La legendaria banda británica King Crimson desató en la noche del martes un verdadero torbellino musical en el concierto ofrecido en el porteño estadio Luna Park, en donde a lo largo de casi tres horas hizo un alarde de complejidad musical que dejó azorado al público por su precisión.

En el marco de su “Celebration Tour”, con motivo del 50° aniversario de su primer disco “In the Court of the Crimson King”, el combo liderado por el guitarrista Robert Fripp, que en esta nueva reencarnación se presenta en formato de septeto, dio nueva vida a las composiciones más representativas de su historia, a partir de un entramado musical.

El grupo plantea desde su particular conformación un novedoso diálogo musical, con tres baterías, a cargo de Pat Mastelotto, Gavin Harrison y Jeremy Stacey, quien además toca teclados; el regreso del histórico Mel Collins, en vientos; Tony Levin, en bajo, stick y contrabajo; Jakko Jakszyk, en guitarra y voz; además de su líder.

En tal sentido, las tres baterías, dispuestas al frente del escenario, toman el rol central, no sólo con su consabido rol rítmico, sino con una interacción entre ellas que genera una suerte de melodías alternativas que se funden con el estilo del grupo, caracterizado por moverse en un difuso límite entre el rock progresivo, el hard rock, la experimentación y el free jazz.

Repartidos en dos sets de alrededor de una hora y cuarto cada uno, con un intervalo de 20 minutos, King Crimson interpretó unos 17 temas, entre los que aparecieron títulos fundamentales de su historia.

Todo el entramado, que por momentos abruma por la carga de información musical que transmite, puede muchas veces pecar de cierta frialdad que se rompe apenas en algunos tramos, como en la calidez alcanzada en la bella “Islands” o en algún cruce de baterías llenos de guiños y complicidades que hasta llegaron a arrancarle una sonrisa a Fripp.

King Crimson volverá a presentarse esta noche en el mismo estadio y cerrará así esta segunda visita a nuestro país.