«Nuestro gran tormento en la vida proviene de que estamos solos y todos nuestros actos y esfuerzos tienden a huir de esa soledad», decía el escritor francés Guy de Maupassant; pero el problema es que a veces, en ciertas condiciones y debido a algunos personajes, el ser humano aun cuando huye de ese sentimiento devastador, de esa tremenda soledad, no puede escapar de ella que viene a ser como su sombra tormentosa. Cuando la soledad del ser humano es responsabilidad del Estado, la huída, la búsqueda de soluciones al problema suele ser difícil, con frecuencia imposible si el hombre no tiene las herramientas o las armas necesarias para hacer frente a tal desprotección.

Y el Estado desampara al ser humano cuando los gobiernos, los funcionarios no cumplen con su cometido. En todo el mundo, pero en ciertos países, se asiste al síndrome del ciudadano desamparado, desprotegido y, por tanto, en soledad. Para no ir demasiado lejos en la observancia de la realidad fijemos la atención en nuestra ciudad, Rosario ¿Está el vecino desprotegido y padece soledad? Sin ninguna dudas.

Cuando un padre se queda preocupado por las noches porque su hijo ha salido y sabe que su integridad física corre riesgo, ese padre es un ser desamparado y padece cierto modo de soledad; lo mismo ocurre cuando un trabajador sale de su trabajo a las 11 de la noche, o parte hacia el mismo a las siete de la mañana y teme que lo poco que tiene sea arrebatado por un delincuente o le sea arrebatado el tesoro más preciado: su vida.

Este tipo de desprotección y de soledad no hace acepción de personas, no distingue entre ricos, pobres, razas, creencias o idearios. A cualquiera le puede tocar.

Cuando un ser humano que no posee obra social debe concurrir a un hospital público y debe esperar horas para ser atendido, o meses para que le den un turno para conseguir una prótesis y ser intervenido quirúrgicamente (como ha sucedido) estamos en presencia de desamparo y soledad.

De la misma manera, podría decirse que un ser humano honesto, bueno y paciente, se siente desamparado cuando los inescrupulosos, descorteses, violentos ganan la calle y los gobernantes y sus políticas brillan por su ausencia y el desorden es el que impera.

Estos son los tiempos de los desamparados de todos los signos y todas las condiciones sociales, aunque claro que siempre se llevará la peor parte aquel que tiene menos poder, aquel a quien el Estado, por vía de sus gobernantes, no le garantiza su legítima defensa, su justa protección.

¿Y por qué sucede esto? Porque salvo excepciones, que las hay, desde luego, la política ha sido tomada por asalto por una casta que se ocupa de sus intereses, pero no de los intereses de la persona. La vida, valor sagrado en todo ser, en toda criatura, es tenida por una minusvalía que sólo alcanza el rol de número o mera herramienta al servicio de un sector poderoso. Y por tanto, la herramienta al servicio del mercado no puede ser objeto del derecho de protección.

Es por tal razón que hay «soledad social» y, por supuesto, personal. Cuando un homicida que usa el volante como arma arrolla y mata a una persona y sale en libertad como si nada, cuando un empresario humilla a un empleado sin que el Estado intervenga para poner las cosas en su justo lugar,  el desamparo reina y la soledad traspasa el corazón no ya sólo de una persona o de una familia, sino de toda la sociedad.

Y esta realidad sólo puede ser cambiada cuando aparece un líder que se compadece de los desamparados, o estos se deciden a tomar el poder para cambiar el orden de las cosas.