Por Guido Brunet

El atentado contra el cadáver de Juan Domingo Perón en junio de 1987 produjo una gran conmoción política durante el gobierno de Raúl Alfonsín. El hecho estuvo plagado de pistas falsas y muertes misteriosas. El odio político en su máxima expresión con la intención de violentar un símbolo de la unión de Perón con el pueblo: sus manos.

El 29 de junio de ese año, Roberto García, sobrino político de Perón, concurrió a la bóveda de La Chacarita para comprobar que todo estuviera en orden. Al abrirla, comprobó que faltaban el sable, la gorra y un manuscrito que Isabel Perón había dejado junto al féretro de su esposo.

Tres días antes, el senador nacional por Catamarca y titular del Consejo Nacional del partido Justicialista, Vicente Leonidas Saadi, había recibido una misteriosa carta donde se le notificaba de la profanación. El secretario general de la CGT, Saúl Ubaldini y el presidente del Partido Justicialista porteño, Carlos Grosso, recibieron el mismo texto y, al igual que Saadi, un fragmento del escrito de Isabel, que al unirse con los otros dos quedaba completo en su versión original.

El texto enviado a los tres dirigentes del peronismo era firmado por ‘Hermes IAI y los 13‘, contaba que las manos del cadáver del general habían sido cortadas el 10 de junio. El firmante prometió devolverlas a cambio de un pago de 8 millones de dólares, en concepto de una deuda que el ex presidente habría contraído en 1973; ‘la cual nunca abonó al igual que sus sucesores políticos‘. Una inspección judicial comprobó la veracidad del contenido de la carta.

Con la colaboración del comisario Carlos Zunino (quien más tarde sufrió un intento de asesinato), el juez Jaime Far Suau se abocó a la instrucción de la causa más importante del país, y durante la administración del expediente sufrió amenazas, le plantaron pistas falsas y le formularon cinco pedidos de juicio político.

Días más tarde, Far Suau y su esposa fallecieron en un sospechoso accidente de tránsito. Pero no fueron los dos únicas muertes relacionadas con el robo de las manos de Perón, ya que también debe contarse a Teresa Melo y al cuidador de La Chacarita Paulino Lavagno, que murió producto de una golpiza.

Igual destino corrió Melo, una mujer que le llevaba flores a la tumba de Perón y que había manifestado su intención de contar que había visto ‘gente sospechosa‘ cerca de la bóveda del líder del justicialismo.

A casi cuatro décadas del macabro hecho no se hallaron los culpables, movilizados por el más absoluto odio hacia un líder popular.

En la actualidad, los restos de Perón descansan en el museo histórico «17 de Octubre» Quinta San Vicente, en la provincia de Buenos Aires, en un terreno que perteneció al ex presidente y su esposa Eva Duarte.