Chile volvió a las urnas para definir el reemplazo de la Constitución de la dictadura de Augusto Pinochet, pero esta vez el proceso de redacción había sido dominado por la derecha y, especialmente, la extrema derecha. Por eso, en este segundo referéndum, la mayoría de la izquierda y el centro llamó a votar en contra, opción que ganó con más del 55% con casi la misma cifra de votos escrutada, según informó el Servicio Electoral de Chile (Servel).

En septiembre del año pasado, los chilenos fueron a las urnas, apenas meses después de la asunción del entonces flamante presidente Gabriel Boric, para definir si aceptaban o no el proyecto de Constitución Nacional que había sido redactado en medio de un proceso democrático y marcado por principios progresistas de paridad y reconocimiento de minorías. El mandatario había apoyado con todo su caudal político el texto, que prometía convertirse en la columna vertebral de su programa de Gobierno para los próximos años.

Sin embargo, casi un 62% de los votantes chilenos decidieron que el nuevo texto constitucional había ido muy lejos. Un nuevo ejemplo de cuando las leyes se adelantan demasiado a las sociedades que buscan reglamentar o de una derecha más efectiva a la hora de construir sentido social y de crear un relato político simplista: la nueva Carta Magna hará desaparecer el Chile que conocen.

La derrota electoral fue un duro revés para Boric y su programa de Gobierno. Lo obligó a iniciar una serie de cambios de Gabinete en las que su entorno fue perdiendo poder a manos de fuerzas más tradicionales del centro, que había sido también objeto de las críticas del llamado estallido social que impuso finalmente, en 2019, el reclamo de una nueva Constitución, redactada y aprobada en democracia.

Pese al fuerte revés, Boric no abandonó su cruzada y se comprometió a relanzar el proceso constituyente, aún si debía moderarlo. Entonces, en respuesta a las críticas de los analistas, limitó el componente democrático. Ya no era una Asamblea Constituyente completamente electa la que discutía de cero el texto, sino que un grupo de «expertos» seleccionados escribía una primera versión que luego sería ratificada o modificada por un cuerpo más reducido y, ahora sí, electo. Eso sí, ya no hubo cupos para minorías ni paridad obligatoria.

En una sociedad en la que Boric había perdido una parte significativa de su credibilidad inicial y en la que la fatiga electoral ya era evidente, el resultado fue una victoria de la derecha y la extrema derecha. El nuevo borrador ya salió del cuerpo de «expertos» mucho más moderado y sin algunos de los cambios estructurales que tanto se habían reclamado en las calles. Sin embargo, lo peor estaba por venir para la izquierda y el progresismo, que habían impulsado este proceso constituyente desde el principio.

El nuevo cuerpo de mayoría de derecha modificó el texto hasta convertirlo en un proyecto constitucional aún más conservador y regresivo que la versión que rige actualmente en Chile y que, salvo algunas reformas mínimas, fue aprobado por el dictador Pinochet.