MIéRCOLES, 27 DE NOV

Prostitución y violencia abordadas desde el amor: capítulo II

Relatos e historias de las mujeres que visitan día a día el Centro Madre Antonia de las hermanas Oblatas en barrio Las Flores, quienes ayudan a que vuelvan a confiar en sí mismas, se valoren y puedan alejarse lo más posible de las drogas, el maltrato y la calle.

Por Marina Vidal 

En medio de barrio las Flores, en medio de las calles de tierra, de los perros vagabundos, de los vecinos con sus carros y caballos, en medio del paisaje que refleja la realidad que vive un sector de la sociedad; nació, hace 25 años la esperanza para aquellas mujeres que ejercen la prostitución o son víctimas de trata con fines de explotación sexual o víctimas de violencia de género. Se trata, del Centro Madre Antonia ubicado en calle Jazmín al 7200.

Hace un año, Conclusión conoció a sus fundadoras, las hermanas Oblatas del Santísimo Redentor de Rosario quienes ayudan a estas mujeres a que se liberen, se valoren a ellas mismas, se respeten, y tomen conciencia de que pueden alcanzar una buena vida y dejar atrás el sometimiento. Mirta Sánchez quien hace más de 30 años que es religiosa consagrada, junto a Juana Lescano y Shirley Riva forman la Congregación local.

En aquel entonces, cuando se realizó la nota, quedó algo pendiente; conocer a las protagonistas de la historia, al grupo de mujeres que todas las tardes, visitan el centro y lo hacen suyo. Por todo esto, Conclusión emprendió el camino para armar el segundo capítulo de la historia, y un martes a las dos de la tarde, llego a Las Flores para visitar “el Madre Antonia”.

oblatas_barrio_las_flores1_fvizziEn la primera sala se encontraban Norma y Paola, cortando las manijas que luego otro grupo coserán a los bolsos, que más tarde se venderán  y así, ellas se ganarán su dinero.

Eso es lo que hacen allí: trabajan. Trabajan para sentirse útiles, para ganarse el dinero que les permitirá comer esa noche, trabajan para no estar en la calle, para no ser humilladas, maltratadas y denigradas, trabajan para valorarse, para sus hijos, pero sobre todo…para ellas mismas.

Realizan bolsos de tela, los cosen, los pintan y decoran. También hacen dulces caseros, escarapelas y chocolates. A todas y cada una de las mujeres que conocimos, se les hizo la misma pregunta: ¿Qué es el centro para vos?

Norma hace más de 40 años que camina Las Flores y va al centro desde hace más de diez años. Paola, en cambio hace uno. Ambas con más de 20 años de diferencia en su edad, y con distinto tiempo de permanencia en este lugar coinciden en lo mismo: esas horas que están allí son de felicidad. “Para mí es una forma de trabajar, hay mucha amistad acá”, comienza a relatar Norma al mismo tiempo que se le empañan los ojos y se le quiebra la voz. “En otro lado esto no se ve, acá nos dan los materiales, trabajamos y nos dan dinero. Antes de estar acá trabajaba por hora pero después por la edad ya no pude”, remarcó Norma.

En otra sala estaba Flavia armando los bolsos, ella contó que hace dos años que está allí, que llegó muy mal a causa de la pérdida de oblatas_barrio_las_flores16_fvizzisu marido, quien falleció el mismo día que nació su beba de dos años. “Las hermanas me ayudaron con todo, yo tengo seis hijos y ellas me ayudaron en la parte psicológica y en todo sentido. No tenía que darle de comer a mis hijos y no tenía ganas de hacer nada tampoco”, relató Flavia en voz muy bajita.

Cuando ella entró al centro comenzó a hacer muñecos y de a poco fue perfeccionándose. “Hoy ya coso en la máquina, y para coser me llaman a mí”, dijo orgullosa. Y agregó: “Yo no tenía trabajo ni que darle a mis hijos, hasta tuve que ir a cuidar autos, buscar cosas en los volquetes…hice de todo, hasta que me ayudaron las hermanas y comencé a venir acá. Hoy ya no hago nada de eso”.

oblatas_barrio_las_flores10_fvizziConclusión entró a la sala de pintura, donde estaban pintando los bolsos. Marta empezó diciendo que el centro es un espacio que le permitió “sacar muchas tristezas”. “Aprendí muchas cosas con las maestras, se hacer muñecos, se pintar. Las hermanas me ayudaron mucho con mi enfermedad (diabetes) y mis compañeras son muy buenas”, manifestó.

Marta no ve la hora que pase el fin de semana y sea lunes, para ir a Madre Antonia. A ella, lo que más le gusta es estar con las maestras, con las hermanas, con las compañeras.

“Acá parece que uno revive. Y se valora una como mujer. A mí nunca nadie me valoró, nadie nunca preguntó por mí. Acá me enseñaron a valorarme”, dijo Marta.

Estela hace alrededor de 15 años que ingresó al Centro. Coincide con su amiga en que al llegar los días sábados está pensando que pase rápido para volver. Nely, hace un año que empezó a concurrir al centro, ella es tejedora artesanal, o como dice la maestra “una gran tejedora”. Para ella, ese lugar es su trabajo pero además “es un apoyo donde encuentra cariño”.

“Es el único lugar donde nos escuchan, donde podemos hablar. Por ahí uno está solo y tiene que hablar con las paredes. O por ahí están tus hijos pero nadie te pregunta cómo estás, cómo te sentís, y eso es feo porque te sentís solo. Pero acá no”, describió Nely.

