MARTES, 26 DE NOV

Bajamos la edad de imputabilidad y ¿qué hacemos con esos chicos?

"Dónde está la ternura, ¿en los institutos? En esos espacios en donde aprenden más de la maldad, de los adultos, de muchos adultos que sólo pensamos en puniciones y castigos”, señaló a Conclusión la educadora Amanda Pacotti. Además, la mirada sobre la posible baja de imputabilidad de la Iglesia Pastoral Carcelaria Argentina y del referente del espacio "La Hormigonera", Rodrigo Gauna.

 

«Los pibes no son peligrosos, están en peligro» se puede leer en alguna pared o estampa de camiseta. La construcción social de lo peligroso nos ha llevado a mirar sin mirar, sin profundizar, sin reparar en el otro. Se observa y teme a lo de afuera, la cáscara, su ropa, su pelo, su gorra, su marginalidad.

Un tejido social quebrado, arrasado por políticas estatales inexistentes para los de abajo, que ven a los pibes cuando ya están en el circuito de la delincuencia, privados de su libertad o peor aún, cuando están muertos.

¿Qué les falta?¿Qué no tienen?¿Por qué lo hacen? son algunas de las preguntas que algunos se animan a reformularse. Dónde se han extraviado las infancias de esos jóvenes que ya ni saben qué les gusta, qué los motiva o conmueve.

Ser joven, pobre y vivir en un barrio se convirtió en una odisea entre la marginalidad y la delincuencia. Y en este marco, a quienes ejercen el poder, no se les ocurre una mejor idea que pensar más en el castigo, que en el amor.

No es nuevo, ni reciente que diferentes políticos -de diversos partidos- hayan puesto en agenda «la necesidad» de bajar la edad de imputabilidad. En este sentido, a mediados del mes de junio el Gobierno Nacional envió al Congreso de la Nación un proyecto de ley que establece un nuevo régimen penal para los adolescentes de entre 13 a 18 años que delinquen.

 

Bajo la indicación y decisión del presidente Javier Milei, los equipos conjuntos del Ministerio de Seguridad y del Ministerio de Justicia trabajaron en la redacción del Proyecto de Baja de Edad de Imputabilidad, con el objetivo de «terminar con la impunidad, frenar la puerta giratoria, y darle respuesta a la gente». Dicho proyecto establece un régimen penal aplicable a las personas adolescente desde los 13 hasta los 18 años cuando fueran imputadas por un hecho tipificado como delito en el Código Penal.

 

Nadie puede vivir sin amor

Amanda Pacotti fue única hija de padres que no habían terminado la escuela primaria, creció en una humilde casa que había construido su papá con esfuerzo, y su madre buscó una escuela donde su hija fuese feliz. “Fui privilegiada, tuve el regalo de la vida de que mi mamá me inscribiese en la Escuela Carrasco. Establecimiento que, según la voz del barrio, los chicos iban muy contentos, pero no aprendíamos nada. Efectivamente, no aprendimos nada más que vivir, más que ser responsables y queridos. Lugar donde hubo siempre un saludo a la mañana que decía, buenos días Amandita, cambiate las zapatillas mojadas por unas zapatillas secas que traigas de tu casa, no faltes a la escuela”, cuenta a Conclusión la docente rosarina aque tiene como convicción la nobleza del amor como herramienta para educar.

“En mi infancia tuve ese regalo, haber estado rodeado de esa gente, de esas instituciones. Pero, ¿qué estamos haciendo con esas infancias de chicos que vagan por la calle, que tiran de un carro o comen de los contenedores. ¿Dónde se los escucha? ¿Quién los escucha?” reclama con tono bajo y cansino.

“El colmo es no escuchar en ningún discurso político partidario que exista preocupación por la vida actual de estas criaturas. Que puedan jugar, vivir sin resentimiento, que puedan realmente salir de esa casa. Si podemos llamar casa, a cuatro palos y una lona, e ir a una escuela que le faltan instalaciones en los sanitarios, que le falta pintura, que le falta alegría y ternura.

