Desde muy temprano en la mañana hasta que el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, finaliza su última actividad, el batallón de personas que rodea a la organización de sus viajes en el exterior mantiene un ritmo frenético, y ordenado a la vez, que hace que todo funcione según lo planeado, o al menos muy cerca de eso.

Lo habitual es ver gente corriendo de un lado a otro, atendiendo teléfonos y respondiendo correos electrónicos al mismo tiempo que atienden las consultas de los periodistas de todas partes del mundo, que pueden ir desde temas de logística a información de un evento o ruegos por ser incluidos en alguna actividad a la que no se anotaron a tiempo o el cupo para asistir está lleno.

Cubrir al presidente estadounidense implica comenzar tres horas antes con el chequeo de todas las pertenencias de cada periodista que son apartadas en una habitación, para ser luego olfateadas por perros especializados en artefactos detonantes y otros objetos peligrosos.

Cerca de media hora después de estar desconectados de todo tipo de dispositivo, faltará aún una última revisión personal para entonces volver a esperar en un punto de encuentro predeterminado para que un funcionario de la Casa Blanca, junto con personal del servicio secreto, acompañen al grupo en micros hasta el lugar del evento. De ida y de regreso, estarán siempre custodiando a los acreditados.

Además del personal asignado por el gobierno estadounidense, en Buenos Aires se sumó la policía local que escoltó a la delegación de periodistas internacionales en motos oficiales.

La Casa Blanca se encarga de todos los detalles: desde armar entrevistas y preparar un centro de prensa exclusivo que en esta oportunidad fue instalado en un hotel céntrico, a entregar una carpeta con información sobre la ciudad a visitar con detalles que van desde el tipo de enchufe que se utiliza hasta recomendaciones sanitarias o sugerencias de restaurantes locales a conocer durante la estadía.

El material incluye también los momentos claves a tener en cuenta durante los días de cobertura, como ser los horarios para el almuerzo y la cena.

Como dijo un colega de un periódico italiano acostumbrado a integrar la comitiva de la Casa Blanca, antes de abordar el charter que nos llevaría de Washington a La Habana: «en estos viajes lo que nunca falta es comida». Y tenía razón.

Lo que tampoco faltan son las credenciales que de a poco van llenando el típico gancho que cuelga del cuello de los periodistas.

A la identificación principal, que en el viaje por América Latina fue un gran rectángulo verde con el escudo presidencial y las banderas cubana y argentina, la asistencia a cada evento implica una nueva credencial de distinto diseño y color que, para el final del viaje, se convertirá en algo parecido a un ramillete de identificaciones.

El viajar con la Casa Blanca significa además la posibilidad de intercambiar con altos funcionarios del gobierno estadounidense, participar de encuentros organizados especialmente para los medios acreditados o conferencias de prensa con el vocero del gobierno.

En La Habana, por ejemplo, la primera noche se convocó a un cocktail para los periodistas oficiales junto a altos funcionarios de la Casa Blanca.

Sin revelar con anticipación quienes serían, fue una gran sorpresa llegar a un salón donde varias de las figuras centrales de la administración demócrata se mezclaban entre la gente y respondían con buena predisposición a la batería de preguntas que los periodistas realizaban sin darles respiro durante toda la noche.

En cada actividad pública de Obama fue posible ver siempre al mismo círculo que lo acompaña en sus reuniones de trabajo: la asesora de Seguridad Nacional, Susan Rice; el asesor de Seguridad Adjunto de Comunicaciones Estratégicas, Ben Rhodes; el encargado para la región del Consejo de Seguridad Nacional, Mark Feierstein; y el portavoz Josh Earnest.

Dado que el secretario de Estado, John Kerry, tuvo que partir a Rusia directo desde Cuba, la que cumplió su rol en Argentina fue la encargada para el Hemisferio Occidental de la cancillería norteamericana, Roberta Jacobson.

Muchos de los funcionarios que llegaron en el Air Force One, el avión presidencial, y en el Air Force Two, el avión que por ser un poco más pequeño trasladará a Obama a Bariloche, nunca habían viajado a la Argentina. Como lo hace cualquier turista, no tuvieron reparos en confesar su expectativa por las tierras del Rio de la Plata y hasta consultaban qué lugares debían visitar.

La mayoría, aseguraron, tendrán el mismo objetivo al que apuntará su presidente durante su estadía: no irse de Buenos Aires sin probar el bife y el vino argentino. El mate, aunque Obama sí lo probó, para muchos de sus funcionarios quedará para un próximo viaje.