Por Camil Straschnoy

A dos años de la reconquista de los talibanes en Afganistán, «las protestas de las mujeres son la única resistencia contra el brutal régimen», le afirmó a la agencia de noticias Télam la activista e investigadora afgana experta en temas de seguridad, Farkhondeh Akbari, que lamentó que «no existe un interés geopolítico en defenderlas» ante lo que es un «apartheid de género» y «la mayor crisis humanitaria del mundo».

Akbari dejó el país asiático a sus ocho años en 1998 bajo la anterior toma de poder de los talibanes, vivió como refugiada en Pakistán e Irán y en 2003 llegó a Australia, donde se graduó de dos masters y un doctorado vinculados a relaciones internacionales y diplomacia, y actualmente es investigadora postdoctoral en la Universidad Monash de Melbourne.

Perteneciente a la minoría chiita hazara, objeto de ataques de grupos extremistas como los talibanes, el Estado Islámico y Al Qaeda, su investigación se centra en las negociaciones de paz con actores armados no estatales y tanto desde su trabajo académico como humanitario sigue militando para mejorar la situación en Afganistán.

Especialmente tras el 15 de agosto de 2021, fecha en que los islamistas entraron a Kabul luego de una rápida campaña en la que reconquistaron gran parte del territorio y tomaron las riendas del país que ya habían gobernado entre 1996 y 2001.

Ese avance tuvo su gestación un año antes con un acuerdo firmado entre los talibanes y Estados Unidos, entonces bajo la presidencia de Donald Trump, que fijó un calendario de retirada definitiva de las fuerzas internacionales tras 20 años de ocupación, en una negociación que no contó con la participación de representantes del entonces gobierno afgano o de la sociedad civil.

Al retomar el poder, los talibanes aseguraron que iban a abandonar sus métodos represivos y su estricta versión del islam, pero desde entonces «elaboraron más de 50 decretos, leyes y reglamentos que regulan todos los aspectos de la vida de las mujeres como prohibirles ir a la escuela, universidad o el trabajo o tener que estar acompañadas por un hermano o padre para ir a algún lado», explicó Akbari.

Y narró que millones de viudas que dejaron cuatro décadas de guerra no pueden mantener a sus hijos, que mueren de hambre, y las mujeres que protestan son reprimidas, secuestradas y violadas.

Télam: ¿Estaba en Afganistán ese 15 de agosto de 2021?

Farkhondeh Akbari: No estuve allí durante el colapso. Responsabilizan a las fuerzas de seguridad afganas de no haber combatido a los talibanes. Estaban luchando contra ellos, pero el acuerdo entre los talibanes y Estados Unidos tuvo un impacto grande en la psicología de la gente y de las fuerzas de seguridad, que veían que no tenía sentido ir y morir. Tengo familiares que trabajaron para las fuerzas de seguridad y cuando iban a trabajar llevaban ropa de civil encima del uniforme porque cada día era posible que colapsara el sistema y tenían que quitarse el uniforme para no ser asesinados.

– T: Es crítica de la intervención militar, pero ¿cómo evalúa el papel de la comunidad internacional tras la toma de los talibanes?

FA: Soy crítica, pero también reconozco que en esos 20 años conseguimos muchos logros, como educar a la juventud. En ese sentido, yo pertenezco a la generación que se benefició de la era posterior a 2001. Así que ser crítico no significa que no esté agradecida y que no reconozca lo que hemos logrado. Sobre los últimos dos años, Estados Unidos ya había matado a Osama Ben Laden en 2011 y decidió políticamente retirar sus tropas porque no había más interés. Se quería retirar de una guerra sin fin y el socio más barato para ellos fue el talibán. Los derechos humanos, los derechos de la mujer y todo lo demás pasó a un segundo plano en la política real. Estamos muy decepcionadas como mujeres, como pueblo, de que se nos imponga el gobierno talibán. Sé que no está reconocido internacionalmente, pero Afganistán es hoy el único país del mundo en el que las niñas de más de 12 años no pueden ir a la escuela. Es un apartheid de género.

