SáBADO, 30 DE NOV

Extintos durante 150 años, los guacamayos rojos comienzan a poblar el cielo de los esteros del Iberá

Llegan a Corrientes para su recuperación es diverso, algunos provienen de Ecoparque, otros de Temaikén y algunos son producto de incautaciones por tráfico o tenencia de fauna silvestre.

 

Considerados «cruciales» para la conformación de selvas por su contribución a la dispersión de semillas, los guacamayos rojos que habían sido vistos por última vez en Argentina hace más de un siglo y medio consolidaron su regreso al país, un proceso iniciado en 2015, través de un proyecto de reintroducción de la Fundación Rewilding Argentina en los esteros del Iberá (Corrientes), que incluye la increíble experiencia de entrenarlos para volar y enseñarles a alimentarse con frutos nativos.

El origen de los guacamayos que llegan a Corrientes para su recuperación es diverso, algunos provienen de Ecoparque, otros de Temaikén y algunos son producto de incautaciones por tráfico o tenencia de fauna silvestre. Todas estas aves padecían la misma realidad: el cautiverio.

Por carecer de libertad, no estaban aptos para volar. Pichones, adultos o con las plumas cortadas, que en muchos casos fueron injertadas, tuvieron que atravesar un entrenamiento de vuelo durante meses, para «enfrentar» la vida silvestre.

En el Centro de Conservación de Fauna Silvestre Aguará (Paso de la Patria, Corrientes), un equipo conformado por biólogos, veterinarios y voluntarios de rewilding, iniciaron la tarea titánica de «enseñarles» a volar a través de una novedosa rehabilitación para devolverlos a la naturaleza.

Hace diez años que Elena Martín está en Aguará y es la responsable del proyecto Guacamayos Rojos de la fundación, en la etapa de cuarentena y recuperación.

«Llegan en mal estado, estresados, desnutridos, algunos con las plumas cortadas. Los anestesiamos para hacerle los análisis y revisión y luego empezamos el tratamiento, rehabilitación y entrenamiento», detalla en diálogo con Télam

Pero eso no es todo. También se ocupan de la alimentación, para que reconozcan los frutos y semillas que consumirán en las selvas porque, lo que debería ser natural, les resulta desconocido a los guacamayos que padecieron el encierro.

«El cambio es progresivo y lleva varios meses», asegura Martín, oriunda de España y radicada en Corrientes, dedicada a los guacamayos pero también a otras especies, que llegan al mismo sitio, como los pecaríes «Gin y Tonic».

Sobre el entrenamiento de vuelo de estas aves con vistoso plumaje rojo y azul, cuenta que se inicia con distancias pequeñas y se avanza hasta que logran hacer «30 vuelos completos por día» .

«Buscamos que fortalezcan su musculatura, y les enseñamos a estar alertas, a que no bajen al suelo, para evitar riesgos», detalla sobre un proceso que surgió a prueba y error y finalmente logró resultados positivos.

El biólogo Nicolás Carro y dos colaboradores son los responsables del entrenamiento de vuelo, que comienza en una jaula gigante de 30 metros en medio de la naturaleza y con árboles en su interior. Si bien ingresan al recinto, el equipo no tiene contacto directo con las aves y todas las actividades del trabajo se desarrollan en altura.

Y entonces con una señal breve de sonido, el guacamayo se desplaza hasta un palo, sobre un sector pintado de un color, de allí a la herramienta a la que llaman percha y cuando lo logra recibe su recompensa. «Un refuerzo», dice Elena.

Y luego comienzan los silbatos que indican el despegue y así, de un punto a otro, un premio tras otro y el maravilloso espectáculo del despliegue de sus alas. Imponente.

Pero la asistencia no termina en el «prepararse para volar», también está el alimento para sobrevivir en libertad: el reconocimiento de los frutos nativos.

«El procedimiento comienza dándoles los frutos abiertos durante varios días, luego con el fruto un poco cerrado, machacado, para que no les cueste mucho abrirlos y finalmente, cerrados como los encontrarán en la naturaleza», explica a Télam la referente de Rewilding.

Cuando todo ese aprendizaje llega a su fin, el siguiente paso para los guacamayos rojos es la «presuelta».

En la reserva Yerbalito, muy cerca del Portal Cambyretá en los esteros del Iberá, un grupo de jóvenes, entre ellos un biólogo, dos estudiantes de veterinaria y dos voluntario: reciben a los guacamayos, que ya saben volar y alimentarse con frutos silvestres.

Mateo Prono (20 años), Matias Venica (25), Candela Fracchia (19), Quim Agell (24), con Prono como coordinador, activan la presuelta, que incluye una continuidad mínima de aporte alimenticio proteico, control nutrición y distancias de vuelo que pueden llegar a los 30 kilómetros.

Todos ellos explican y muestran a Télam el paso paso de esta etapa casi en libertad de los guacamayos. Se trata, dicen, de «un proceso de adaptación en el que vuelan muchos kilómetros a diario y sólo regresan ir las noches a dormir en unos jaulones, en las alturas de un gran timbó».

«Todos tienen collares, que funcionan como transmisores de una señal VHF que se capta por telemetría», explica Candela, mientras intenta captar la ubicación de los guacamayos.

En medio de la espesa vegetación, las aves siguen respondiendo a los silbatos para asentarse en las distintas bandejas de alimentos, ubicadas en altura y subidas con roldanas.

Casi un trabajo de ingeniería en medio de la selva, de difícil acceso y sólo de a pie, a veces invadida por jejenes, pero siempre con mate en mano, los chicos le dedican varias horas diarias a esta noble tarea.

Y como cada ave es diferente y sus comportamientos distintos, las identifican con simpáticos nombres, algunos ya los traen y otros son creatividad de ellos y así está el guacamayo «Pistacho», «Merei», «Pimentón» y «Pascu», entre otros.

Para Elena Martín, como para el resto del equipo interviniente, el proyecto de reintroducción de guacamayos rojos, ha dejado huellas, sinsabores, alegrías y sobre todo esperanza.

Cuenta que quien le generó un sentimiento «muy fuerte» fue «Pascu», un guacamayo de 17 años que había pasado toda vida en cautiverio. «Llegó en muy mal estado, desnutrido, estresado, no quería comer, era terrible ver como estaba. Todas las mañanas me despertaba y lo iba a ver, siempre, siempre con el temor de encontrarlo muerto», rememora.

Hoy, «Pascu» sobrevuela los Esteros del Iberá, como otros 23 ejemplares ya en libertad, 11 de ellos en período de presuelta en la reserva Yerbalito, y cuatro más en recuperación en el Centro Aguará, enumera el biólogo Nicolás Carro.

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