La posibilidad de bajar la edad de imputabilidad como única solución. “Castiguemos, castiguemos a un nene de siete años, de cinco años. ¿Qué le estamos dando? Un arma, una vida que no es vida, que es miseria. Hay un abandono absoluto de las infancias salvo por la punición», reflexiona la docente entrevistada por este medio.

Muy bien, bajamos la edad. “Y ¿qué hacemos con esos chicos, con esos niños?. ¿Dónde está la ternura, ¿en los institutos? En esos espacios en donde aprenden más de la maldad, de los adultos, de muchos adultos que sólo pensamos en puniciones y castigos”.

Para concluir Amanda recordó una poética frase del maestro polaco-judío Janusz Korczak que dice que “no sabemos escuchar a un chico, creemos que para escuchar a un niño hay que agacharse, hay que ponerse a la altura de él, y no es verdad, tenemos que ponernos en puntitas de pie para alcanzar la altura de su pensamiento”.

 

La Iglesia Católica Argentina dice “no” a la baja

“Los chicos no tienen acceso a la educación, no comen, peor aún se les cortó la comida. Según los últimos datos de un informe de Unicef, un millón de chicos, menores de 18 años, se van a dormir sin comer. Me parece que, buscar la causa de la inseguridad en meter preso a los pibitos de 13 años, no es el camino”, enfatizó, también a este medio, Sergio Raffaelli, el cura en opción por los pobres a cargo de la parroquia rural de Pozo Hondo, en Santiago de Estero.

 

“Hay un marco y un recorrido social desde que alguien es concebido hasta que comete un delito. Como sociedad tenemos que sentirnos responsables para ayudar a prevenir la conducta de los niños y jóvenes que transgreden la ley. Debemos reflexionar sobre quiénes estuvieron presentes para brindar contención en momentos decisivos, la familia, el Estado, la escuela, la Iglesia o los vecinos del barrio” destacaba el comunicado emitido por la Pastoral Carcelaria.

En ese sentido, agregaron que “también hay que considerar el proceso de desarrollo cognitivo y psicológico completo de una persona, que le permite razonar, anticiparse, planificar o realizar juicios críticos, y que a la edad de 18 o 19 años aún está incompleto».

“En la cárcel siempre te encontrás con jóvenes que están encarcelados por su primer delito, y cuando charlo con ellos, te das cuenta que no tienen contención de familia y ves por dónde anduvieron antes. Lo primero que se me presenta en el corazón es que llegamos tarde, incluso alguna vez estos pibes estuvieron en nuestras parroquias, hicieron alguna actividad, un campamento… Después los toma la calle, la droga, las mafias. Cuando hablás con ellos, quieren que les prestemos la oreja, y sabemos que llegamos tarde”, declaró monseñor Juan Carlos Ares, presidente de la Comisión de Pastoral Carcelaria Argentina.

Invisibles desde hace tiempo

Rodrigo Gauna, más conocido como “Bichito” es parte de espacio llamado “La Hormigonera”. Allí, desde las veredas de Humberto Primo y Felipe Moré se teje otra realidad posible para la pibada de barrio Ludueña. “De un tiempo a esta parte, las distintas gestiones, han dejado abandonadas a las infancias. Desde allí muchos se han quedado solo en un discurso”.

A la hora de analizar qué observa en esos niños que transitan el espacio, Gaua expresó a este medio: Los hacemos grandes antes de tiempo, con cuestiones que tienen que ver con las responsabilidades, con gustos o saberes. Los pibes y las pibas con la tecnología también trasladan las provocaciones y las materializan”.

Sumado a la preocupación del acceso a las armas de manera tan temprana. «Las armas no las traen ellos, no las consiguen ellos, sino que hay un equipo de adultos que los hace crecer antes de tiempo, y nos las agarramos con ellos”.

Llegar tarde, castigar, y considerar la baja punibilidad como el único camino. “Desde la pandemia a esta parte, volvimos a trabajar muy fuertemente con niños de 4 a 14, 15 años. Por suerte arrancamos con tres y hoy son 105 niños que pasan por el espacio de «»La Hormigonera», tratando de que ese pibe o piba tome otras armas y no las de fuego, que tenga la opción de agarrarse de otra cosa” concluyó.

 

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