Por MANUEL PAROLA

El periodista y militante Rodolfo Walsh y el secretario general de la CGT de los Argentinos, Raimundo Ongaro, definieron un 1° de mayo de 1968 al movimiento obrero como “la voluntad organizada del pueblo”. Esa misma voluntad puso a Javier Milei en el sillón de Rivadavia casi 56 años después. Sin embargo, esto no significa ni la derrota del movimiento obrero ni la claudicación de la pelea por los derechos de los trabajadores. Pero pone de manifiesto una crisis de identidad que escapó del debate público, al menos, desde la caída del Muro de Berlín.

Tras el asesinato injusto (fueron juzgados sin garantías, jurado imparcial o pruebas contra los acusados) de cinco líderes obreros en 1886, el mundo recuerda los primeros de mayo como “el Día del Trabajador”. No obstante, el fragor por esta fecha se ha diluído al punto que hay quienes celebran “el día del trabajo”. Como si las acciones productivas se realizaran solas. Como si la clase obrera ya no fuera tal cosa, ni siquiera un sujeto, sino un fantasma. Un fantasma muy distinto al que refirió Karl Marx en la primera línea del Manifiesto del Partido Comunista.

El abogado laboralista especializado en Derecho del Trabajo y Seguridad Social, Juan Manuel Ottaviano, destacó en diálogo con Conclusión que ya no es posible hablar de un único proletariado, sino que actualmente puede hablarse de «una clase obrera que está fragmentada».

«Los segmentos del trabajo están cada vez más separados y hay algo que orada la subjetividad sobre el trabajo en la Argentina, que es que hace ya muchos años, aproximadamente una década, la movilidad social ascendente es cosa del pasado. Esto sin dudas también orada el valor de la justicia social, que no es otra cosa que el principio fundante de las protecciones laborales que durante el siglo XX alcanzaron los trabajadores argentinos y de todo el mundo. El valor que está en discusión frente a esta fragmentación del trabajo es la justicia social«.

Hay una fragmentación del trabajo, de lo que antes se conocía como la centralidad del trabajo en la vida, pero esto no quiere decir que el trabajo no siga siendo el ordenador social”, dijo el abogado investigador a este medio, y en ese mismo sentido, la politóloga y streamer Leyla Bechara reflexionó que “la gran pregunta y gran desafío de nuestra generación es el reconocimiento con la identidad del trabajador«.

«No tenemos que dejar de reivindicar la capacidad productiva que tenemos como trabajadores. Pero a la vez entra en tensión con la percepción de que no somos propietarios de nada, ni siquiera de eso que producimos. En algún momento se decía que el trabajo era dignidad y hoy en día es muy difícil encontrar a alguien que se que se llame a sí mismo trabajador”, apuntó la militante y productora de contenidos y agregó: El desafío más grande de nuestra época es poder pensar cómo volver a unir gente que quizás se siente muy distinta, muy sola, muy aislada entre sí y poder responder políticamente a esa necesidad de mancomunidad, de dar un sentido de pertenencia en un mundo que cada vez nos obliga más a protegernos de los otros, como si los otros fueran realmente una amenaza”, destacó Bechara.

Las relaciones laborales como fractura

Milei asumió la presidencia en un país con un 45,8% de la población ocupada, mientras que el 22% de ellos son cuentapropistas y el 35,7% de los asalariados no cuenta con descuento jubilatorio (es decir, está en condiciones irregulares de contratación). La Universidad de Buenos Aires ubicó la informalidad global medida en agosto del año pasado en 46%.

Ottaviano sostuvo que el avance del cuentapropismo y el monotributo respecto del resto de las categorías de empleabilidad fue uno de los métodos de erosión de la identidad trabajadora que abonó a estas fragmentaciones entre los trabajadores: «El aumento del cuentapropismo, ya sea formal e informal, es uno de los catalizadores principales de esta fragmentación junto con la transformación tecnológica, la descentralización productiva como lo como decíamos antes”.

El crecimiento del emprendedor en lo últimos años, no sólo como figura sino como concepto “responde a la lógica de que la mayoría de los trabajos formales no supieron o no pudieron cumplir con tres preceptos básicos de la vida y de la dignidad humana que yo ubico en en comer, tener un techo y tener un poco de ocio, enumeró Bechara y destacó que actualmente gran parte de los trabajadores por debajo de los 35 o 40 años “necesitan tres o cuatro trabajos para poder llegar a fin de mes. La situación habitacional es de una crisis muy grande y sobre todo la idea de no tener tiempo y espacio para poder desarrollar lazos más comunitarios o solidarios con otras personas hace que uno se sienta solo y aislado”.

El desarrollo tecnológico, la incorporación de internet y las redes sociales tanto para trabajar como para socializar configuraron “una percepción de que la información y el conocimiento están al alcance de la mano. Una googleada bastaría para saber cosas o para aprender oficios incluso hasta desde esa perspectiva, haciendo que el individuo sea casi todopoderoso», reflexionó la joven streamer y sostuvo que «eso nos aísla, nos repliega de alguna manera y es muy difícil encontrar esos espacios que históricamente fueron de encuentro. Las fábricas, los lugares de laburo donde uno se encontraba con otros e interpretaba los problemas comunes y tomaba consciencia de ellos, que había que organizarse y que la forma de resolverlos era justamente en conjunto. Todo eso viene en crisis”.

“Tenemos que volver a hacernos la pregunta sobre qué vamos a trabajar en el futuro y llenarla de contenido”, destacó la politóloga, quien se declaró «muy reacia» a creer que, como en muchas películas o ficciones que presentan futuros distópicos, las personas sencillamente no podrán obtener un empleo, debido a que «el trabajo no es solamente producir capital. El trabajo es una forma de ser en el mundo, es un oficio. Es una cultura, es una forma de estar con otros también. Además es bellísimo ver crear algo, es arte».

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Por su parte, Ottaviano aportó en este sentido que «si el planteo neoliberal es que discutamos el fin del trabajo, la respuesta más adecuada es discutir la distribución de los frutos de la incorporación de la tecnología, la distribución del incremento de la productividad, que no es otra cosa que discutir la cuestión de igualdad y la libertad«

Si bien hubo increíbles procesos de incorporación de nuevas tecnologías a la totalidad de las ramas productivas y al mundo del trabajo a través de las décadas, la discusión es la misma: la lucha entre las clases dominantes y las clases obreras para la distribución de los frutos del trabajo. El mismo reclamo por el que Walsh y Ongaro redactaron el Programa de la CGT de los Argentinos aquel 1° de mayo hace 56 años atrás.

El primer escollo, nada sencillo, es la reconstrucción de una identidad como trabajadores y la discusión sobre cómo se construirán las condiciones de trabajo. Si bien hay terreno perdido hasta hoy por los trabajadores en la lucha por sus derechos, la lucha de clases no se ha acabado: los trabajadores sólo deben volver a subir al ring.