Por Florencia Vizzi

El devenir cotidiano de las noticias es, casi siempre, un aluvión de luces y sombras. Pero sin equilibrio. Casi siempre, las sombras copan los espacios, los párrafos y las palabras, las fotos y los videos, casi siempre el dolor lidera en el ránking de primicias. Pero la verdad es que el devenir cotidiano está lleno de crónicas que pocas veces ven la luz, generalmente protagonizadas por gente común que construye esas historias con actos fuera de lo común.

Esas personas corrientes haciendo cosas fuera de lo corriente, son las que este domingo le pintaron una sonrisa a algunas de las escuelas de las islas, en la zona de El Espinillo. Hasta allí, con el Paraná inusualmente manso y una espléndida mañana otoñal como telón de fondo, llegaron las lanchas que trasladaron donaciones para los colegios y a quienes quisieron acompañar la jornada solidaria.

Bailando con el loco de los tarros

Vestido de “manosanta” y haciendo sonar una campana de bronce a todo trapo, el “loco de los tarros” no sólo comandó la expedición solidaria, sino que fue su ideólogo.

El loco de los tarros es Carlos Alberto Gasparini, un prefecto retirado, condecorado dos veces por su labor desempeñada durante las inundaciones en la ciudad de Santa Fe, cuando logró salvarle la vida a una anciana que estaba a punto de ser arrastrada por el agua cuando intentaba resistir agarrada de una viga.

Los que lo conocen dicen que la mayor parte de su tiempo lo dedica a hacer tareas solidarias. Él, por su parte, sólo contó que hace unos meses se le ocurrió la loca idea de participar en Bailando por un sueño, para “cumplirle el sueño a los pibes de El Espinillo”.

“Siempre anduve en la isla y en el río, desde los 9 años. Todos los 5 de agosto, con mis amigos, festejamos el Día del Niño en alguna de las escuelas de la isla, Bailamos chamamé, preparamos la comida y llevamos regalos para los chicos”, relató Gasparini, con una sonrisa de oreja a oreja, provocada por el éxito de la convocatoria. “Esta vez se me ocurrió que podía ir a “Bailando por un sueño”, así le podemos conseguir todo lo que necesita esta gente. Así que la idea surgió en ese momento. No sé si se dará, pero al menos, conseguimos todas estas donaciones que seguro les va a traer mucha alegría a los chicos del El Espinillo”.

En un rincón del muelle de Costa Alta se apilaron las donaciones: leche larga vida, bicicletas y triciclos, libros, un cajón de naranjas, varios pupitres, packs de agua mineral y grandes bolsones de ropa, entre otras cosas.

El «loco de los tarros» corría de un lado a otro, saludaba efusivamente y agradecía a todos los que llegaban con sus paquetes, grandes o pequeños, bajo el brazo, hablaba con la gente de la prefectura, que también colaboró durante la jornada, se sacaba fotos y volvía a correr.

De fondo sonaban los bombos de los muchachos de la Uocra, que llegaron , munidos con gorros y banderas y una gran donación de combustible que les permitió a las lanchas llegar a la isla, e hicieron propia la convocatoria. Y la gente del sindicato de la construcción llevó algo más, una posible promesa de colaborar con la construcción del aula para el nivel inicial que la escuela N° 1139 de El Espinillo necesita con urgencia.

«La escuela necesita dos aulas, una señal de internet, algunas computadoras y una planta chiquitita de agua potabilizadora…Así que yo Carlos Alberto Gasparini estoy listo para bailar con el que venga, arriba del agua, abajo del agua, lo que sea con tal de poder cumplir el sueño de estos chicos…¡Si bailó la Mole Moli y la Tigresa Acuña, muy bien puedo bailar yo!

Un pedacito de tierra firme

Del otro lado del río esperaban los verdaderos protagonistas, chicos que van a la escuela, Rubén, el director y su esposa Alicia, el portero de la escuela y la maestra del nivel inicial.

El colegio N° 1139 «Marcos Sastre» tiene 23 alumnos, que van de los 3 a los 14 años, dos docentes, uno de ellos director a cargo y un portero. Entre ellos, a fuerza de dedicación a tiempo completo y amor, consiguen que la escuela salga adelante y ejerza, muchas veces, como punto de encuentro de la comunidad.

