos después y, caminando con lentitud, los dos plantaron una bandera estadounidense que, con una vara transversal, simulaba ondear en un ámbito sin viento.

La bandera de las barras y las estrellas clavada en la luna era todo un símbolo. En plena Guerra Fría, Estados Unidos logró recuperar así la iniciativa en la carrera espacial luego de que su archienemigo, la Unión Soviética, picara en punta, el 4 de octubre de 1957, con la puesta en órbita del primer satélite artificial de la historia, el Sputnik 1.

La URSS también había puesto al primer ser vivo en el espacio, la perrita Laika –a bordo del Sputnik 2, el 3 de noviembre de 1957–, y el 12 de abril de 1961 asombró al mundo cuando el cosmonauta Yuri Gagarin se convirtió en el primer hombre en viajar al espacio, en la Vostok 1.

Por eso, Estados Unidos puso en marcha el programa Apolo, con un costo de 25.000 millones de dólares en 1969, lo que hoy en día equivaldría a u$s 115.000 millones o a multiplicar por seis el presupuesto de la Agencia Estadounidense del Espacio y la Aeronáutica (Nasa, por sus siglas en inglés).

Paradójicamente, la historia quiso que aquella iniciativa del demócrata Kennedy –asesinado a balazos en Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963– fuera capitalizada ocho años más tarde por el republicano Richard Milhouse Nixon, presidente estadounidense en 1969 y a quien Kennedy había vencido en las reñidas elecciones de 1960.

Todo comenzó con una tragedia

El alunizaje tuvo lugar dos años y medio después de un trágico accidente que conmocionó a la Nasa. En enero de 1967, los tres astronautas de la Apolo 1; Virgil Grissom, Edward H. White y Roger B. Chaffee, murieron en tierra por un incendio en la cápsula espacial durante un ensayo en Cabo Kennedy.

La Nasa suspendió los vuelos más de un año. Cuando se reanudaron, envió cuatro misiones tripuladas que, orbitando el satélite natural de la Tierra, prepararon el terreno para que el hombre pudiera pisar la luna por primera vez.

En diciembre de 1968, la Apolo 8 protagonizó el primer vuelo de seres humanos alrededor de la luna. Esa misión fue seguida seis meses más tarde por la Apolo 10, en el segundo vuelo de reconocimiento lunar con otros tres astronautas a bordo.

Como lo soñó Julio Verne

Hasta que el miércoles 16 de julio de 1969, Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins se instalaron en el módulo de comando Columbia de la nave Apolo 11, situada en la cúspide del cohete Saturno V. El enorme cohete de 111 metros de altura partió lanzando llamaradas de fuego y humo de la plataforma de despegue del Centro Espacial Kennedy, en Cabo Cañaveral, Florida.

Cuatro días más tarde, Buzz Aldrin logró alunizar el módulo Águila en una región de la luna denominada Mar de la Tranquilidad. Armstrong, el comandante de la misión Apolo 11, anunció entonces al centro de control espacial en Texas: “Houston, aquí la base Tranquilidad, el Águila ha alunizado”.

Estaba previsto que Armstrong y Aldrin permanecieran las primeras 15 horas en la luna dentro del Águila, para verificar aparatos, comer y descansar. Sin embargo, Armstrong decidió alterar un poco esos planes ya que, según argumentó, situado al borde de la aventura más grande realizada jamás por el hombre resultaba difícil conciliar el sueño o jugar al ajedrez con su compañero, como le habían sugerido desde el centro de control espacial en Houston, Texas.

Así que tardaron tres horas en ultimar los preparativos de la caminata y otra hora en ponerse los trajes lunares. Cuando el pie izquierdo de Armstrong estampó la primera huella en la superficie lunar, el comandante de la Apolo 11 comprendió el alcance histórico del acontecimiento, seguido en directo por cientos de millones de telespectadores, y pronunció una frase legendaria: “Es un pequeño paso para el hombre, pero un salto gigantesco para la humanidad”.

Luego se le unió Aldrin y a medida que los dos astronautas se iban adaptando a la gravedad de la luna, una sexta parte de la terrestre, empezaron a avanzar a los saltos por la superficie llena de cráteres, maravillando a su audiencia terrestre.

Pasos que dejaron huella

Los saltos de Armstrong y Aldrin sobre la superficie lunar se convirtieron en una de las imágenes características del siglo XX y simbolizaron el espíritu de exploración y las maravillosas aplicaciones de la ciencia.

