MIéRCOLES, 27 DE NOV

“El día que lo llevamos al cementerio le prometí que iba a hacer justicia”

A un año de la desaparición y muerte de Gerardo "Pichón" Escobar, Conclusión entrevistó a su hermana, Luciana, quien reveló cómo es el día a día buscando justicia e intentando que nadie lo olvide.

Por Florencia Vizzi

Luciana es hermana de Gerardo “Pichón” Escobar, el joven desaparecido en la madrugada del 14 de agosto de 2015, y hallado una semana después, sin vida, flotando en el río Paraná, con claras señales de haber sido golpeado y torturado.

A un año de aquel suceso, que arrasó con su vida tal como la conocía y dio lugar a una nueva, la joven se atreve a un encuentro en el que relata cómo vivió aquellos días en que su hermano desapareció, cómo cambió su vida a partir de la tragedia y cómo la búsqueda de justicia se convirtió en el eje sobre el que se desarrolla su existencia cotidiana.

La ausencia de Gerardo puede leerse en la mirada de Luciana, en algunos de sus gestos y en los fugaces instantes en que su voz parece que va a quebrarse. Pero no. Como un reflejo del camino que ha recorrido en este último año, desde el día en que se supo que el cuerpo hallado en el río Paraná era el del joven de 23 años que llevaba una semana desaparecido, Luciana no permite que su voz se quiebre, de la misma forma en que no se ha permitido desmoronarse, y sigue golpeando puertas y peleando con jueces y fiscales.

“Es una fortaleza que no sabía que estaba dentro de mí… a veces las cosas pasan por algo… yo lo tengo que ver así, de alguna manera, para no caerme. Todavía no tuve un momento de hacer un parate para hacer el duelo por la pérdida. Aún no he podido llorarlo como lo tendría que haber llorado, no pude aún hacer el duelo por la pérdida”, refiere Luciana, mientras cuenta que lleva algunos meses trabajando en una dependencia de la Municipalidad.

“La verdad es que me llamaron y me lo ofrecieron ellos. Y yo acepté, porque lo necesitaba y porque de alguna forma me hace bien estar rodeada de la gente que lo conocía. A mi hermano lo quería todo el mundo”, afirma con ternura.

«Todos los días le hablo y le pido y le digo “dame una pista, decime por dónde encarar”

—¿Cómo es trabajar en el mismo lugar que Gerardo?

No es solamente trabajar… Es decir, es trabajar donde él estuvo, no específicamente en Parques y Paseos, pero sí con gente que lo conoció mucho; es estar enfrente del cementerio en el que está enterrado (El Salvador), es pasar todos los días por la rotonda… es como que su esencia, su presencia espiritual está todo el tiempo rondándome. Y me siento bien, porque lo recuerdo todo el tiempo… Aunque, la verdad es que yo estoy las 24 horas, desde que me levanto hasta que me voy a acostar, hablando de mi hermano y pensando en él.

¿Cómo viviste esa semana, qué pensabas, qué cosas se te pasaron por la cabeza desde la noche de su desaparición hasta que supiste lo que pasó?

—La primera noche que no vino, pensé que había conocido a alguien en un boliche y se había ido a pasar la noche con esa persona. Pero después, cuando pasó todo ese día y no volvió, empecé a tener el presentimiento de que algo malo había pasado, algo adentro mío me lo decía. No sé, supongo que la sangre te avisa estas cosas, y me dí cuenta de que algo no estaba bien. Me puse como meta encontrarlo, a medida que pasaron los días, me concentré en eso, en encontrarlo. Porque que no aparezca hubiera sido terrible… Mi hermano se me aparecía entre la gente, yo creía verlo en distintos lugares, en las caras de otras personas. Vivía en la contradicción de tener la esperanza de encontrarlo y a la vez saber que había pasado lo peor. Viví cosas que nunca hubiera imaginado. La búsqueda en los hospitales, haber tenido que ir a la morgue… Además se me aparecía gente por todos lados, periodistas, abogados, gente que me decía hacé esto o aquello… Después, tuve que ir a reconocerlo, no podía creer lo que estaba viviendo. Haberlo encontrado fue un alivio. No lo encontré como yo quería, pero haberlo encontrado y tener un lugar dónde llevarle flores me reconforta. Tenía miedo de no verlo nunca más, su cuerpo, su rostro, al menos así pude verlo por última vez y despedirme. Recuerdo que, al mismo tiempo que lo estábamos velando, no paraba de pensar: ‘ahora tengo que volver a casa, estar con los chicos, con la familia y el lunes arrancar de nuevo en otro camino’. Y es lo que hago desde ese día, levantarme todos los días y luchar,  para conseguir que se lo recuerde, para conseguir justicia, para que la causa se mueva, para que haya avances en tribunales…

—Tu vida dio un vuelco, un cambio rotundo después de lo de Gerardo. ¿Sentís que sos otra persona?

—Hace un año atrás era completamente otra mujer. Era una mamá que se encargaba de los hijos y la casa. Ahora también sigo siendo una mamá, pero con otra posición, otras ideas. Mi pensamiento ahora está en encabezar esta lucha. Era quedarme en mi casa llorando, o salir a la calle a pedir justicia. Tratar de que todos los días se lo recuerde y que quede su huella… Nunca creí que iba a llegar a donde estoy. Me veo hace un año atrás y creo que soy otra persona. Supongo que las circunstancias te va llevando, y te van poniendo pruebas a ver si vos sos capaz… Sé que aún me queda mucho camino por delante. Ojalá pueda conseguir lo que tanto anhelamos. Ya no voy a volver a ser la misma, de eso estoy segura. Ahora soy ésta, la que se puede enfrentar a un juez, a un fiscal, a un policía, y salir a la calle a pelear por justicia.

