El ser humano tiene en sus manos, en gran medida, las riendas de su destino. Esta es una verdad sobre la que no tengo dudas. Como lo he escrito en otras ocasiones, cualquier persona, en una buena medida, logra aquello que se propone si tiene fe, esperanza y amor por aquello que procura obtener. Sin embargo, no dudo tampoco que hay condicionantes. En ocasiones todo el empeño, toda la fe no alcanzan ¿Por qué? porque por sobre los deseos del hombre está la necesidad de Dios y todo lo creado. El universo, la creación, la vida, es una perfecta máquina en la que cada pieza tiene un rol que cumplir, y el maquinista no puede permitir que una de sus piezas funcione de una manera contraria a la necesidad de la estructura ¿Se entiende? Sin embargo estas situaciones no son la generalidad y sólo hay que hablar, en este caso, de excepciones. De otro modo, vano sería el libre albedrío que posee el hombre. Así que bien puede decirse que, en general, el ser humano tiene en sus manos las riendas de su destino.

Pero hay un condicionante al destino de cada persona, y este condicionante no es la excepción, sino la generalidad. Y  son las circunstancias alrededor del ser humano que son efectos de lo hecho (o no hecho) por otros seres humanos. Estas circunstancias, podría decirse, son las que hacen el camino por las que la persona debe andar. Y por eso a veces el camino de la vida es difícil, escabroso, lleno de pozos, obstáculos, tremendamente empinado. Quienes hacen este camino, o quienes van formando estas circunstancias que hacen más difícil (o más fácil) el tránsito por este nivel de existencia, son casi siempre los dirigentes, los líderes. A ellos podríamos llamarlos «constructores de condiciones». Es decir, hacedores de ese camino por los que andamos los seres humanos con nuestros carruajes y caballos, rienda en mano queriendo llegar al destino soñado.

Los dirigentes políticos en todas partes del mundo, son los constructores de las condiciones. También, es cierto, lo son los empresarios, los dirigentes gremiales, los líderes religiosos, los líderes sociales en general, pero son los políticos los encargados (deberían serlo) de hacer caminos libres de los mayores obstáculos. No es así, lamentablemente.

Hace unos años escribí que «el destino de cada persona, en general, está condicionado, en un 70 por ciento, por la obra de un gobernante». Y lo reafirmo. Cuando escribí eso, recibí una carta de un señor que me decía: «no es así. Yo empecé de la nada, remé contra viento y marea y alcancé mi propósito». Después de explicaba ciertos principios que conozco muy bien y de los que en otro momento hablaré y que son necesarios aplicar durante las tormentas a las que nos tienen acostumbrados los líderes. Recuerdo que le respondí: «no todos los seres humanos, ni siquiera la mayoría, tienen la fortaleza, la voluntad y el conocimiento suyo. Y no por eso esos seres humanos merecen ser tratado bajo el principio de la sobrevivencia del más fuerte, porque el tesoro de todo ser humano no está en su fortaleza racional y conocimiento de orden intelectual, sino en la bondad de su corazón y la sabiduría de su espíritu. Y esos seres humanos, que aparecen débiles para algunas cosas, son fuertes en lo principal: la visión que tienen sobre la vida y su sentido. Y por eso merecen la protección de los líderes, en el sentido de allanarles el camino que ellos deben andar. Y como ello en general no ocurre, observamos en el mundo tanta tristeza determinada por hambre, enfermedades, violencia, pobreza de todo orden y esa frustración, esa decepción amarga, dolorosa, de quien deseando llegar a su destino exclama: ¡quiero, lo intento con las fuerzas que tengo, pero no me dejan!

Hay, sin embargo y afortunadamente, y con esto termino esta primera parte, un par de fuerzas que son más formidables que la acción perversa o la inacción de la dirigencia. De esto hablo en la próxima.