Donald Trump prometió romper el acuerdo nuclear iraní siendo candidato presidencial. Pero cuando asuma el poder, tendrá muchos problemas para cumplir su palabra porque se arriesga a aislar a Estados Unidos de las potencias que impulsaron el tratado.

El histórico pacto, que se firmó el 14 de julio de 2015 en Viena y entró en vigor el 16 de enero de este año, es uno de los legados que deja el mandatario Barack Obama tras ocho años en la Casa Blanca.

Este hito diplomático fue el fruto de 18 meses de conversaciones secretas entre Washington y Teherán durante 2012 y 2013, que dieron pie a otros dos años de negociaciones oficiales entre Irán y el llamado grupo 5+1 -compuesto por Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido y Alemania, bajo la protección de la Unión Europea-.

Este reglamento multilateral, ratificado por la ONU debe garantizar la naturaleza pacífica del programa nuclear iraní a cambio del levantamiento progresivo de sanciones económicas contra la República Islámica.

La comunidad internacional, incluidos los enemigos más virulentos de Irán como Israel o Arabia Saudí, reconoce que Teherán ha respetado hasta ahora los términos del acuerdo de Viena.

Obama esperaba además que, antes de abandonar el Despacho Oval el 20 de enero de 2017, este compromiso permitiera dar inicio a un deshielo de las relaciones entre Estados Unidos y la República Islámica, sin lazos diplomáticos desde 1980. La administración demócrata saliente quería establecer por otro lado una suerte de equilibrio geopolítico en el Golfo y Oriente Medio entre la potencia iraní y Arabia Saudí.

Pero la estrategia de Obama ha sido percibida demasiado favorable a Teherán, causando un gran malestar en Riad y un gigantesco enfado en el Congreso estadounidense, dominado por los republicanos que intentaron bloquear el acuerdo por todos los medios.