Ezequiel Fernández Moores es una de las plumas más prestigiadas dentro del periodismo deportivo (y sus alrededores).

Con un lenguaje muy llano, pero profundo a la vez, sus columnas se publican en el diario La Nación, donde el periodista pone en palabras lo que sucede en el mundo fútbol, no tanto a partir de la pelota, sino de algunos de sus protagonistas.

En su nota publicada este miércoles en el matutino porteño, se refiere nada más y nada menos que a Marcelo Bielsa, a partir de declaraciones que por estos días hizo  “El Loco”.

Esta es su columna:

Marcelo Bielsa considera «un maestro» a César Menotti. Pero piensa lo «opuesto» que él. Sabe que «es muy peligroso pensar lo opuesto de un maestro, porque la chance de error» es mayor. Pero, a diferencia de Menotti, él sí cree en la polivalencia. Bielsa cree que todos los jugadores tienen la obligación de saber jugar como mínimo en dos posiciones. Y saber adaptarse al cambio en un mismo partido. Por eso, lejos de la idealización de La Masía, la cantera formativa de Barcelona, Bielsa cree que en las inferiores debería cambiarse de sistema de juego cada dos meses. «Para que los pibes ganen en cultura táctica». Tanto aprendizaje, sin embargo, Bielsa lo pretende para reforzar sus ideas, jamás para modificarlas. Por eso dice también que Sampaoli es «mejor» que él. Porque su supuesto discípulo «es más flexible». Y porque así ganó más. «Loco», sabemos, puede ser un apodo cariñoso. Pero también despectivo. Sería bueno sacar las etiquetas. Bielsa, ante todo, nos invita a pensar.

No enamorarse

Bielsa admite que «una de las virtudes de los entrenadores es la flexibilidad, es decir, no enamorarse de su propia idea». Pero nos dice que él carece de esa virtud. Porque él sí precisa «enamorarse (de sus ideas) para convencer» a sus jugadores. Hay que escuchar lo que dijo Julio Velasco en la pantalla de Fox. «Yo -dijo el sabio entrenador de la selección de vóleibol en ‘La llave del gol’- trato de convencer a mis jugadores para que hagan todo ellos». En su charla del lunes, Bielsa admitió que él sacrificó cosas «por no conceder» en su forma de interpretar el oficio. Habló entonces de táctica y puso como ejemplo a la selección de Brasil. Estaba en Brasil y delante del DT de Brasil. «Interrúmpame por favor si digo algo equivocado», rogó Bielsa a Tité. Y avanzó. Puso como titular a Thiago Silva en lugar de Miranda. Señaló que Brasil usa casi siempre los mismos jugadores y el mismo esquema (lo describió 4-3-3, no 4-1-4-1, como dicen casi todos). Y opinó que, de seguir así, el Brasil de Tité podrá ser campeón en Rusia. Como argentino, confesó que eso no le causa placer. Contó que fue al Maracaná. Y que, conciente de lo que sucede en nuestras canchas, lo «emocionó» ver la «convivencia» de tres hinchas con camiseta de Fluminense en pleno sector de Flamengo. Él, eso sí, rechazó posar luego con la camiseta de Brasil. Además de conocimiento, Bielsa es pasión pura. Ése es su modo de entender el fútbol. Su credibilidad a prueba de balas. No hay otra personalidad como la suya en la élite superprofesionalizada del fútbol mundial.

El triunfo y la derrota

Bielsa nos viene hablando desde hace años como pocos sobre el verdadero significado de las palabras triunfo y derrota. No quita, sin embargo, que él sienta como un «fracaso» el hecho de haber ganado «muy poco». Acaso nadie lloró como él por la caída de la selección en primera rueda del Mundial 2002. En ese análisis es cuando aparece el Bielsa más profundo. El que horroriza a muchos cuando afirma, tajante, que los medios de comunicación han usurpado el rol educativo de la escuela y la familia. Y que eso «es una vergüenza», porque los medios «tienen intereses específicos diferentes a los que tiene la escuela». Y porque, según esos intereses, «se especializan en pervertir al ser humano según victoria o derrota». Fue cuando estallaron los aplausos. Todos entendieron que Bielsa hablaba de algo mucho más profundo que el fútbol. Inevitable recordar la desgraciada secuencia fotográfica de Perfil el sábado pasado, en la que el represor Alfredo Astiz muta en Lionel Messi, porque uno, asesino, fue beneficiado por la justicia de la Corte Suprema, y el otro, futbolista, por la FIFA. «¿Será que la dinámica de los medios a la que se refiere Bielsa tiene hasta el poder de exhibir un ratito de Bielsa para luego regresar a las conductas de perversión que el propio Bielsa señala?», se pregunta el colega Ariel Scher. E insiste: «¿es posible hacer hoy periodismo y comunicación sin pensar en lo que nos hace pensar Bielsa?»

Entre Wiesel y Bielsa

El Premio Nobel de la Paz ElieWiesel contaba en 1998 en un Congreso en París que él siempre admiró a La Mujer de Lot que, según la Biblia, se convirtió en estatua de sal, castigo divino por haber desoído la orden de no mirar hacia atrás, a Gomorra, su ciudad, que era incendiada por pecadora. ¿Cómo no querer mirar por última vez su casa, su familia?, se preguntó Wiesel, que pidió disculpas a los jóvenes por querer transmitirle también a ellos la misión de jamás olvidar el horror, aunque se trate de un horror que ellos no hubiesen vivido. Wiesel contó luego la historia de un rey que, advertido de que todos los que comieran de la siguiente cosecha se volverían locos, separó a uno de sus consejeros para mantenerlo cuerdo. «Cuando todos estemos locos -le pidió- tendrás que ir de ciudad en ciudad gritando «no os olvidéis de que estáis locos». Esto -siguió Wiesiel su relato- es lo que tratamos de hacer, decirle al mundo que locura es matar, locura es odiar». Locura es ser cruel. Aunque luego, llamen loco al que simplemente avisa.