Mauricio Macri acaba de salir de la sede de Mercedes-Benz Gallery después de un desayuno de trabajo con altos directivos de la automotriz. Le hicieron dos anuncios importantes: la compañía va a invertir 150 millones de dólares en la Argentina para la producción de un nuevo modelo de minibuses y va a manejar todas sus operaciones en América latina desde oficinas en Buenos Aires. Horas más tarde, Volkswagen se comprometió a invertir otros 100 millones de dólares en sus plantas de Pacheco y Córdoba.

El Presidente lo celebró, pero mientras caminaba por la avenida Unter Den Linden se trenzó en una amable discusión con uno de los diputados invitados al viaje, Oscar Romero, presidente del Bloque Justicialista y dirigente del gremio de los mecánicos (Smata). «No podemos perdernos esa fábrica. Depende de ustedes que podamos bajar los costos», le metió presión, rodeado de cinco policías y guardias del servicio secreto que cuidan los pasos de Macri. «Le puedo asegurar que la productividad no pasa por los costos laborales», se plantó Romero, en plena caminata de cinco cuadras hacia la Puerta de Brandeburgo, un símbolo de la ciudad.

Ninguno de los dos subió el tono, pese a que hay mucho en juego. En el momento en que anunciaron la inversión de 150 millones de dólares, el presidente de Mercedes-Benz, Volker Mornhinweg, les advirtió que la productividad de la empresa en el país es baja respecto del resto de la región, lo que ponía en riesgo futuros desembolsos. «Las ocho horas que trabajen tienen que rendir», insistió Macri. Romero le dijo que sólo por respetar el protocolo no había pedido frente a los directivos de Mercedes-Benz que los trabajadores argentinos recibieran un trato similar al de los alemanes. «Este año les dieron un bonus de 1500 euros», señaló.

El contrapunto se interrumpió por los alaridos de un grupo de turistas argentinos que se acercaron a saludar a Macri. «¡Mauricio, ay, no lo puedo creer! ¿Nos podemos sacar una foto?», lo encaró una pareja de Tucumán. A Marcos Peña le tocó hacer de fotógrafo. Enseguida se fue sumando más gente. «Fuerza, Mauricio, no aflojes.» El Presidente los abrazaba y la discusión con Romero ya había quedado atrás.