El Clásico rosarino no se juega sólo el domingo, es que la pasión de los fanáticos por Central y Newell’s, no se circunscribe a las chicanas o al pronóstico del resultado final, algunos necesitan descargar tamaña ansiedad, jugando un partido en el potrero, con la camiseta de sus amores pegada al corazón.

En diferentes zonas de la ciudad se reedita el match de toda la vida, entre anónimos que también quieren ser parte de la fiesta de la ciudad. Como lo hicieron los empleados mercantiles de un hipermercado del extremo sur de la ciudad, que no dejaron pasar la oportunidad de despuntar el vicio de ir detrás de la pelota de cuero.

En la semana, arm aron el desafío y se encontraron en una cancha de césped sintético de avenida Arijón y lo disputaron con dientes apretados sin regalarse nada.

No muy lejos, en el ex Batallón 121, los chicos de diversas categorías del club Sarmiento, se propusieron jugar bajo el lema «Sin Violencia, por un clásico en paz».

Adolescentes que oscilaban entre los 12 y 18 años de edad, se calzaron las tradicionales camisetas Canallas y Leprosas, para jugar un improvisado derby.

Central-Newell’s, es un fenómeno que trasciende las fronteras de los clubes, los rosarinos se apoderaron de una fiesta única, indescriptible, que hace al folclore ciudadano. Una vez más, en cada rincón de la ciudad, se jugó el «partido de todos».