Rubén Ferreyra, director de la escuela desde hace seis años, contó que las necesidades tienen mucho que ver con el ambiente. «Por ejemplo, internet. Nosotros necesitamos urgentemente tener acceso a internet. Otra cosa urgente, tal vez la más urgente, es un aula para el nivel inicial. Tenemos ocho chicos que están en un lugar muy pequeño, que hemos improvisado construyendo un tabique en una zona del comedor. Y ese salón improvisado no está acondicionado como corresponde».

Si algo puede intuirse al escuchar a Ferreyra, es la pasión que siente por la escuela y por su trabajo en ella. «Yo elegí venir aquí, antes trabajaba en otra, también de zona rural, y cuando tuve que elegir otro destino, elegí este. Y es un trabajo que no cambiaría por nada», afirmó con convencimiento.

A pesar de ser una labor que exige dedicación completa, todos en la comunidad educativa de la «Marcos Sastre» se muestran comprometidos y felices con esas tareas. «Nosotros hacemos de todo, más allá de lo curricular. A veces hay que ir al ministerio, hay que hacer trámites,  hay que ir a comprar la comida para los chicos, hay que encargarse de traer el agua… de todo un poco», explicó el director.

Así lo corroboró Alicia, su esposa, quien explicó que la escuela cumple un rol fundamental dentro de la isla. «La escuela es el lugar  dónde se reúnen todas las actividades sociales. Si hay que hacer una reunión o un encuentro, organizar una actividad, resolver alguna cuestión, se hace en la escuela».

«Mi trabajo está lleno de satisfacciones, relató Rubén. Una de las mayores satisfacciones fue durante la última gran creciente, cuando desde el Tigre hasta la isla del Cerrito, en Chaco, estaba todo completamente inundado. Y el único lugar donde había un pedacito de tierra firme era aquí, en esta escuela. Y en esas condiciones, en plena inundación, los chicos no faltaron a clase ni una sola vez… Nosotros los íbamos a buscar en la canoa del portero, o en lancha, casa por casa, buscándolos y no faltaba nadie. Este era el único lugar que los chicos tenían para jugar, para correr y para compartir. Inclusive nosotros habilitamos la escuela en esos días para que los fines de semana los chicos pudieran venir a jugar y hacer alguna actividad física».

La que llegó para quedarse

La maestra de nivel inicial llegó a la escuela para un reemplazo de tres días. Y ya no quiso irse. A día de hoy, Julieta Tripi cruza todos los días, junto al director, para dar clases en la escuela de sus sueños. «Vine a trabajar  en el 2014 por tres días, para hacer un reemplazo…y me quedé todo el año. Y me enamoré de la escuela y de la gente…  no quise irme nunca más. Ese año pedí el traslado y se me dio, así que me quedé».

«Este era el sueño de mi vida, contó Julieta,  trabajar en una escuela rural. Cuando me recibí lo tuve que hacer a un lado, porque cuando empezás a trabajar te toca donde te toca, pero después me enteré de esta escuela y entonces, volví a soñar. Insistí e insistí y fui constante hasta que lo conseguí. Y ya no quise irme. Es una experiencia maravillosa, feliz, yo estoy feliz de estar aquí», relató la joven con emoción.

Las razones que dio son muchas, el contacto con los chicos, la cercanía con las familias, la naturaleza.»Aquí hay otra realidad, todo es más pacífico, llegás más a los chicos, es una educación más individualizada. Uno tiene la posibilidad de estar más cerca de ellos y conocer sus necesidades y hacer una diferencia, y eso es maravilloso».

 

El domingo en El Espinillo tuvo de todo: mate, fotos, noticieros, donaciones, «fulbito» en el patio de la escuela, sonrisas y camaradería. Y la promesa del retorno, de la solidaridad, del «pasamanos» para ayudar al otro… la promesa de todo lo que ocurre, y lo que seguirá ocurriendo más allá de las crónicas negras. .. historias fuera de lo común labradas por gente de lo más común… o no tanto…