En la Argentina, que transitaba el último año de la nefasta dictadura del general Juan Carlos Onganía –todavía conmovida por el Cordobazo– y donde aún no abundaban los televisores, una multitud se congregó frente a las vidrieras de los negocios de electrodomésticos, que tenían sus televisores en blanco y negro encendidos.

Incluso algunos restaurantes porteños alquilaron televisores para que sus clientes domingueros no se perdieran el espectáculo. Así, el paseo de los astronautas por la luna fue visto por miles de argentinos mediante la transmisión televisiva vía satélite para la que fue inaugurada la estación terrena de Balcarce.

El Canal 11 porteño montó una programación especial –aprovechando que 11 era también el número de la misión Apolo– conducida por el locutor Juan Carlos Rousselot y de la que luego se editó un disco. Los menos afortunados (entre los que me encontré) tuvieron que conformarse con escuchar las alternativas de la epopeya por radio.

Misión cumplida

Tras recoger muestras de piedras y tomar fotografías durante dos horas, los astronautas regresaron al módulo lunar y cerraron la escotilla. El primer paseo por la luna había terminado.

En total, Armstrong y Aldrin pasaron 21 horas y media en la luna antes de volver a la nave de mando de la Apolo 11, la Columbia, piloteada por el solitario Collins.

Finalmente, la cápsula que trajo sanos y salvos de vuelta a la Tierra a los tres astronautas cayó en el Océano Pacífico, frente a las costas de Hawai, el jueves 24 de julio de 1969.

La aventura del programa Apolo llevó en total a 12 astronautas a la superficie de la luna en seis misiones, entre 1969 y 1972, año en el que el programa se canceló definitivamente.

Con todo, hay en todo el mundo muchos seguidores de las teorías conspirativas que aseguran que los alunizajes del Programa Apolo, entre 1969 y 1972, jamás ocurrieron y sostienen que sólo se trató de montajes realizados por la Nasa en diversos sets de filmación.

El Día del Amigo, otro invento argentino

Inspirado en la epopeya de la Apolo 11, el argentino Enrique Ernesto Febbraro, odontólogo, músico, profesor de psicología, filosofía, ética e historia, que vivía en Lomas de Zamora, impulsó aquel mismo año la creación del Día del Amigo.

Para Febbraro, este vertiginoso afán por trasponer las fronteras de la tierra y llegar a los confines del universo hacía que los hombres necesitaran cada vez más acercarse hacia otros hombres de ideologías, credos o razas diferentes, para lograr objetivos comunes.

En este caso, el objetivo concreto era llegar a la luna, y muchas personas tomaron conciencia de que la unión con sus semejantes los ayudaría a lograr más rápidamente el objetivo, ya que esta conquista había acaparado la atención y el interés de todos los seres humanos (se calcula que 600 millones de personas en todo el planeta presenciaron por televisión el alunizaje de la Apolo 11).

Febbraro consideró al primer paso del hombre en la Luna como un momento único tanto a nivel histórico como a nivel sentimental y subrayó que ese gran paso era una demostración de amistad de la humanidad toda al universo.

Para concretar su homenaje, solicitó la colaboración de algunos amigos y personas cercanas a su pensamiento, y formó un equipo que trabajó durante un año sobre esta idea, bajo un concepto innovador: “Mi amigo es mi maestro, mi discípulo y mi condiscípulo. Él me enseña, yo le enseño. Ambos aprendemos y juntos vamos recorriendo el camino de la vida, creciendo. Sólo el que te ama te ayuda a crecer”.

A partir de ello escribió mil cartas y las mandó a diferentes ciudades del mundo para que su propuesta de instaurar al 20 de julio como el Día del Amigo se expandiera por todo el planeta. Y, casi sin esperarlo pero con gran orgullo, recibió 700 respuestas que apoyaban su iniciativa.

Su tarea se llevó a cabo con un lema: “Un pueblo de amigos es una nación imbatible”, y destacaba que sería una celebración ética, sin fines de lucro ni de fomento al consumo.

La celebración fue oficializada, primero en la provincia de Buenos Aires, después en toda la Argentina y más tarde en muchos países del continente. Hoy, son más de cien los países que celebran el Día del Amigo el 20 de julio.

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