“El cartel decía: Entrada sólo para locos, cuesta la razón.” Quien haya leído “El Lobo Estepario”, del incomparable  Herman Hesse, se acordará de este pasaje, o de aquel otro, cuando Harry (el ser humano o el lobo que hay en él)  ve en la callejuela aquel otro letrero del Teatro Mágico que cuelga un joven y en el que podía leerse: “Entrada no para cualquiera”.

Pues, sucede que a veces a la vida de ciertas personas (si es que puede llamárseles “personas”, porque tienen actitudes a menudo locas y sublimes como las de los animales), no puede entrar cualquiera ¿Y para qué entrar si adentro no podrán  entender  nada de aquello que vean? Entrar al corazón de ciertos humanos no es para cualquiera, es sólo para locos. Y para colmo de todos los colmos, algunos son locos no geniales, pues si lo fueran  tendrían la virtud, como dice Hesse, de “completar la psicología defectuosa del equilibrio mundial.”

Para estos tipos de los que se habla, la vida es búsqueda para, posiblemente, no encontrar nada. Nada al menos de aquello que sus mentes anhelan encontrar: la razón de todo, la piedra angular de la existencia humana, el sentido de la Creación. Estos personajes no quedan conformes nunca con las argumentaciones de los demás sobre la vida, porque igual que el Lobo Estepario, jamás están contentos con ser felices, no les alcanza,  no han sido creado para ello, quieren más  ¿Pero qué? Bueno, la lista no sé si es larga, pero es importante: quieren amar perfectamente y ser amados más perfectamente; quieren encontrar a Dios o la Causa Incausada en su modo visible y si es posible tangible o cuanto menos perceptible; quieren la garantía, no por la fe,  de que la muerte es en realidad la verdadera vida; quieren abarcarlo todo y que todo los abarque; quieren encontrar un amante (en el sentido elevado del término) en el que el todo, especialmente lo bueno, se resuma en él; quieren la justicia del Cielo  instaurada en la Tierra; quieren el amor supremo imperando en el mundo. Y como todo esto lejos está de cumplirse, terminan como Hesse, entristecidos y diciendo: “Cuando un hombre está muy triste porque se da cuenta de cómo es todo, entonces se parece un poco a un animal.”

¿¡A un animal!? Claro, porque sólo los animales, al fin y al cabo, son las criaturas que por vía de su sensibilidad, de su fina percepción, advierten cuán desatinados son los pensamientos de la racionalidad y cuán peligrosos sus efectos. Ni hablar de la racionalidad poderosa, esa que manda, que ordena, que acciona y  que en aras de sus intereses acaba con el derecho a la vida de la racionalidad no poderosa, las más de las veces buena, inocente e ignorante.

3dudesPara estos pensadores locos, sólo dos cosas redimirán al mundo: un Ejército de locos desprovisto de armas, y ese que algunos llaman Dios. Y sin dudas que así será, porque todo esto no podrá ser salvado por los racionales, por los que están en su “sano juicio”, sino por un Ejército de tipos delirantes y genios como Buda, Jesús, Gandhi, Luther King, Hesse, Balzac, Aristóteles, los Lamas, los Chopin y Rembrandt,  y, en fin,  toda esa laya de disparatados que han venido a hablar de paz, de amor, de arte y belleza, de justicia cierta y no de ese invento grotesco de la racionalidad llamada justicia humana, más concebida para cierta elite que para todas las criaturas que andan sobre la faz de la Tierra.

Mientras tanto, estos locos no geniales, pero sabedores de lo que se trata, no tendrán más remedio que sufrir a veces. Especialmente cuando cansados de buscar no encuentren nada. Nada de lo que ellos anhelan ávida y fervorosamente encontrar, porque en la búsqueda siempre se encuentra algo. Lo primero que se encuentra es el saber que se es y que, además, se es capaz de buscar. Y lo que seguidamente se encuentra es un poco o mucho de dolor. Pero en tal caso deberán recordar las palabras de un “genio del sufrimiento” como Hesse:  “Hay que estar orgulloso del dolor; porque todo en él es un recuerdo de nuestra condición elevada.”

Bueno, elevada en algunos no lo sé; distinta y apreciada por otros locos… seguramente.