He dicho días pasados en la cuenta que poseo en Facebook (Charlas de Candi), algo sobre la vida y las batallas que debe librar el ser humano. Batallas que, dicho sea de paso, hoy no son eventuales, no son aisladas. Estos tiempos en el que desenvolvemos nuestras vidas, y que no pueden ser comparados por diversas razones con los tiempos pasados, obligan a cada ser humano a dar permanentes batallas no ya para vivir en plenitud, sino a veces para sobrevivir.

Dije entonces lo siguiente: «Sabemos que la vida no es fácil. La observación de la realidad, las vivencias, nos sumergen con frecuencia en estados nostálgicos, melancólicos e incluso de profunda tristeza. Negar la realidad adversa, la circunstancia desfavorable, es tapar la herida. Pero nada cambia con ese método, pues podemos no querer reconocer el suceso, pero eso no hará que desaparezca.

La única forma de resolver los problemas, es primero aceptando que están frente a nosotros e inmediatamente después reconocer sin dudar  que no fuimos creados para sucumbir ante ellos, sino para combatirlos y vencerlos. Es en esta lucha que libramos y de la que salimos victoriosos, si así lo deseamos, como vamos ascendiendo en los planos físico, mental y espiritual.

No es bueno desperdiciar energía renegando de una circunstancia adversa. Tal energía debe ser empleada para desenvainar la espada confiados en la victoria. Dios no nos ha hecho, ni nos acompaña, para regocijarse con el triunfo de los fantasmas.

De hecho, y esto hay que decirlo,  hay problemas tan graves que se convierten en dramas. Hay unos pocos casos, poquísimos, en que nos es imposible dar la batalla. En esos pocos casos, aquellos que creemos en un Orden Superior inteligente y poderoso, debemos comprender que Dios, como llamamos a ese Ser Superior, la da por nosotros en otro plano y aguarda que nuestro espíritu, más allá de este plano o dimensión, alguna vez se regocije en la victoria».

Quisiera agregar en esta ocasión que escribo para los lectores de Conclusión que el ser humano dispone de un arma poderosa (e incluso dos) para hacer frente a las vicisitudes, a las adversidades: una de ellas es la mente, otra la compañía de Dios. La mente humana es muy poderosa, tanto que una gran parte del destino de la persona no es ni más ni menos que el efecto de sus pensamientos, de su imaginación, de su fe, de la confianza en sí mismo.

Me resulta imposible no volver siempre a las enseñanzas del psiquiatra y psicólogo Frankl, especialista en sufrimiento, quien decía que «si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento». Y en este sentido, reitero lo expresado anteriormente: no fuimos creados para sucumbir ante los problemas y la adversidad, sino para combatirlos y vencerlos.