—¿Cómo era Gerardo?

—Pichón era una persona que de chiquito tuvo que crecer de golpe, por varias cosas que hemos pasado en la vida… comenzó a trabajar muy chico, a los 12 años. Y con sus 23 años, ya estaba bien posicionado en lo que quería en su vida, que era tener su trabajo, su casa y formar una familia. Yo lo admiraba mucho porque con la edad que tenía, estaba muy bien encaminado. También amaba su trabajo, no faltaba nunca, iba con lluvia, con calor, con frío,  porque le costó mucho conseguirlo, y todo lo que le costaba, lo cuidaba muchísimo. Y a veces, muchas veces era como un chico, un nene, y le gustaba lo que le gusta a todos los chicos, salir a bailar, divertirse… le gustaba ir al casino. Le gustaba mucho juntarse con sus amigos, comer, salir, pero era muy familiero. A veces pienso que he sido egoísta que tendría que haberlo abrazado más, y haberle dedicado más tiempo. Pichón amaba la vida, y era muy creyente. Por eso cuando pasó todo esto, yo sabía que no era como decían. Que él jamás se tiraría al río porque no era así. Su sueño más grande era tener hijos y formar una familia. Él quería tener todo eso que nosotros, por cuestiones de la vida, no tuvimos…  Soñaba con ser padre, le gustaban mucho los chicos, tenía adoración con sus sobrinos. Soñaba con tener hijos y yo con ser tía. Esa es una de las cosas que me quedaron pendientes en la vida, poder ser tía de sus hijos. Hasta el último día, hasta el 13 de agosto que fue el último día que lo vi con vida, cuando salió de casa, él pensó en sus sobrinos y les fue a comprar cosas para que tengan para comer. Ese fue el último recuerdo que tengo, un buen recuerdo, les fue a comprar comida a mis hijos, y después se fue, contento, alegre… “esperame que vuelvo”, es lo último que recuerdo de él. Y siempre lo esperé, durante toda la semana que estuvimos buscándolo, yo esperaba que en cualquier momento aparezca y me golpee la puerta.

—¿Eran compinches?

—Éramos hermanos, teníamos nuestras peleas y nuestras cosas, como todos los hermanos. Pero vivíamos juntos, teníamos una pieza pegada una al lado de la otra, y siempre que uno necesitaba algo, el otro estaba ahí, firme. Él me ayudó mucho, nosotros desde muy chicos tuvimos que pelearla. Ahora pienso que me quedaron pendientes para decirle un montón de cosas, y darle más abrazos.

«Me duele saber que sufrió, que le hicieron cosas horribles, que lo trataron peor que a un animal»

—¿Que pensás que pasó esa noche en que desapareció?

—Se me pasan mil cosas por la cabeza. Yo creo que mi hermano estuvo en el lugar equivocado con la gente equivocada. Quizás vio o escuchó algo que no tenía que ver o escuchar, o se chocó con alguien con quien no debería… Creo que mi hermano salió un poco alcoholizado de lugar, eso sí, y que quiso tomar un taxi para volver a mi casa. No creo que haya estado tratando de abrir  la puerta de un auto como se dijo porque él no era así… creo que lo que estaba tratando de hacer era de volver a casa, y que nunca lo consiguió. Se cruzó con estas personas que le dieron una paliza, y estoy segura de que después de esa paliza, la policía tuvo intervención directa… Me duele muchísimo pensar en lo que le hicieron porque me he imaginado mil veces toda la secuencia. Me duele saber que sufrió, que lo golpearon, que lo torturaron… que le hicieron cosas horribles. Lo trataron peor que a un animal… Que lo hayan tirado al río, ¿qué necesidad había de eso? Él era uno solo, ¿qué pudo haber hecho para merecer eses final? Nadie merece eso, y él menos que nadie, era un pibe que tenía un gran corazón.

—¿Qué esperás ahora en relación a la causa judicial?

— Creo que esto va a llevar muchos años. Lo que yo esperaba es que todos los que participaron vayan presos. Ellos comenzaron la cosa, pero faltan los responsables, los que encubrieron todo… quiero que se haga justicia. Aunque siempre digo que no creo en la justicia, y que la justicia lo hago yo al levantarme todos los días y decir:  tenemos que ir a tribunales, golpearle las puertas a jueces, hacer marchas para que nos escuchen, ir contra los fiscales. Eso es hacer justicia. Lo que le pasó a mi hermano, les pasó a muchos otros, yo lo veía en la televisión y decía “pobre familia” y cambiaba de canal. Pero me tocó estar de este lado. No hay que esperar que pasen estas cosas para salir a la calle, porque cualquiera puede estar en este lugar. Este no era el destino de mi hermano, a mi hermano le arrebataron su vida, le quedaba muchísimo por vivir, tenía 23 años, toda una vida por delante. Todos los días le hablo y le pido y le digo “dame una pista, decime por dónde encarar”. Yo quiero que en algún momento se me demuestre que la justicia existe, que nos lleven los años que nos tenga que llevar, con toda la fortaleza y la paciencia necesaria, que ojalá que no me falte… pero el día que lo llevamos a mi hermano al cementerio, le prometí que iba a hacer justicia por él. Y espero que la vida me dé esa oportunidad, y cuando consiga eso, entonces, tal vez pueda reencontrarme con él y decirle: “hice justicia por vos”. Ese día se va a terminar. Ese día voy a estar en paz.

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