JUEVES, 28 DE NOV

Embarazadas rusas: de la carta a la cigüeña a las guerras por la maternidad

La llegada de miles de embarazadas rusas al país y hoy motivan una pesquisa judicial. Al mismo tiempo, familias argentinas crían a niños nacidos de vientres ucranianos subrogados. No solo es una cuestión geopolítica, también se debate la ley, la ética y el ansia comercial, explica la escritora Paula Puebla.

Por Paula Puebla para Clarín

 

Cuando Vladimir Putin anunciaba una “operación militar especial” sobre la región del Dombás, decenas de mujeres a días de parir entraron en estado de pánico en Ucrania. Ni ellas ni las clínicas de reproducción a las que alquilaban su cuerpo en su rol de “madres sustitutas”, y mucho menos los clientes o “familias de intención” desperdigadas en países más ricos, podrían haber sospechado los efectos inminentes que tendría el conflicto bélico sobre la industria de la subrogación de vientres. Para las gestantes ucranianas, huir de esa zona no era una opción: los controles estrictos pactados por contrato las sume en una posición de algo más que vulnerabilidad. Frente a la contingencia, los equipos médicos adelantaron innumerables fechas estimadas de parto a través de inducciones dolorosas y se habilitaron búnkers para proteger a los recién nacidos de los aciagos ataques aéreos. La foto que dio vuelta al mundo es conocida: bajo la mirada afectuosa de enfermeras, bebés acunados en fila esperaban ser recogidos por sus nuevos progenitores que, con ayuda diplomática, gestionaban cruces de frontera de último momento. Ese fue el modo en que muchos se enteraron con estupor del “turismo reproductivo”, regulado por el Estado ucraniano desde hace décadas, como el principal destino low cost.

Cinco familias argentinas con cinco bebés de vientres subrogados que estuvieron alojados en el sótano de la residencia de la embajada argentina en Ucrania.

A casi un año de la movilización de tropas, y a una lejanía de más de 13 mil kilómetros, Argentina se anoticia y se convierte, casi en un mismo movimiento, en un punto caliente de convergencia del “turismo de parto”. Esta es otra práctica globalizada que también lleva mucho tiempo en vigencia y pasa inadvertida a los ojos de los controles migratorios de las administraciones que tampoco han vislumbrado el mercado de los llamados passport babies. El caso de las “embarazadas rusas” demoradas en Ezeiza es apenas una muestra de las más de 10 mil que entraron al país durante 2022 para dar a luz, iniciar los trámites de nacionalidad y pasaporte de los bebés –madre y padre–, para luego salir. Lo que llamó la atención de las autoridades argentinas es la sistematización en el otorgamiento de papeles en plazos irrisorios. Donde quiera que uno se encuentre, el cuento es conocido y el negocio redondo: dinero a cambio de papeles express.

El hilo que conecta a las gestantes ucranianas con las embarazadas rusas no se tensa únicamente por el enfrentamiento bélico. Más bien, ilustra sin remilgos los bordes difusos entre la necesidad, el derecho y la accesibilidad a prácticas reguladas de manera deficiente –cuando no desreguladas del todo–, respecto a temas que la sociedad no tiene el brío de discutir. Reclinado en esas condiciones favorables, el mercado ya no necesita moverse detrás de los marcos legales; por el contrario, los aventaja para construir los suyos a conveniencia o para lucrar ahí donde impera el vacío legal y la llegada demorada de los Estados. Constatarlo es tan sencillo como buscar en Google un destino de parto adecuado al bolsillo de cada uno.

Las razones de los alumbramientos transfronterizos son diversas y no suelen estar escindidas unas de otras. Pueden ser geopolíticas, estar ligadas a conseguir una mejor identidad –commodity del siglo XXI que redunda en un determinado e indiscutido capital social y fractura, no por casualidad, el pensamiento colectivo–, y también tener raíz económica. Además de su amabilidad en política migratoria, Argentina es conocida por ser un destino barato en educación y salud. Aquí cualquier procedimiento médico cuesta un 30% menos, si se lo mensura en dólares, que en cualquier otro país de la región, algo que la industria de la salud privada conoce bien debido a una afluencia creciente en los últimos años. El “turismo médico”, constituído por “pacientes sin fronteras”, promete el ingreso de divisas extranjeras y la generación de empleo.

De fondo, lo que persiste es una guerra por la maternidad, una que resignifica el proyecto de traer un hijo al mundo y el fraseo cada vez más habitual de hacerlo “a cualquier costo”. Con mujeres como protagonistas, y los bordes éticos depuestos a favor de un mercado indómito y voraz –¿acaso un sustituto del deseo? ¿su nueva forma? ¿su disfraz? ¿su cómplice?–, la aventura familiar tiene cada vez menos que ver con cigüeñas y más con transacciones de índole comercial. Habilitadas por las posibilidades técnicas, rayanas en las distopías de las que la época dispone, y con la promesa de opacarse todavía más, pareciera que son pocos los que están dispuestos a aceptar un no como respuesta. Qué hacer del límite o del impedimento es una pregunta que el capitalismo pudo comprar.

Allanamientos en la causa de las embarazadas rusas. Foto: PFA.

Lo que entra en crisis en estas maternidades bajo el régimen del just do it neoliberal son los cimientos de los derechos humanos y el derecho a la identidad, aquellos que alguna vez, por inocencia, creímos asegurados. A los miles de niñas y niños nacidos a través de la subrogación de vientres en Ucrania –muchos de los cuales desconocen su verdadero origen–, se le suman los que las mujeres rusas hoy alumbran en países como el nuestro, pero también los de las pakistaníes e hindúes que viajaron durante décadas a Estados Unidos para cumplir el sueño de parir un ciudadano estadounidense. Bajo intermediación de agentes similares a los que hoy investiga la jueza María Romilda Servini en Argentina, los relatos sobre la propia historia son propensos a agujerearse.

Mientras tanto, el negocio de la reproducción expande sus tentáculos a cada rincón del globo desde una lógica extractivista. Una estudiante de doctorado en Nueva York recibe todas las mañanas en su correo electrónico la invitación a comprar sus óvulos de parte de un laboratorio de fertilidad; una pareja descubre que “por error” ha gestado el embrión equivocado y parido un bebé ajeno; un matrimonio se disuelve y llega a la Corte Suprema para que se les conceda la posibilidad de desechar los embriones que mantuvieron criopreservados mientras estuvieron juntos; una científica de la Universidad de Oslo afirma en un paper que las mujeres en estado vegetativo persistente son aptas para gestar y se pregunta “¿Por qué no deberían iniciarse embarazos para ayudar a parejas sin hijos?”; en Colombia, es posible conseguir vía Facebook un bebé por 4000 dólares; una madre gestante, contratada por una celebrity de alto perfil, es abandonada a su suerte apenas confirmado el embarazo; en Cuba, junto al matrimonio igualitario, se aprueba la “gestación solidaria” establecida dentro del Nuevo Código de las Familias. Pruebas de que estamos ante una causa de la que sería prudente empezar a charlar.

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