De repente en la charla sale el tema del maltrato a la mujer y la reacción fue unánime; sin dejar sus actividades ni separar los pinceles de oblatas_barrio_las_flores20_fvizzila tela, toda la mesa acotó cosas como: “está mal”, “el maltrato no se puede soportar”, “es terrible”, “a nosotras nos toca muy de cerca”, “nos duele mucho”.

Marta, tomó la palabra y dijo. “A mí me pasó con mi sobrina, el novio la quemó, ella aspiró el alcohol y se calcinó por dentro. Falleció a los días. De la única manera que me pude levantar es estando acá porque yo nunca pensé que me iba a tocar”.

Una cara joven miraba desde otra mesa sin opinar. Cuando por fin se animó, nos enteramos que se trataba de una novata ahí adentro. Soledad hace dos meses que ingresó a Madre Antonia de la mano de las hermanas. Antes de eso, ella comentó que su vida se basaba en “quedarse en su casa sin hacer nada” o “salir a drogarse en la esquina con los pibes”. “Desde que estoy acá no lo hago más. Acá me olvido de todo y hago cosas, trabajo mientras mis hijos están en la escuela”, relató Soldedad.

oblatas_barrio_las_flores17_fvizziCon sus 28 años Soledad es madre de cinco hijos de los cuales tres, viven con ella. Al preguntarle qué la llevó al mundo de las drogas, Soledad hizo referencia a su crianza. “Mi mamá no me crio, yo fui mamá muy joven y no sabía qué hacer, entonces me metí en el alcohol y a droga pero no podía salir porque ¿para qué?, si al otro día era lo mismo”, dijo y aclaró que al estar en ese estado, lo único que hacía era trabajaba en la calle, vendiendo su cuerpo para poder mantener a sus hijos.

Ya casi no lo hago a eso tampoco. Porque las hermanas me ayudan para que no tenga que salir a trabajar de eso. No del todo porque tengo que llevar comida a mi casa, pero ya voy a poder”, concluyó Soledad porque debía ir a tomar la merienda.

Un mensaje a las mujeres que atraviesan lo que ellas pasaron

“Le diríamos que no se dejen al abandono, que no se queden con lo que tienen, que hay posibilidades de salir de la droga, de salir de la calle. Sabemos que es difícil, porque la plata es más fácil, además en ese momento uno no se tiene fe a una misma y decís, “¿Quién me va a tomar a mí”, pero mientras que tengan dos manos todo se puede, hay que aprender algo y listo”, manifestaron Nely y Soledad, quien al finalizar aclaró: “A mí me pasaba. Me decían salí de la calle anda de las hermanas y yo contestaba sí…sí…sí…pero no hacía nada. Hasta que un día dije basta, porque mis hijos son más grandes y empiezan a preguntar, y cuando tu hijo te pregunta sobre esa situación vos no sabes que decirle. Hoy, mi hija está re contenta que yo esté acá”.

Mabel, la maestra de técnicas ornamentales, se unió a la charla y compartió que hace diez años que concurre al lugar. “Cuando yo empecé acá pensaba que podía cambiar el mundo, creyéndome súper, pero estando acá te das cuenta que es más lo que recibís de lo que das, y que vas aprendiendo de ellas muchísimo”.

Joana de 18 años, Itatí de 21, Rosana de 36 y Alicia estaban por ir a merendar cuando llegamos. Sin embargo nos contaron que a ellas el centro les da “seguridad, fortaleza para seguir adelante y sobre todo valor como madres, como hijas, como amigas, como mujeres”.

Yo sufrí violencia de género por cinco años, perdí mucho. Recién ahora estoy perdiendo el miedo y a valorarme como mujer. Mi error fue no dejarme ayudar y callarme, a tal punto que me terminaba creyendo las cosas por las que él me culpable y lo justificaba. Acá aprendí que valgo más, que puedo dar más, a mí me ayudó a dejar las adicciones y hoy puedo decir que estoy limpia”, dijo Rosana mientras se iban a preparar su mate cocido.

En la punta de la mesa estaba Alicia quien tuvo una vida muy complicada. Su marido alcohólico y violento intentó abusar de la hija de ambos. “Fue ahí donde me volví loca y lo quise matar, gracias a que me contuvieron no lo hice”, expresó la mujer y bajó la mirada.

Isabel, la trabajadora social definió al centro Madre Antonia como su misión. Ella se levanta temprano, va a la casa de alguna, las despierta, desayunan, las acompaña, las reta, las aconseja. “Yo trabajo en la calle, yo vengo al barrio a caminarlo y a acompañarlas a ellas. A veces me da miedo pero sé y confió que no me va a pasar nada y sigo viniendo”, describió.

En una de las últimas salas, conocimos a Daniela quien resumió que el centro “es una tranquilidad”. A su lado, estaba Norma, quién ya se había presentado pero en esta oportunidad compartió un poco de su historia. “Mi marido era alcohólico y me golpeaba, o se iba una semana entera por ahí y me dejaba encerrada con los chicos solos, después volvía y me hacía lo mismo. Cuando él murió sentí alivio pero tuve que salir a mendigar por ahí”. Hoy Norma tiene 6 hijos, 22 nietos y ocho bisnietos. Hoy se siente feliz y liberada.

No es fácil contar el pasado cuando no fue feliz. No es sencillo salir adelante cuando no hay opciones, cuando el trabajo de vender el cuerpo, la droga y las relaciones tóxicas parecen la salida más fácil. Sin embargo las hermanas Oblatas hicieron del Centro Madre Antonia una salvación para este grupo de mujeres y muchas otras que por allí pasaron. En el centro de Las Flores riegan cada día una que crece fuerte y sana: la flor del valor por el amor propio, por ser mujer, madres, hijas, abuelas, por ser personas.

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