Hace ya 35 años desde que el científico de la NASA James Hansen declarara ante el Congreso de Estados Unidos sobre el espectro del cambio climático, la Tierra va camino de experimentar un calentamiento de 2,7 °Celsius de aquí a 2100. Y aunque hay poco consenso entre las naciones sobre cómo y con qué rapidez reducir las emisiones de carbono responsables de ese calentamiento, existe un acuerdo casi universal en que ese aumento de temperatura sería desastroso.

Por esa razón, los 196 signatarios del Acuerdo de París, firmado en 2015, se comprometieron a mantener el aumento medio de la temperatura global por debajo de los 2º C de aumento con respecto a los niveles preindustriales y, preferiblemente, limitar cualquier aumento a 1,5º C.Se espera que los participantes en la 28ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 28), que se celebra en Dubai del 30 de noviembre al 12 de diciembre, actualicen sus avances en el cumplimiento de estos objetivos.Dado que el planeta ya es 1,2 °C más cálido que antes de la Revolución Industrial, este objetivo puede parecer, según el grado de optimismo, o bien muy ambicioso o bien perfectamente alcanzable.

Según Daniel Swain, climatólogo de la Universidad de California en Los Ángeles (EE. UU.), los objetivos son tanto políticos como científicos.

«En última instancia, no hay nada geofísicamente sacrosanto en 1,5, o dos, o tres, o cualquier otro número concreto», afirma. Lo que es más importante reconocer, argumenta, es que, con cada grado incremental de alerta, mayor es la probabilidad de que la Tierra alcance «puntos de inflexión» irreversibles o, como él dice, «más probable es que experimentemos lo que a veces llamo sorpresas desagradables».

Además, explica Maria Ivanova, directora de la Escuela de Políticas Públicas y Asuntos Urbanos de la Universidad Northeastern (Estados Unidos), el concepto de limitar el calentamiento a dos grados es muy anterior al Acuerdo de París. Según ella, en los años 1970 un economista de Yale, William Nordhaus, hizo un «cálculo aproximado», argumentando en un par de artículos que un aumento de dos grados llevaría el clima más allá de los límites de la experiencia humana.

Sin embargo, Michael Mann, director del Centro Penn de Ciencia, Sostenibilidad y Medios de Comunicación de la Universidad de Pensilvania (EE. UU.), advierte de que sería un error deducir que los dos grados se han sacado de la nada.

«Está claro que no existe un umbral absoluto», afirma. «Es más bien una definición objetiva de dónde pasamos del territorio ‘malo’ al ‘muy malo’. Dos grados centígrados es una línea divisoria razonable en la que pasamos al ‘rojo’ en todas las áreas de preocupación».