Por Franco Albornoz

Los días pasan, el tiempo avanza y la memoria tacha recuerdos que quedan borrosos, difusos o, quizás, olvidados. Pero a su vez existen sucesos, olores, imágenes o personas que permiten trasladarse en el tiempo, llevar a un pasado para no relegar parte de los hechos y lugares que marcaron la historia de Rosario.

Hubo una vez un tiempo en el que encerrar a los animales en jaulas no se consideraba indigno como hoy. Hubo en ese tiempo un zoológico en el Parque de la Independencia donde animales irrecuperables ya para la vida en libertad tenían un lugar que intentaba ser un refugio decente de la crueldad humana. Única salida a una muerte anunciada.

Bastaba con atravesar la puerta para encontrarse con inmensos eucaliptos, y sobre ellos gran cantidad de aves desfilando. Con el mono “Tito”, suelto, haciendo de las suyas. Un poco más adelante el ganso “Pancho” y el jabalí “Pipo” hacían de anfitriones y se acercaban a recibir a los visitantes. Leones, pumas, osos, lagartos, tortugas, cada uno con una historia diferente, se adueñaban de la escena y captaban la atención de grandes y chicos.

Nadie mejor que María Esther Linaro, quien fuera directora del Zoológico de Rosario durante más de 7 años, para viajar al pasado y recordar lo que fue ese espacio, donde en la actualidad se levanta el Jardín de los niños.

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“En el predio habitaban más de 850 animales. Estaba repleto de mamíferos y aves. En total había 33 empleados, entre guarda zoos y gente que colaboraba. Llegaban muchos animales heridos y recién nacidos que se habían quedado huérfanos producto de la caza. De otra manera no hubieran sobrevivido”, relata Linaro en charla con Conclusión.

Beba, como la conocen sus amigos, ingresó a trabajar al Jardín Zoológico el 15 de agosto de 1990 con la intención de cerrarlo. Pero hubo algo que la hizo cambiar de opinión. “Me di cuenta que no existen esos santuarios o paraísos donde llevar a los animales. Los conocí, y con el tiempo comprendí que todos los que conviven en cautiverio se encuentran en peligro de extinción, es por la caza indiscriminada de sus especies, o por el deterioro de las condiciones de vida de sus hábitats. El zoológico es una consecuencia de las acciones del hombre, de la soberbia humana. Debemos atacar las causas para que no haya más animales en cautiverio. Merecen ser libres y vivir”, contó con un dejo de nostalgia.

Y agregó: “Me acuerdo que al principio había visitas todos los días. Decidimos que no sea así. Reducir los horarios para que los animales puedan tener una mayor tranquilidad”.

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Linaro destacó que en el lugar puso en marcha un sendero didáctico con el objetivo de promover un cambio conceptual en la relación entre humanos y animales. Y a su vez, mostrar los daños que causa la reclusión en animales silvestres. “En ese lugar, había un pasillo en medio de un bosque repleto de árboles y pájaros, con frases por todos lados. También un reloj, en forma de esfera, con el detalle de cada especie que el hombre había extinguido. Además armamos una jaula vacía con la foto del oso Fidel. Él había sido torturado mucho tiempo en el circo. Lo que hicimos fue mostrar todos los elementos de tortura. Esa era La Cabina Del Nunca Más”, contó.

El 31 de diciembre de 1997 el Jardín Zoológico cerró sus puertas definitivamente. Beba se opuso y resistió la decisión, porque no estuvo de acuerdo con las formas en que se resolvió el desmantelamiento y el destino de los animales. Según afirmó, “muchos de ellos murieron producto del estrés que le provocó esa situación y a otros los tiraron por ahí».

Dicen los que transitan por la zona del Jardín de los Niños que, de vez en cuando, ven pasear el alma desvergonzada del ganso “Pancho”. Comentan que deambula con el mono “Tito”, y delante de ellos el jabalí “Pipo” les marca el camino.

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Los días pasan, el tiempo avanza y la memoria tacha recuerdos que quedan borrosos, difusos o, quizás, olvidados.

Cómo rezaban algunas palabras en un pasillo de ese zoo: «Imagina. Imagina que eres un pájaro que vuela libre. Imagina que vives en la naturaleza junto a tu familia, tus crías. Imagina que has salido a buscar alimentos para ellos. Imagina que el hombre te ha cazado. Imagina que tus hijos ya no tienen quien los alimente”. Imagina que ya nunca los verás…

UN MUNDO APARTE

María Esther Linaro tiene 66 años, nació en Rosario, concurrió a la escuela San Francisco de Asís y alcanzó el título de maestra nacional para luego realizar sus estudios universitarios en la Facultad de Humanidades y Artes.

En 2001 fundó la reserva ecológica “Mundo Aparte”con animales silvestres víctimas del abandono. Vaya paradoja, la mayoría habían terminado en un basural como consecuencia del cierre del Jardín zoológico Municipal de Rosario. En el predio ubicado en Sorrento 1595 realiza visitas guiadas al público el segundo domingo de cada mes para que los asistentes puedan conocer más sobre el universo animal. Allí convive con una leona, pumas, y zorros. Entre ellos un mono carayá, con la que tiene una relación especial por ser la última sobreviviente que le queda de aquella reserva animal. “Siempre digo que las únicas que aún vivimos somos Isondú y yo”.