Por Carlos Duclos, enviado especial en Europa

Las sirenas de numerosos móviles policiales surcaron ayer las calles adyacentes a la Plaza de la República, preocupando no sólo a los parisinos que estaban en el lugar, sino a algunos turistas que por allí paseaban y que comprenden que todo hecho violento que suceda en cualquier lugar del mundo tendrá, más tarde o más temprano, efectos en todas partes. Apenas minutos después se supo que un grupo de personas habían atentado contra un móvil policial incendiándolo.

El ataque fue premeditado, porque como hace minutos (al momento de escribir esta crónica), mostraron las imágenes de una persona que las registró y la suministró a la Policía y a los medios, al menos uno de los atacantes llevaba puesta una máscara muy posiblemente anti humo. El agente de seguridad no tuvo otra alternativa más que la de abandonar el auto que se incendiaba, momento que fue aprovechado por los atacantes para golpearlo, cometido que no pudo concretarse del todo por la decisiva actitud del agente de seguridad, Kevin Philipe quien enfrentó a los manifestantes. Hay ya cuatro detenidos, imputados de tentativa de homicidio.

El gobierno francés le dio trascendencia al suceso y el ministro del Interior de Francia, Bernard Cazeneuve, condecoró hoy al agente de la Policía, quien recibió el reconocimiento en medio de los aplausos de todos lo que se encontraban en la ceremonia y del llanto que no pudo contener por la emoción que lo embargó. Por esas horas el presidente francés, Hollande, destacó el profesionalismo policial y advirtió que las condenas a los atacantes debían ser ejemplares.

Pero mientras todo esto y otras cosas preocupantes ocurrían en Francia -por ejemplo que  muchos de los automovilistas debían hacer largas colas para cargar un poco de nafta, porque la venta está limitada, y los trenes circulaban irregularmente provocando dificultades entre los usuarios del servicio-, otro mundo vive en París, el mundo de los turistas que invaden la ciudad.

El bello templo del Sacre Coeur, ubicado en Montmartre (Monte del Martirio, cuyo nombre tiene su origen en la decapitación de Saint Denis en ese lugar, en el año 272 después de Cristo, por no abdicar de su fe cristiana), era literalmente invadido ayer por la tarde por turistas de diversas partes del mundo. Algunos sólo se ocuparon de tomar fotografías, otros, en una actitud devota, cargando con un peso sólo visible para ciertos ojos, suplicaban aquello que brota del corazón adolorido del hombre de fe.

Cuando cerca de las 9 de la noche de ayer cayó la luz del sol, la Torre Eiffel, ícono de Francia, se apoderó de la ciudad y hacia ella fueron los ojos de miles de turistas de todas partes del mundo.

Hoy el Louvre estaba repleto de visitantes, la mayoría japoneses, y la Giaconda de Da Vinci era asediada sin cuartel. Mientras tanto, y en un inconsciente alarde de falta de conocimiento artístico y de frívolo bullicio por parte del alud turístico, estaban solas de toda soledad (como los ciudadanos del mundo preocupados por el destino de la humanidad) las obras del magistral Raphael o de Caravaggio. No es casual.

Por la misma hora, un solitario voluntario cuidaba en la Plaza de la República el homenaje que permanentemente le rinden los parisinos a las víctimas del atentado contra Charlie Hedbo cometido el 7 de enero del año pasado por fanáticos terroristas, y en el que perdieron la vida 12 integrantes de ese medio satírico francés.

Acompañan a esta crónica improvisada en la noche parisina, una serie de imágenes tomadas por el autor sin el profesionalismo requerido, como era de esperarse, pero que sirven para pintar una ciudad maravillosa, esa a la que el talento de Hemingway definió como una fiesta. Esta ciudad cuna de genios, de corazones comprometidos con la vida, de la que el periodista y escritor dijo que no se debía escribir hasta estar lejos de ella. Pues… luego de no escribir jamás sobre ella, especialmente en la lejanía, esta vez se ha violado la ley del hombre que le cantó enamorado. Será tal que vez que París no siempre es una fiesta y eso duele mucho.

torre eifel