– T: ¿Por qué lo define así?

FA: Un apartheid significa discriminar por motivos de raza, religión, color o lo que sea. Lo que pasa en Afganistán es peor. No sólo se nos discrimina por ser mujeres, sino que se nos disminuye, se nos borra. El gobierno talibán elaboró más de 50 decretos, leyes y reglamentos que regulan todos los aspectos de la vida de las mujeres. No sólo en la vida pública, como no poder ir a la escuela, la universidad, ir a trabajar. También dentro de tu casa. Siempre que quieras ir a algún sitio, tu hermano o tu padre te tienen que acompañar. Hay que recordar que somos un país que hace más de cuatro décadas está en guerra y tenemos más de cuatro millones de viudas, mujeres que no tienen padre o hermano o tutor masculino. Tengo una ONG que trabaja con las viudas del país y soy consciente de su situación. No pueden trabajar y mantener a su familia. Mendigan, pero tampoco pueden mendigar. Es terrible. Sé de muchas familias cuyos hijos han muerto de hambre porque no pueden alimentarlos. Afganistán es la mayor crisis humanitaria del mundo.

– T: Pero hay varios países occidentales que destacan que en estos dos años se mejoró la situación de seguridad

FA: Están lavando la imagen de los talibanes. ¿La seguridad de quién? ¿La seguridad de quién ha mejorado cuando el 50% de la población no puede salir de sus casas? Los grupos minoritarios tampoco pueden salir de sus casas. Nueve miembros de mi familia fueron asesinados en una mañana en mi pueblo sólo porque pertenecen a la minoria hazara, incluidos cuatro niños. No obstante, vemos que existe una resistencia en las protestas de las mujeres.

– T: Esas mujeres ponen en riesgo su vida por el solo hecho de protestar

FA: Entrevisto a esas mujeres. Una de ellas fue secuestrada, estuvo bajo custodia de los talibanes y fue violada en grupo. Tres meses después fue liberada y cuando hablé con ella tratando de ayudarla a salir del país me dijo: «¿Qué sentido tiene? Quiero quedarme y ayudar en todo lo que pueda en nuestra causa, en los derechos de las mujeres y la protección de esos derechos. Si la próxima vez me capturan, harán lo mismo que ya hicieron». Estas mujeres perdieron todo. Son conscientes de su situación, de que el mundo está dándoles la espalda, que están lavando la imagen de los talibanes y que ya no existe un interés geopolítico en defenderlas. Renunciaron a nosotras, pero eso no quiere decir que tengamos que renunciar a nosotras mismas. Son mujeres que tienen hijas y piensan en el futuro. Es su país y quieren luchar por él.

– T: Pero esta lucha está generando muchas cicatrices, ¿no?

FA: Las tasas de suicidio son muy altas entre las mujeres jóvenes en Afganistán. Estas son chicas que nunca han salido de su casa y hay muchos matrimonios forzados. Y estas chicas que trabajaron tan duro para tratar de educarse en los últimos 20 años, haciendo todo tipo de sacrificio, de repente tienen que permanecer encerradas en sus casas. Los problemas de salud mental son muy altos, pero las mujeres saben que si no luchan y resisten, nadie más lo hará. Así que las protestas de las mujeres en las calles de Afganistán son ahora mismo la única resistencia contra el brutal régimen talibán.

– T: En ese contexto, ¿hay algún rayo de esperanza de que la situación cambie?

FA: Durante mi vida colapsaron cinco regímenes en Afganistán. Los talibanes no definen Afganistán y no son el final de la historia. Siempre creemos que con el poder de la gente las cosas pueden cambiar y cambiarán. La única petición que tenemos a la comunidad internacional es que si no luchan con nosotros, por favor, no luchen contra nosotros. Estamos luchando contra los talibanes en el país y también contra la narrativa de los países occidentales.