En la mañana del pasado 1° de enero,  el Sumo Pontífice presidió la santa celebración, que se realiza con motivo de la solemnidad de María Madre de Dios.

Durante la homilía, el Santo Padre interrogó qué era la plenitud de los tiempos. Y precisó que ésta no era dada por el dominio del Imperio romano, sino por la presencia en nuestra historia del mismo Dios en persona.

«Un misterio -precisó- que contrasta siempre con la dramática experiencia de cada día, que desea la presencia de Dios y ve signos opuestos, negativos, que nos hacen creer que Él está ausente».

«Y, sin embargo nada puede contra el océano de misericordia que inunda nuestro mundo», aseguró el Pontífice, precisando que todos estamos llamados a vencer la indiferencia que impide la solidaridad y salir de la falsa neutralidad que obstaculiza el compartir.

La gracia de Cristo, que lleva a su cumplimiento la esperanza de la salvación, nos empuja a cooperar con él en la construcción de un mundo más justo y fraterno.

Y concluyó recordando que María se nos presenta como un vaso siempre rebosante de la memoria de Jesús, Sede de la Sabiduría, al que podemos acudir donde no llega la razón de los filósofos ni los acuerdos de la política. Porque allí llega la fuerza de la fe que lleva la gracia del Evangelio de Cristo.