Desde que los talibanes tomaron el poder, hace dos años, casi el 70 % de las mujeres en Afganistán, presentan problemas de ansiedad, aislamiento y depresión, una tendencia que fue en aumento, según expuso este martes un informe de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en el país (Unama).

Según el trabajo, la situación de las mujeres empeoró significativamente en los últimos meses en términos de salud mental y economía, debido a las crecientes restricciones de sus libertades, la crisis económica y la pobreza.
El informe que se hizo con consultas a 529 mujeres en 22 de las 34 provincias de Afganistán, destaca que hubo una fuerte caída en el poder de influencia de las mujeres a la hora de la toma decisiones en el hogar, que descendió del 90 % en enero de 2023 al 16% en junio pasado.

Los hogares encabezados por mujeres y las mujeres jóvenes fueron señalados sistemáticamente como los que se encuentran en situaciones más vulnerables y los más afectados por las actuales restricciones dirigidas a mujeres y niñas.
Las consultadas describen con frecuencia su vida como la de «prisioneras que viven en la oscuridad, confinadas en el hogar sin esperanza de futuro», según dice el informe del organismo.

El 62% de las mujeres consideró que los decretos talibanes se aplican «cada vez con mayor severidad y sin excepciones, lo que conduce a un mayor repliegue en la esfera privada».

La aplicación es especialmente dura en la región oriental, donde el 91% de las mujeres afirmaron que la aplicación es «muy estricta (aplicada sin excepciones)»; mientras que el 89% observó un aumento de la severidad con el paso del tiempo.
Asimismo, el 80 % de las afganas también notó que su capacidad de emprender actividades que puedan generar ingresos disminuyó sustancialmente en los últimos meses, de acuerdo con los datos.

Desde la toma de Kabul, hace dos años, los talibanes restringieron severamente los derechos de las mujeres y las han apartado casi por completo de la vida pública, impidiéndoles que accedan a la educación secundaria y universitaria.

A esta situación se le agrega una larga lista de prohibiciones, como trabajar en ONG, la obligación de salir de casa con el rostro tapado, la segregación por sexos, ir acompañadas de un miembro masculino familiar para realizar trayectos largos.
Incluso se les ha prohibido concurrir a los centros de estética y a parques nacionales, y tampoco pueden practicar deporte o salir en películas.
El acoso, la intimidación y la violencia en la calle, tanto por parte de los talibanes como de los hombres en general, es una realidad cada vez más común para las mujeres que son vistas como desafiantes a los decretos.

Esta vigilancia social se ve reforzada por la presión que ejerce el Gobierno talibán sobre la población masculina para que haga cumplir sus normas, incluso en la esfera privada. Por ejemplo, les impide a los taxistas que transporten a mujeres que no cumplan los requisitos gubernamentales sobre el uso del hiyab.

Poner sobre los hombres la obligación del cumplimiento de los decretos profundiza el empoderamiento masculino fomentado por el decreto de mayo de 2022, que responsabiliza a los miembros varones de la familia de las violaciones del decreto sobre el hiyab por parte de las mujeres.

En este clima de normas patriarcales cada vez más omnipresentes y sistematizadas, unido al miedo al castigo, las mujeres consultadas coinciden unánimemente en que no tienen otra opción que seguir las normas.

La realidad que viven las afganas se asemeja cada vez más a la época del primer régimen de los talibanes, entre 1996 y 2001, cuando quedaron recluidas en su casa, de acuerdo con una rígida interpretación del Islam y el estricto código social de la etnia pastún (mayoritaria en Afganistán).