Omar tiene 75 años. Es vendedor ambulante desde los 20. Ya lleva medio siglo de trabajo en las calles como churrero. Empezó con helados, y al poco tiempo se dedicó solamente a los churros y tortas fritas. Es jubilado, pero sigue trabajando: “Es lo que me gusta hacer, si me quedo en mi casa me siento mal”, cuenta a Conclusión.

Desde hace una semana eligió mudarse a la zona de Corrientes y Urquiza, después de haber estado casi cincuenta años en Sarmiento al 800.

Según pasaron los años, fue testigo del  esplendor de la calle Córdoba y recuerda, con nostalgia, esas épocas en que la zona céntrica florecía con Thompson & Williams, Casa Tía, La Favorita y Casa Beige, entre otros negocios que “estaban abiertos hasta tarde”.

También rememora la época en que los cines reinaban en la zona: el Radar, el Heraldo, el Monumental y el Gran Rex. “Todo era más lindo, había más movimiento y no había tanto choreo. Se paraba el 122 y me compraba, también me compraban de los negocios, era distinto”, relata.

 

Hoy, sale temprano de su casa, viaja hasta Godoy y Valparaíso en donde está la fábrica en donde compra la mercadería que vende que, asegura, “es de primer nivel”. Después, se sube al colectivo con su canasta y un banquito y llega al centro y se queda hasta las seis de la tarde.

Declarado hincha de Central, también recorrió las puertas del estadio con su canasta. Dice que se vende, no como antes, pero que le compran los “trabajadores de las oficinas, los tacheros y colectiveros”.